Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Estampas de Agualú / y 2

*Cuando se supo que habían matado a Eleazar y a más de veinte de sus hombres, la mancha de periodistas se cansó de preguntarle al pueblo quién empezó la balacera, qué problemas había, ¿es cierto que cerca de Pueblo Chico aterrizan avionetas?, ni qué comandantes custodiaban los tráileres cargados de ganado o los autos robados, como usté pregunta, y lo mismo de esas avionetas dice usté que cargadas de droga, nosotros no sabemos nada señor periodista.

La paz

Te acuerdas, Ardelio, de Tavo tu primo, que lo mataron y que nadie supo quién lo mató? Tu padre, el viejo Eleazar, dijo no quiero que se desate una matanza entre nosotros y fue y habló con el primo Dimas Rebujares y yo que era testigo de honor oí cómo le pidió de favor que mandara al asesino de Tavo, a Mingo El Cuate, a otra ciudad, a aprender algo de provecho, o séase para provecho de las dos familias. Dimas nunca admitió la responsabilidad de uno de sus parientes consentidos, pero de todos modos era mejor la guerra fría que el exterminio directo, y mandó a Mingo El Cuate lejos del pueblo. De la región. De México, se supo luego. Al año y pico regresó, muy orondo, con mujer delgada y güera y un chamaco de meses. Un buen rato no salió de su madriguera. Luego agarró confianza. Era alegre y se pasaba de simpático, y empezó a salir a las fondas y a ir al zócalo como si no debiera nada. Una noche, el 15 de septiembre, para ser exactos, a las dos semanas de que salió de su casa, que se mete al baile que esa noche se hace en la cancha de básquet. En lo que está bailando una cumbia, haciéndose el sabroso como le gustaba, que se apaga la luz y que le meten un balazo en la panza. Al rato regresó la luz y nunca se supo quién lo mató. La palanca de la luz quedaba en la entrada de la comisaría, tu padre era el comisario… y que dios nos perdone a todos pero quedó la duda, más grandota que un cerro.
Y pasaron los años. ¿Te acuerdas que del casorio de Adela Melgarejo –hermana del primo Pedro– y Benedicto, el primer descendiente de Gon-zalo Rebujares –nada menos–, resultaron los Melgarejo Rebu-jares, y cómo empezó -¡mucho antes, vale!– todo el enredo de parentelas por las que por aquí y por allá te juntas mucho más que varias veces con los Melgarejo y los Rebujares?
Dimas y Onerosa fueron respetuosos hasta el final. Hasta que el primo se alocó y quiso matar a Eleazar. Antes, como el mismo Eleazar, mantuvieron las formas. A su modo, don Sigifredo Segura contribuía a semejante equilibrio. Crecieron las familias, crecieron el pueblo y los problemas. Un juego de billar, de dominó, una chamaca bonita, tus pinches animales que se meten a mis terrenos a acabarse el forraje, la multa que le impusiste al hijastro de mi ahijada, una mentada de madre entre muchachos sin quehacer. Cualquier cosa. Ya había dos bandos.
En familia.
Hasta los mismos gatilleros de tu padre y de Dimas se despistaban…
Por más que no quisieran conocerse se conocían y en las ferias santuareñas vecinas apostaban al siete y medio y a los gallos y terminaban cotorreando el punto, fumando de la buena y brindando por el amanecer en cualquier piquera con chamacas y rocola. ¡Ahí mismo llegaban a cenar los amarradores de gallos, cancioneros y prostitutas del rumbo y, por más guaruras de diferentes bandos que hubiera, no había cacaraqueo que disonara!…
La paz estaba en no hacerla de pedo.

