Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Las calles de Acapulco XIV

La diversidad vial

Andrés Manuel López Obrador (Piedra Roja); Televisión (Industrial), Virgo (Las Brisas), La Voz de la Montaña (Alta Sinaí), Waikiki (Jardín de los Amates), Viti Levu, la mayor de las islas Fiji (Díaz Ordaz); “Wahaine” (“hola,” en polinesio, Bocamar), María Bonita (Lucio Cabañas). Heladio Pérez Rendón (Princess Marqués), Pitones (La Frontera) Paty Navarrete (Infonavit López Portillo), Computación (CNOP), Jacques Cousteau (Villas Palmeto), Sancho Panza (Jardín Azteca) y Adolfo Plancarte, dirigente perredista, maestro universitario sin ausencias y ex regidor de la Comuna. La policía lo dejó como santocristo durante la sangrienta represión ruizmassieuista en el camino al Aeropuerto. Lector asiduo de esta Contraportada y amigazo de su autor (Miramar).

Icacos

La colonia Icacos, cuya fundación se ubica en el siglo 19, posee no obstante calles numeradas y con nombres contemporáneos como Emiliano Zapata y Ruffo Figueroa, además de marinos y navegantes. No faltan el color y el sabor de los Mangos, Marañonas, Naranjos, Jacarandas y Tulipanes.
Su origen se remonta siglos atrás cuando fue una hermosa huerta de frutales, particularmente de uno traído de Japón llamado Ikako. Su propietario, el virrey Luis de Velasco, hijo, habría renovado las simientes durante su estancia en el puerto, de paso a Perú con la misma dignidad. Volverá más tarde a México con igual cargo.
Envidioso, el virrey sucesor Gaspar Zúñiga y Acevedo logra del rey de España, Felipe II, una cédula que despoja a Velasco de sus tierras para entregarlas a los acapulqueños. Se incluía en la dotación el puerto del Marqués, Llano Largo y otras localidades aledañas a la ciudad. El documento real es una joya de la picaresca política de todos los tiempos, cuya redacción pudo haberse cocinado ayer mismo en Los Pinos. Dicha cédula enumera los pueblos que la gracia real reserva para Acapulco y ordena:
… “nadie podrá expropiarlas o adjudicarlas a particulares fuese cual fuese su condición, quedando aseguradas para siempre jamás en su total dominio”.
Consumada la independencia, aquel paraje será habitado por esclavos libertos procedentes de la Costa Chica, bautizándosele entonces como Icacos, por la abundancia de arboles de ese fruto oriental. Los abuelos otrora cimarrones contarán a sus nietos el chiste blanco de la cedula real. Doña Toña Magallón, dirigente de aquel grupo humano ya sin tierras a finales del siglo XX, recordará al padre de Felipe III y a los monarcas mexicanos de entonces como “pinches mitoteros”.

Calle Cinco de Mayo

“El excelentísimo señor presidente de la República, general don Porfirio Díaz Mori, a quien Dios nos conserve por muchos años, desea que se honre en todo el país la victoria del general Ignacio Zaragoza contra el invasor francés. Por ello, instruye que tal fecha quede grabada para siempre en todos los rincones de la Patria, tal como usted lo dispondrá seguramente en su ciudad.
Con el documento en la mano, firmado por el secretario del mandatario oaxaqueño , el acalde de Acapulco, Antonio Butrón Ríos sale presuroso del Palacio municipal en busca de la calle que deberá llevar el nombre de Cinco de Mayo. Se descuelga por la hoy Roberto Posada para salir a la plazoleta hoy Escudero y continuar hasta la calle México. La mira en toda su longitud y entonces se dice “ésta será la Cinco de Mayo”. La arteria debía su nombre a que era, efectivamente, la salida a la capital del país.
Es el alcalde de Acapulco un médico hispano-cubano que viste siempre de blanco, sombrero de jipijapa y un abanico de palma cuyo movimiento es incesante. Él mismo pronunciará el discurso oficial durante la ceremonia para rebautizar a la calle México con el nombre de Cinco de Mayo. Se celebra en esa fecha de 1899. Asisten las fuerzas vivas del puerto, los escolapios de la Miguel Hidalgo y los aires de la banda municipal, en realidad una guitarra, un saxofón y un tambor.
El doctor Butrón se sentirá satisfecho de haber complacido los deseos del “señor presidente de la república”. Para entonces, en algunos sitios de Guerrero se le ha perdido el respeto al Héroe de la Paz. Incluso se ha exhumado su antiguo apodo de El llorón de Icamole. Hacía referencia al hecho cierto de que el general Díaz había derramado algunas lágrimas al ser derrotado en Icamole, Nuevo León. Aquí se hablará de que el militar oaxaqueño habría llorado como la Magdalena.

