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Eduardo Pérez Haro

El presidente ante la disyuntiva del cambio

Para Beatriz Lemus

La economía vuelve a perfilar el ajuste en su pronóstico de crecimiento económico, todo apunta a que no será del 3.5 por ciento, ni del 3.2 por ciento ni del 1.8 por ciento y lo más seguro es que tampoco del 1.7 por ciento sino probablemente de 1.2 por ciento, así se expone en la Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado: octubre de 2013 que fue publicada por el Banco Central de nuestro país el viernes pasado.
Se afianza el presagio de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional que fuera la primera en decirlo al cierre de la Asamblea Anual de ese organismo que se realizó con el Banco Mundial hace tres semanas. Estimado lector, estoy consciente de que colocar las cosas de esta manera parece una broma de mal gusto, y pude evitarme la implícita ironía de la forma de decirlo, pero la fuerza de los hechos me obliga a hacerlo de esta manera.
De un lado la cruda realidad no ya de una desaceleración del crecimiento económico como se ha escogido decirlo para evitar la mala noticia o podría decirse, la pérdida del nivel de crecimiento esperado para sugerir una suerte de infortunio que nos ha sorprendido en el camino, una “externalidad” que como tal no está al alcance de ser controlada por uno mismo, o un mal cálculo, lo que implica un cuestionamiento o el reconocimiento de no contar con un buen análisis diagnóstico-teoría-pronóstico, lo último es pensar en el engaño reiterado como recurso político.
No da lo mismo cualquier manera de decirlo, lo cual representa que no estamos ante un problema sino ante dos. Por una parte, el asunto de no crecer en la medida necesaria incluso posible, y por otra parte, el de ocultar bajo diversas maneras del discurso político una realidad que en el fondo protege intereses e insuficiencias de Estado.
La debilidad de expresar las realidades de una manera que se separa de los hechos ya no es un asunto meramente “demagógico”, como antaño se acusaba a la retórica de los políticos de los que el PRI tiene el principal mérito de esa particular perorata que terminó por ser revelación del declive que entonces terminó con el ascenso del PAN al primer plano del Poder Público y que no pudo ser superado por su folclórico sucesor. En primera instancia el asunto de no hablar francamente es el de incautar-congelar a la población a cambio de perderle como fundamento político.
Un gobierno que va perdiendo a la población, merma crecientemente la fuerza del Estado y un Estado que se va debilitando deriva en un gobierno que se va endureciendo en sus mecanismos de control de la población pero que a la vez va perdiendo terreno en la conducción de la nación particularmente de la economía ante el acrecentamiento absoluto y relativo de los poderes fácticos de carácter económico pero también, sociales, culturales y políticos. (monopolios, descomposición social, gremios amafiados, crimen organizado, etc).
No interesa repetir una denuncia que regularmente resulta fácil para sus interfectos que desdeñan con una expresión rápida y despectiva o con un inteligente “es normal que haya inconformes en la democracia”. Pero precisamente lo que está en juego es la perspectiva democrática como posibilidad de forma y contenido para la gobernación dejando un esquema estrictamente autoritario como recurso de primera instancia ajeno a la ontología de la política misma y a la modernidad.
Por consecuencia el problema de separar el discurso de la realidad, las formas del contenido, la política de la inclusión social, el gobierno del proyecto nacional, no sólo está en su diferenciación social y la injusticia que de ello deviene, sino en la hipertrofia del sistema económico en el que las cosas se complican para todos, y que suele referirse como crisis de la economía o de la política o del medio ambiente o la de una crisis multidimensional como la que ahora se prefigura en el orden global incluyendo a México.
Nuestro país se adentra al cierre de un primer año de gobierno que dista de lo que se imaginaron, de lo de lo que se prometió y de lo que se propuso, y más que eso, se aproxima a una situación de mayor dificultad ante el incremento de las necesidades, el desgaste natural por incumplimiento de expectativas elevadas y el aumento implícito de los costos para remontar la circunstancia, condiciones nada simples y no obstante, no es lo más delicado sino que no se advierte conciencia de ello en las filas del gobierno, se impone la arrogancia de decir que las cosas van bien (y sinceramente no es condición exclusiva de este gobierno es cultura burocrática muy arraigada de la administración pública y de “la clase política”) a veces para “taparle el ojo al macho” pero a veces porque se lo creen de verdad.
No quiero ser omiso al suponer que existen personas y personajes, territorios o empresas que saben de todo esto y que pueden estar procesando de mejor manera las cosas, pero estamos ante un balance agregado que no debe perderse de vista porque en última instancia termina por imponer sus condiciones doblegando “al más pintado”. Aceptar que las cosas son más complicadas, que las expectativas tienen un menor alcance en el corto plazo no ha sido la forma recomendable en la tradición del ejercicio del poder desde las mal entendidas lecciones de Maquiavelo, menos aún adoptar cambios en las ideas planteamientos y propuestas, y sin embargo de eso se trata, en el terreno de la política-política y de la política económica.