Mingo El Cuate y Rito el hijo de La Guaracha

Los Rebujares se turnaban en la comisaría y en el partido, agandallaban la cosa agraria y la ganadera y todo organismo administrativo y aplicación de la ley, y ya no hubo Rebujares viejón o adinerado que no trajera cuidadas las espaldas con dos o varios cabrones –algunos de ellos, chamacos de aquí, empezaron a usar botas y a imitar los cinturones piteados y las cadenotas de oro en el pescuezo de los que venían de fuera, y pues para acabar rápido, desde que agrandaron El Cartujo y Tolotlán comprándole sus terrenos a los vecinos, los guaruras enseñaban armas que no cualquiera trae y menos anda presumiendo en la calle.
Todo mundo se imagina lo que pasa en El Cartujo, en Tolotlán o en los trasmontes de Pueblo Chico. Pero nomás se imagina.
Se sabe que desde que era chamaquito – siempre fue alocado– Mingo El Cuate robaba ganado, por eso le decían así, por sus “vacas cuatas”, que así las llamaba él mismo pues cada vez que se robaba becerros los iba a pegar a una de sus vacas paridas y ya borracho sacaba la puntada de tengo unas pinches vacas tan chingonas que hasta dan cuates.
Dicen que, como a Dimas ya le había gustado la política y se quería lanzar para diputado, no aguantó más que un año tres meses para mandar llamar a Mingo El Cuate, que estaba en Estados Unidos. Era alocado pero recio de carácter, era el único hijo de su primahermana, y lo necesitaba. Los negocios, las relaciones, digamos, habían crecido, igual que las tierras y el demás patrimonio, para qué hacernos pendejos, como quiera ese timbo de Eleazar nació amansado y yo te necesito aquí, ya vienen las elecciones de gobernador y tengo un chingo qué hacer, quién quite y se me hace un hueso de perro, o de perdis una curul…
Así pudo ser. Otros dicen que Mingo regresó porque ya debía una muerte en Gringolandia.
Entre sus gatilleros, Eleazar tuvo a uno al que le tenía un cariño de padre, de amigo. La Guaracha, le decían. Ramón Gracia, ¿te acuerdas? Tu padre lo puso a su lado desde la primera vez que fue comisario. Pues bueno, después de la muerte de El Cuate en la cancha de básquet, el que cayó fue Ramón Gracia, La Guaracha. Del otro lado del río, adonde habían ido a cortar ciruelas verdes, sus hijos vieron a los asesinos y ya no regresaron a la escuela. ¿Y a quién pues vieron, sino a un sobrino de Dimas Rebujares, a Lucrecio Montes Rebujares?
Dicen que el mayor de los hermanos Gracia, Chendo, está preso en Guadalajara; solo, dicen que quedó solo, se echó a perder en cualquier cosa y tal vez ya hasta murió. El menor, Rito, estudió para maestro y vino a dar clases aquí, porque aquí estaba su madre, la tía Beba. Para esto, uno de los dos asesinos de su padre, de Ramón Gracia, ya había entregado su alma al Señor, y al otro lo había dejado paralítico una bala de 45 en la columna, y briago pendejo que era ya nomás daba lástima. Conclusión: ya no había delito que vengar.
Por esas cosas de la vida, el director de la secundaria era nada menos que Lucrecio Montes, pero no el padre, sino Lucrecio Montes hijo, y pues ni modo, a él fue Rito Gracia a pedirle chamba, algunas horas de clases, bien dado él, ya había dado clases de Historia y Geografía en una secundaria en Oaxaca y se portó muy tranquilo y respetuoso y de buena gana Lucrecio le dio bastantes horas de clase. Lucrecio y Rito ya “pertenecían” a la generación de los agualuceños estudiados, de los profesionistas, ya eran “gente civilizada”, pues. También se tomaba en cuenta que, como tú con Marito, o como tú y Braulio –suponiendo–, de escuincles Lucrecio y Rito fueron muy amigos, ñeritos en la escuela y esas cosas, ¿no? Buen maestro, Rito, responsable, conoce sus materias y le tiene paciencia a los chingados chamacos; el trago casi no le gusta, los viernes se iba a echar unas cervezas con Lucrecio y otros maestros, pero  responsablemente: siempre retraído, nunca se tomaba más de tres cervezas. Al segundo semestre Lucrecio ya le había duplicado las horas de Historia y otorgado otras cuatro de Geografía.
Lucrecio no admitía las tímidas gracias de Rito:
–Para eso somos parientes, ¿no? –ronroneaba, palmeando en el hombro a Rito.
Eleazar era padrino del tal Rito, hijo de su cuatacho Ramón, un pinche pistolero si tú quieres, güarachudo, malencarado y con antecedentes de reconocido matón, pero un amigo leal como pocos, y no podía dejar de sentir cierto despecho porque el escuincle ingrato, el hijo de su “secretario”, se hubiera cambiado de bando.
Te has de acordar de Rito, Cristóbal y Juan sí lo conocieron, cuando regresó resultó un pinche hombrón bien parecido, bien dado, no se veía cobarde, era buena onda y decíamos pues es un individuo ilustrado y siempre es mejor olvidar los pedos que echarles lumbre, pero nadie dejaba de pensar que el tal Rito para nada había salido a su padre. Eso decíamos, ¡sin decirlo!…
Si se trataba de olvidar, ¡pues a olvidar!…
Al terminar el tercer semestre, después de regresar los exámenes de entregarles pura calificación de diez a sus alumnos, Rito cruzó la cancha y entró a la dirección. Ahí estaban la secretaria, dos o tres maestras y, en su privado, el director. Su pariente el director. De por sí desde que entró lo vimos raro: era la primera vez que no saludaba, dijo después la secretaria. El maestro Rito entró a la Dirección y dejó su portafolios sobre el escritorio del dire. Lo abrió, sacó una uzzi y le vació todo el cargador a Lucrecio, su primo, sí, quien, viéndolo de este sesgo, tampoco había cambiado tanto, físicamente, al menos: se seguía pareciendo a su padre, a su tío, a Lucrecio Montes Rebollar.
Todo mundo sabe cuántas balas suelta una uzzi en unos cuantos segundos, ¿no? La metralla cascabeleó, casi uniforme, durante más de tres minutos. Para su cuenta.
Cuando Rito el hijo de Ramón Gracia alias La Guaracha salió, muy calmadamente, de la Dirección, sin arma, sin portafolio, sin su expediente escolar, todo mundo estaba inmóvil. Sordos… no: tras la tronadera, el silencio.
Si de algo dicen que se acuerdan es de los pasos de Rito en la arena caliente, sobre las hojas resecas del patio, y del chirrido del corral. Rito, decían, dejó el corral abierto.
Luego se supo que se escapó en un taxi del puerto que lo estaba esperando en la esquina de la secundaria.

