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Llegan acapulqueños a la celebración de los niños difuntos con flores, comida y veladoras

*Los dolientes ponen también dulces, globos y hasta muñecas de migajón

Karla Galarce Sosa

Cristian, Fernanda y Nicole tienen algo en común: murieron el mismo año en que nacieron, pero la diferencia más entre sus tumbas, ubicadas en el panteón del Valle de la Luz, son los colores. Dos de esas lápidas no recibieron flores, el olor del copal, el sabor de algunos platillos o se iluminaron con alguna veladora por la conmemoración del tradicional Día de Muertos, que correspondió a los niños.
La pintura negra con la que fueron escritos los nombres sobre el mármol, destaca del verde pasto que las cubre.
Fernanda Dorantes Estrada y Nicole Franco Lozano murieron hace once años, en 2002, según la leyenda escrita sobre sus lápidas; sin embargo nadie las visitó ayer, nadie les llevó una flor, un incienso o les prendió una veladora. Sus sepulturas permanecieron solitarias, sin color y en cambio, se observó un ramillete de flores artificiales ya empolvadas.
Las criptas de Marlin Yuridia Mondain y de Erika Mariana Gallardo Pineda, quienes murieron a los 6 y 4 años respectivamente –la primera en 1986 y la segunda en 2002– tenían dulces, flores, un pequeño globo y hasta una tierna muñeca hecha con migajón, y vestida con atuendos violetas, que fue colocada en el mármol de la sepultura.
En ellas, también había veladoras, comida y los contrastantes colores de las flores, que son características en un altar mexicano por el Día de Muertos.
Decenas de familias acapulqueñas acudieron desde temprano a los panteones del puerto, para cumplir con el ritual de dejar comida, flores, prender copal y rezar un rosario o realizar alabanzas junto a los restos de quienes ya partieron de este mundo.
“Santa María madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén”, se escuchaba desde la entrada del panteón Valle de la Luz; así como los acordes de la inconfundible canción que entonó Rocío Durcal: “Oscura soledad estoy viviendo la misma soledad de tu sepulcro”, que se escucharon en las guitarras de tres músicos que ofrecían sus servicios a los visitantes.
Inundaba algunas zonas del lugar el olor a copal y mirra; en otras, el olor a flores frescas y rosas, los inconfundibles olores del mole, calabaza en dulce y a tamales de hoja de plátano.
La tranquilidad del cementerio quedó interrumpida desde temprano, porque las familias acudieron a pasar un día con sus parientes, amigos o conocidos. Instalaron para ello sombrillas, llevaron sillas, alfombras o pedazos de tela para acomodarse frente a sus difuntos y comer junto a sus restos.
Concepción y Óscar, un par de hermanos rezaron un santo rosario a su padre, quien dejó el mundo de los vivos hace apenas dos meses. La pareja de jóvenes, pues no rebasaban los 30 años cada uno, explicaron que al tratarse de un día de asueto y para mantener fresco en la memoria el recuerdo de don Raúl, llevaban además un conjunto musical, porque su padre era de “corazón alegre”.
Aunque había una extraña calma dentro del panteón, afuera, la frescura de las flores del cempasúchil y del terciopelo era anunciado por las vendedoras de flores, que ofrecían un ramillete de cada uno por 30 pesos.
En las lápidas de los sepulcros de Fernanda Dorantes y Nicole Franco se pudo observar que ambas murieron en 2002, frente a éstas, estaba la tumba de Erika Mariana; cerca de allí, estaba la lápida de Marlin Yuridia.
Pedazos de papel picado de color morado, amarillo y negro, fueron colocados como base para el altar del niño Cristian Álvarez Anaya, quien murió en 1992, el mismo año en que nació. En su lápida, también figuran los nombres de Francisco Álvarez Cervantes, de Efraín Benítez y de la señora Gloria Hernández Orozco.
En el altar, también fueron colocados pequeños cestos con fruta de la temporada; tamales, una lata de cerveza, un vaso con agua y un puñito de sal en otro recipiente; dulces, paletas y el tradicional pan de muerto.
En otro extremo del cementerio, había dos niños que leían los nombres escritos en las criptas, hacían cuentas con las fechas y edades de los difuntos y deambulaban por los pastizales del lugar.
Sólo algunas tumbas rebosaban de flores, veladoras o comida, puesto que en la mayoría, había pequeños ramilletes de flores de cempasúchil o terciopelo o, alguna veladora cubierta con algo para evitar que el viento las apagara.
Mientras el par de niños deambulaba por el panteón, algunos adultos destapaban alguna bebida, refresco o cerveza para librarse un poco del abrazante sol, que para esa hora no daba tregua, pues el mediodía quemaba hasta por debajo de las sombrillas, los árboles o los toldos colocados por los visitantes, que buscaban pasar un rato con sus pequeños difuntos.

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