Aceptemos que las cosas no van bien para el mundo y la nación, que no hay recetas y que por el contrario existe una lucha en diferentes niveles y grados de intensidad y formas de confrontación en ambos planos. Entonces discutamos y vayamos acomodando las piezas, no vayamos por el consenso pero arreglemos el disenso y avancemos, levantemos utopías si quieren pero no separemos los pies de la tierra, no perdamos el piso, produzcamos entendimientos pero corrijamos, con sensibilidad a los reclamos, con reconocimiento de la historia y de las contradicciones donde estamos parados sin concesiones unilaterales bajo supuestos ni imposiciones que ensanchan la zanja, con entendimientos y acuerdos.
La política económica que se aferra voluntariosamente al esquema que ya se practicó durante tres décadas muestra sus limitaciones en la crisis de los países desarrollados y en el nuestro, y si no podemos ser influyentes en los cambios de la esfera internacional, entendamos que es dable en grado alguno en el plano nacional desde la plataforma estructural del Estado-nación, no se trata de un perfil de nacionalismo tradicional pero si del reconocimiento de la autonomía relativa de este ámbito y desde ahí es posible redireccionar diferentes condiciones y procesos, con la gradualidad recomendable pero con la firmeza proveniente de la rearticulación sociopolítica y socioinstitucional.
La estratagema de fortalecer las finanzas públicas como basamento de un proyecto vertical de alto control gubernamental para mantener al sector financiero internacional como mecanismo para el desarrollo de la inversión, no es sólo proyecto pequeño sino equivocado por cuanto el sector financiero se ha separado de esta función para perfilarse como una entidad especulativa altamente centralizada. En esta vía la producción de bienes y servicios y el empleo que ello supone bajo cualquier modalidad, sea en la fábrica o fuera de ella, en bienes tangibles o intangibles, en la industria o en los servicios, en el campo o en la ciudad, ha sido dejada a su suerte. El sector financiero en la era digit@l aprendió a moverse con productos virtuales al grado de sobre-producir financiamiento, depreciarse y quebrar haciendo del Estado-gobierno un mecanismo para refondearse con recursos públicos a través del déficit y el endeudamiento y con ello subordinando al sistema económico propio y de los demás.
La política económica y particularmente la política monetaria no puede moverse en la disyuntiva del pleito monetarista entre neokeynesianos y neoliberales, para ver en donde se coloca el Estado si en el estímulo de la demanda agregada o de la inversión, cuando no se pasa por revisar y más que eso por redimensionar y rearticular al sistema financiero en su función dentro del conjunto del sistema económico de producción y circulación y en ningún caso será fácil no ya por los sofisticados esquemas de la operación financiera sino por el poder “fáctico” que representan, o alguien tiene alguna duda al respecto.
El Estado debe fortalecerse pero no para imponer sus designios discursivos o “su particular estilo de gobernar” –vanidad innegable de la cultura del poder– proyecto menor en cualquier caso. El Estado fuerte que se reclama es el que puede retomar el financiamiento del desarrollo en una condición y dirección adecuada que no es la de las ganancias rápidas independientemente de dónde vienen pues la historia económica nos ha señalado repetida vez la omisión en establecimiento de las bases estructurales de la infraestructura y la tecnología, de la calificación de la fuerza de trabajo y la innovación científica, en la vinculación del mercado y el financiamiento.
Factores estructurales que por lo demás deben quedar alineados en un perfil que responda claramente a las pautas de qué producir, cómo producir, y cuánto producir en un mundo donde ya no hay que inventar el “agua tibia” sino responder en competencia a las nuevas exigencias de la demanda, que son las básicas pero donde lo básico se resuelve de manera distinta en la salud o en la transportación, en la alimentación o el divertimento y se hace en un umbral global de competencias.
Es a esto a lo que le llamamos definir un proyecto de desarrollo y al diseño y alineamiento de políticas lo que llamamos nuevo modelo o estrategia de desarrollo que por supuesto concluye con políticas y programas que no se resuelven con el cambio de nombres y simplificación de reglas y procedimientos con los que suponen hacer una modernización que más riesgo llevan de hacerlo peor, antes que cimentar y proyectar lo que se precisa por parte de la mayor parte de los mexicanos incluyendo sectores medios y la mayor parte de los empresarios amén de los trabajadores de la ciudad y el campo.
¿Esperamos, a que baje más el nuevo pronóstico de crecimiento económico o que se construya una protesta organizada de desocupados para terminar de entenderle? El presidente Peña Nieto sabe que ha flaqueado en economía y política, cierto, por factores externos e internos, pero en cualquier caso manifiestos y conocidos desde antes de moldear y emprender el proyecto del régimen de gobierno en curso, y es hora en que debe ajustar y cambiar. Puede no hacerlo, de cualquier manera el mundo cambia.

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