Callejón del Cuajo

No negará lectura y admiración por la Familia Burrón quien bautizó como callejón Del Cuajo una vía breve de una colonia acapulqueña. Es el callejón Del Cuajo “chorrochientoschechentaichocho”, domicilio de la familia Burrón. Sitio mismo donde suele aterrizar su avioneta Floro Tinoco, pretendiente de Macuca Burrón, hija de don Regino y doña Borola Tacuche. Mismo jovenzuelo pasado de kilos a quien su padre, el chorromillonario industrial Titino Tinoco, tiene ofrecida la nave más grande y lujosa del Club de Yates de Acapulco…, si se aprende la tabla del dos.

Las calles y sus personajes

Fue Esmeralda uno de los grandes personajes de las calles de Acapulco. Su presencia en el puerto era semanasantera en busca de los níqueles y a veces las platas de los amantes de la Posei. Pequeña y enteca, Esmeralda declamaba imitando voz y ademanes de Berta Síngerman, una notable declamadora argentina, y no lo hacía mal.
La voz de Esmeralda, no obstante carecer de los incisivos, era clara y su dicción perfecta. “El aire se me sale por otra parte”, confesaba impúdica. Se proclamaba artista de la legua aunque vivía de la lengua. Nunca habló de su pasado aunque seguramente había dominado el arte teatral. Vestía estrafalariamente con tules y colgandijos y se pintaba los ojos como mapache, al estilo, decía, de Gloria Swanson, la diva estadunidense del cine mudo.
Las presentaciones callejeras de Esmeralda –y no tenía otras–, culminaban con el poema Reir llorando, de Juan de Dios Peza. Lloraba auténticamente y hacía llorar a su auditorio. Aquella mujer pequeña y desgarbada se crecía dramatizando a los poetas. En este caso lo hacía hasta lograr la atmósfera precisa para un inesperado final.
–¡Yo soy Garrik!… ¡cambiadme la receta!
En su repertorio figuraban Gabriela Mistral, Manuel M. Flores, Enrique González Martínez y Alfonsina Storni, entre otros. Con su presencia y la venta de unas cuantos ejemplares de El declamador sin maestro, la pequeña Esmeralda habrá abierto una rendija. Una rendija por la que muchos acapulqueños se asomarán por vez primera a los goces de la poesía.

La diversidad vial

Avenida del Espanto (Hornos Insurgentes) Santiago Granillo (Cardenista), Cándido Murillo (Juan R. Escudero), Atímpica (Bolívar), Tecomate (Escudero); José Adame (Nicolás Bravo); Verónica Alvidez (Silvestre Castro); Las Ansias (Alianza Popular); Juan Bautista (Bravo); Bella de Noche (CNOP); Camino al Cielo (Roberto Esperón); Canaán (Graciano Sánchez); Casiopea (Praderas); Ignacio Betancourt (Esperón): Canción del Río (Vista Alegre); Emigdio Martínez Adame (El Porvenir); Andador del Armadillo (Margarita de Gortari) y Unión de Estibadores (Altamira).

