Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Víctor Cardona Galindo

PÁGINAS DE ATOYAC

*El agua potable

En Atoyac hay mucho movimiento en las calles, la gente camina todo el día. Sólo se quedan vacías cuando juega la selección nacional. Ese día, todos están pegados al televisor y desde El Tanque del agua potable se puede percibir el silencio y también se escucha espectacular cuando al unísono toda la ciudad grita goool al anotar el tricolor.
Desde El Tanque se ve toda la ciudad, con sus cuatro antenas de la telefonía celular. El celular aquí llegó el año 2000. Antes no se concebía que desde la hamaca nos pudiéramos comunicar con los amigos o que desde la casa nos llamaran para decirnos que llevemos los aguacates y los chiles porque faltan para la salsa. Al oeste del Tanque están ubicadas las antenas del canal siete y 13 de TV Azteca y al este el 2 y el 5 de Televisa. Luego abajo está un kínder famoso porque al construirlo los albañiles encontraron muchas pequeñas figuras de barro.
Mucho más abajo en la calle Allende se han encontrado muchos vestigios de la cultura olmeca, “olmecoides” le llaman los expertos. De hecho toda la parte norte de la ciudad es una zona arqueológica enterrada. Recuerdo que cuando llegué a esta localidad allá por 1977, los niños tenían un extraño entretenimiento; después de la lluvia salían a buscar monos de barro que nuestros antepasados dejaron enterrados. La lluvia erosionaba las barrancas y los destapaba. Los niños los recogían y los vendían a algunos comerciantes del centro. En la ciudad es muy común oír decir “tienes cara de mono jayao”, es la chanza pesada para aquellos que tienen algún desbalance en el rostro.
Desde El Tanque, parado frente a la ciudad, se ven las instalaciones de la 27 Zona Militar, la casa que fue de El Primito en El Ticuí y el río Atoyac. El Tanque da nombre a la colonia que lo rodea y la gente lo utiliza como referencia para dar una dirección “Vivo por El Tanque” o “Vivía por El Tanque”.
Desde El Tanque se puede hacer el inventario forestal de la ciudad: nanches, cerezos, guajes, guamúchiles, almendros, palmas de coco, matas de plátano y una que otra bugambilia brota entre las casas con sus flores rojas o moradas. Se puede ver cómo el norte de la ciudad está poblado de bocotes, corales, ilamos, limones, cacahuananches y espinos. Los árboles de trompo están el peligro de extinción. Ya a nadie le gusta esa fruta que de niños comíamos. Los trompos nos dejaban las manos y la boca moradas. Su mancha era difícil de quitar, por eso muchas idas a la dirección, nos costó en la escuela, cuando dábamos por jugar a la guerritas.
Cerca del tanque, a medio día, unos pajaritos plomos cantan y una que otra paloma llega, canta un capichocho que sube a la antena. Hay muchos pajaritos volando de rama en rama. El “gaasss” se escucha a lo lejos, las bocinas de los periodiqueros hacen un escándalo y los pericos enjaulados gritan en las casas.
Desde aquí se ve la cúpula de la Iglesia, los vestigios de lo que fue puente de El Ticuí y ahora su puente hamaca, al fondo se observa la comunidad.
A ese tanque que abastece de agua potable a la ciudad, le caben un millón 700 mil litros cúbicos. Se le inyectan 3 kilogramos de gas cloro por segundo. Los cuidadores del depósito son David y Gastón Gutiérrez Santana y además son los encargados de vigilar que no falte el cloro. Tres horas le dura lleno el tanque a la ciudad después de cerrar la válvula. Unas bombas de 200 caballos de fuerza trabajan para nosotros arrojando al tanque aproximadamente 150 litros por segundo. El agua viaja por tres kilómetros de tubería desde la presa derivadora “Juan Álvarez” a la ciudad. Los bomberos las dejan descansar seis horas al día, en tandas de 120 minutos.
En tiempos normales a la colonia Insurgente Morelos que está cerca del tanque no le falla el agua. No así a La Villita donde casi no llega porque está asentada a la misma altura que El Tanque, por eso el agua no tiene presión. También porque la mayor parte de la tubería del agua potable de nuestra ciudad tiene más de 50 años, es todavía en gran porcentaje de asbesto, por eso el sistema esta ahorcado. Hay tubos de 18 y hasta de 2 y media pulgadas. No hay uniformidad en la tubería.