Ni quiénes ni cuándo ni por qué

Ha de haber sido al comenzar el segundo semestre de Rito en la secundaria, o a fines, quizá, cuando Marco César Benítez, hijo de un primo de Dimas, se mató con tu primo Vicente, a balazos, en el bebedero del Piloncillo, no me preguntes por qué. Por nada, para no perder la tradición. ¡Todos somos familia, y todos sabíamos pero pues, al mismo tiempo… no sabíamos!
Y pues era, casi, la verdá. Casi, casi, no sabíamos.
Antier mismo, cuando se supo que habían matado a Eleazar y a más de veinte de sus hombres en Los Limones Paridos, la mancha de periodistas se cansó de preguntarle al pueblo quién empezó la balacera, qué problemas había, quién visitaba a Eleazar Melgarejo, a Dimas Rebujares, a Romulito Rebujares, a la ex diputada Onerosa, ¿es cierto que cerca de Pueblo Chico aterrizan avionetas?, ni qué comandantes custodiaban los tráileres cargados de ganado o los autos robados hacia Tolotlán, como usté pregunta, y lo mismo de esas avionetas dice usté que cargadas de droga, nosotros no sabemos nada señor periodista, que si la mitad o la tercera parte del pueblo se dedica al tráfico o al secuestro, pos son palabras suyas, y pues digo, no hay derecho, porque nos están pasando a chingar parejo!… Nosotros no nos metemos en eso, joven, nos dedicamos a trabajar, así como nos ve ahorita, preparando la comida y viendo a ver qué le falta a los clientes, pues así nos va a encontrar todos los días del año, de lunes a domingo.
¿Qué si la banda de chile frito tiene palitos y acordeón y se sabe puras de contrabando y traición? ¡No me chinguen, señores! No es de aquí ni de ahora, ¡ahorita hasta los grupos de la montaña usan sintetizador!…
¿No se daban cuenta, jóvenes periodistas, que todo esto de los asesinatos es mala publicidad, que ya tenemos con la pena de nuestros muertos, y que, aparte, ustedes con sus preguntas, con sus chismes, con todo lo que dicen del pueblo, están terminando por alejar a los turistas –sobre todo a los extranjeros, que son los más y mejores divisas dejan al país, que es México?
Ni qué ni por qué, ni cómo, ni cuándo y mucho menos dónde, con una chingá.

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