Las recogidas

Ubicada en las actual calle de Benito Juárez, la Casa de acogida de las Magdalenas fue fundada en 1692 por el virrey Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza. A instancias del comisario del crimen Francisco Zarza, la residencia albergaría a las mujeres de la mala vida, formando una legión durante la Feria de Acapulco. Las había criollas, negras, mulatas, filipinas, “saltapatrás” (nacidas de india y chino) y chinas (gran decepcion de jóvenes indianos al descubrir que era falsa la pregonada “sonrisa horizontal” de las orientales). El piadoso proyecto fracasará llegada la feria, cuando aquellas muchachas utilicen el noble recinto como centro de sus operaciones clandestinas. El albergue pasará a la historia con el sugerente nombre de La Casa del Recogimiento. Y lo era.

La Roca del amor

La Quebrada es testigo pétreo del amor entre un marinero peruano y una acapulqueña morena y de caderas opulentas. Se llama Mariana y vive en la calle de Las Damas (más tarde Vicente Guerrero y hoy La Quebrada) lo que le permite frecuentes escapadas para verso con el hombre de mar. Pasados tres meses llegará el momento de la despedida, confesando una y otro “lo difícil que será vivir separados”.
–Será por muy poco tiempo, Matilde, este es mi último viaje –le ofrece él, ciñéndola con fuerza.
–A mi regreso hablaré con tu madre para formalizar nuestro noviazgo y luego casarnos. Viviremos cerca de este maravilloso lugar que vio nacer nuestro amor –le ofrece.
La noche llega, el embrujo del lugar y la brisa marina son propicios para que aquellos cuerpos se fundan. Una radiante Matilde corre presurosa a su casa para enfrentar la severidad de su madre. Su castigo será el encierro lo que le impedirá despedir a su amante en el malecón. Lo habría hecho con el pañuelo bordado con corazones rojos, obsequio de él mismo.
Han pasado dos meses de aquella intensa despedida en La Quebrada y el marino no da señales de vida. A Matilde le preocupa que algo malo le haya sucedido y por eso sus rogativas son cotidianas ante la virgen de la Soledad. La madre, por su parte, se ha propuesto frustrar aquella unión pareciéndole el marino muy poca cosa para su hija. Alcahueta, la mujer le ha echado el ojo al hombre que salvará el honor de la familia, pues a ella nadie le quita que la niña ya dio el mal paso. No le importa que el hombre sea muy viejo, es muy rico. Saliéndose finalmente con la suya. El vecindario habla de ella como un vieja cabrona que ha vendido a su propia hija.
Y que va llegando el marinero. Un par de amigos lo esperan en el muelle para ponerlo al tanto de todo. Al calor de los chíngueres le dan cuenta del desprecio de Mariana hacia él por sentirse traicionada. Le hablan, incluso, de un niño muerto al nacer. El hombre escucha y nada comenta. Hace del silencio su coraza, dedicándose desde ese momento a beber alcohol sin medida. Se muda a La Quebrada y solo baja al centro por licor. Pronto se hablará en el puerto de un “marinero loco de amor”.
Cuando han pasado seis meses de la llegada del marinero, una pandilla infantil localiza un cadáver en la plazoleta de La Quebrada. Se trata de nuestro hombre quien se ha descerrajado un tiro de pistola en la sien.
La policía encontrará junto al cadáver un martillo y un cincel. Con ellos el marino había trabajado durante semanas sobre una roca lisa y azulosa para dejar grabado su testimonio de amor.

En esta roca de espuma salpicada
el sol nativo con sus rayos dora,
deja grabado el hombre que te adora
tu bello nombre, Matilde idolatrada

La roca con los versos a Matilde será un sitio de peregrinaje romántico donde los enamorados haran fotos de fidelidad. Un testimonio demasiado hermoso para ser respetado por la barbarie que cíclicamente se apodera de Acapulco. La dinamita lo volará en 1902, siempre en aras del progreso. Lástima.
El relato es del cronista non, José Manuel López Victoria.

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