Esta es una ciudad en la que nada más un 60 por ciento de los usuarios paga el servicio. Son muchos los sinvergüenzas. Uno hasta demandó y no paga ni un solo recibo porque demostró ante las autoridades que el agua que consumimos no es potable. Y los promotores de los servicios ambientales de la sierra piensan que en un futuro podrán cobrarnos un bono por el servicio que nos dan al cuidar los bosques.
El agua potable tiene un padrón de 6 mil 800 registrados, pero hay una gran cantidad de tomas clandestinas, que se descubren cuando se pavimentan las calles; de esos unos 4 mil 200 son los que van al corriente en el pago y sostienen el sistema. Siempre las oficinas del agua potable se queda sin recuperar alrededor de 8 millones de pesos anuales.
Uno de nuestros cronistas José Hernández Meza comenta que fue el chilapeño radicado en Atoyac, Luis Urioste Sánchez, el primero en traer agua entubada al pueblo, “hizo construir un pozo en el playón del río y en el año de 1948 introdujo por medio de tubería galvanizada el agua a su casa, construyendo un gran tanque de almacenamiento para después distribuirla a varios vecinos”.
El sistema público de agua potable comenzó a  construirse a finales de los años cincuenta en la administración del presidente municipal Raúl Galeana Núñez quien acudió a gestionar el sistema ante Donato Miranda Fonseca en ese tiempo poderoso secretario de la Presidencia de la República, pero la obra se terminó hasta 1963  cuando estaba de alcalde Luis Ríos Tavera y como director del agua Wilfrido Fierro Armenta. La inauguración del “sistema” fue en agosto, recordó don Inés Galeana Dionicio.
El 15 de mayo de 1962 se instaló la Oficina del Sistema Federal de Agua Potable en la calle Nigromante número 6 fungiendo como gerente Wilfrido Fierro Armenta y el 7 de julio se hicieron las primeras tomas domiciliarias. El mismo Fierro Armenta registra: “Los trabajos están a cargo del fontanero Carlos Ramírez Mancilla, bajo la supervisión del jefe de Operación de la SRH en el estado Armando Lobato. La primera toma correspondió al señor don Pedro Rebolledo, en la avenida Gral. Juan Álvarez Norte”.
Antes el acarreo del agua se hacía de manera rudimentaria desde el río, Zeferino Serafín Flores, El Prieto Serafín, escribió: “cuando no había agua entubada en las casas había que irla a traer al río, para esto lo hacían los jóvenes, hombres y mujeres; los hombres adaptaban un palo con unas cadenas a los extremos y ahí enganchaban las latas o botes para transportar el agua, el palo se colocaba encima de los hombros y le llamaban palanca. En cambio las mujeres se colocaban la lata de agua sobre la cabeza, para amortiguar un poco el peso y lo duro de la lata, un trapo lo enrollaban en forma circular y se lo ponían en la cabeza y encima del trapo acomodaban la lata. Al trapo enrollado que se ponían en la cabeza le llamaban yagual. Cuando algún joven quería enamorar o cortejar alguna muchacha que andaba acarreando agua, decía me voy a echar un “norte”, y el “norte” consistía en seguir a la muchacha cuando iba al río y andarla acompañando ida y vuelta cada viaje que hacía para aprovechar y enamorarla, había ocasiones en que se detenían un rato en algún lugar ya fuera un rincón o callejón y ahí permanecían platicando y la muchacha con el bote o lata lleno de agua sobre la cabeza y ni el peso del agua sentían, todo por amor”.
Al inicio de la década de los 40 recuerda don Simón Hipólito Castro, “yo, como muchos chamacos de mi edad acarreábamos agua en dos botes sostenidos por palancas que descansaban en los hombros. Las señoras acarreaban agua del río en botes que descansaban en sus cabezas amortiguadas por yaguales. Igual lo hacían las jóvenes, quienes haciendo girar graciosamente sus cabezas hacían que saliera en agua de sus botes para mojar a los jóvenes intrusos que se les apareaban para enamorarlas y que no eran de su agrado. Era habitual acarrear agua del río desde las cuatro hasta las seis horas de cada mañana, antes que llegaran señoras o lavanderas a lavar ropas”.
José Hernández Meza anotó sobre el agua que “su acarreo lo hacían con animales de carga y manual individualmente con recipientes de barro elaborados para su trasportación, posteriormente con botes y cubetas. Tanto adultos y niños lo hacían con palanca al hombro y mujeres y niñas sobre su cabeza con un yagual de tela para soportar el equilibrio del trasto con agua”.
Comenta Hernández Meza que en los años cincuentas el rito de traer agua comenzaba muy temprano, “desde las cinco de la mañana empezaba el ajetreo y algarabía de los moradores del pueblo. Para su captación se recomendaba, por la personas mayores, tomar el gua de la ‘corriente’ a medio río para su consumo y de la mediana orilla para los demás quehaceres del hogar. En tiempos de lluvias se hacían pocitos en la arena y se rodeaban con piedras para hacer el llenado con bandejas. Había personas que tenían su oficio de aguadores, como Francisco Fierro, Don Panchito”
Una vez que se instaló el sistema público de agua potable los aguadores profesionales con palanca al hombro desaparecieron definitivamente. Ahora existen otro tipo de aguadores los que llegan hasta nuestras casas en sus vehículos con los garrafones.
Ya en los años sesentas Industrias Acapulco venía a vender hielo y agua a la cabecera municipal. Por eso en la calle Juan Álvarez Sur se instaló la primea planta purificadora de agua y la primera fábrica de hielo de la ciudad. La empresa fue propiedad del empresario Raúl Galeana Estévez y el administrador fue don Margarito Ríos Bello quien vino de la ciudad de México a hacerse cargo de la compañía. Hielera Atoyac  era su razón social.
Según Wilfrido Fierro fue el domingo 20 de mayo de 1962 cuando las 9 de la noche el párroco Isidoro Ramírez bendijo la planta de hielo La Costeñita y la Purificadora de Agua La Purísima, propiedad del señor Raúl Galeana Estévez. Al acto asistieron distinguidas personalidades de Atoyac, Tecpan de Galena, San Jerónimo y Acapulco. Con tal motivo el pro­pietario organizó un animado baile que terminó hasta la madrugada del día siguiente.
En 1960 don Margarito Ríos Bello estudiaba contabilidad en la ciudad de México, cuando don Raúl Galeana lo fue a traer para que administrara la nueva empresa. Dice don Margarito que en un principio se vendían unos 100 garrafones al día en la planta y después se compraron camionetas para salir a vender a la calles, entonces Industrias Acapulco dejó de venir porque el garrafón se daba más barato aquí. Poco a poco la venta de agua se fue metiendo a las comunidades, la Hielera Atoyac llegó a vender hasta Zihuatanejo.
La empresa daba empleo a 15 personas al principio y en sus mejores tiempos tuvo hasta 120 trabajadores. Al comenzar se vendían 6 toneladas de hielo al día, después llegaron a producir 20 toneladas para dar abasto al mercado. Ya retirado don Margarito Ríos, de 74 años de edad, recuerda que estuvo tres meses en la ciudad de México aprendiendo el proceso y de allá trajeron la purificadora. Después que se abrieron nuevas purificadoras asesoradas por él.
Actualmente en Atoyac existen 14 purificadores de agua, en el centro de la ciudad están instaladas cuatro: San Pablo, Cristal, Natural Atoyac, Celestial. En las colonias se ubican: Pura Casta, Agua los Glaciales, El Centenario de Adonai, Plus Ultra, Agua Maxipura, Osmogil, El Diamante y Agua Alexa. En Cacalutla está Agua Fina y en Zacualpan funciona una empresa purificadora propiedad de Fabiola Aguirre Bracho que no tiene razón social.
A El Ticuí el agua purificada llegó hace 20 años con la construcción del puente. Antes acarreábamos agua en palancas. Todos desfilábamos con nuestras cubetas al canal y las mujeres con sus cubetas en la cabeza. Muchos antes de irnos a la escuela, llenábamos los tambos para que nuestras madres cocinaran y lavaran. Por la tarde cobrábamos 50 centavos por viaje de agua y un peso cuando era para la tinaja, porque entonces íbamos por ella hasta arriba del canalón. Ahora cuando no hay agua el acarreo se hace en carretillas y en carros. Muchos compran por tinacos cuyo precio anda alrededor de los 100 pesos el viaje. Se extinguieron los yaguales y las palancas.

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