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Jesús Mendoza Zaragoza

Construcción de la paz desde la Iglesia católica en Acapulco

Aprovechando la experiencia de la iglesia colombiana, que ha tenido un papel de primer nivel en el proceso de paz de ese país, agobiado por tiempos violentos a lo largo de décadas –en los que han estado involucrados grupos armados de diversos orígenes: guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares al servicio de los grupos de poder y el Ejército– la Arquidiócesis de Acapulco está promoviendo un proceso de construcción de la paz empeñando sus recursos institucionales, humanos y físicos.
Esta semana pasada se realizó una Asamblea Diocesana de Pastoral que congregó por tres días a más de medio millar de agentes de Pastoral de Acapulco, de la Costa Grande y de la Costa Chica de Guerrero, en la que se hizo el planteamiento de asumir la tarea de construir la paz como un aspecto integrante de la misión de la Iglesia. Con tiempos amplios para la reflexión, para el análisis, para vivir experiencias de paz y para celebrar, esta asamblea eclesial se asumió como el arranque de un proceso global y de muchos procesos locales y particulares para lograr los cambios al interior de la Iglesia que nos pongan en condiciones de dar aportes a la paz de nuestros pueblos.
Este proceso se irá generando y desarrollando a partir de referentes específicos que están dado lugar a una visión de construcción de paz. Un referente asumido es la exhortación pastoral del Episcopado Mexicano Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, que incluye una visión amplia sobre este tema desde la perspectiva cristiana. Este documento visualiza la evangelización en perspectiva de paz, reconociendo la relevancia del Evangelio y de la enseñanza social cristiana como herramientas fundamentales para la construcción de la paz. De esta manera hemos entendido que evangelizar es construir la paz a partir del Evangelio mismo. Este documento define el aporte específico que la Iglesia puede hacer a la causa de la paz.
Un segundo referente es la metodología diseñada para esta gran tarea mediante un marco conceptual integrado, que tiene como eje una visión integral del desarrollo humano en la que la persona tiene el lugar central. Esta metodología se auxilia de las ciencias sociales para diseñar una estrategia global que tiene que concretarse en los cambios necesarios que permitan condiciones favorables para la paz.
Si la persona es el centro de este marco conceptual, nos referimos a las diversas dimensiones de la persona que han de incluirse en el proceso de construcción de la paz. La persona toda, en sus dimensiones corporal, emocional, intelectual y espiritual tiene que asumir un aprendizaje de construcción de la paz. Esto significa que el contacto y los gestos corporales necesitan ser enfocados hacia la paz, que las emociones y sentimientos tienen que ser educados para un manejo constructivo, mientras que las capacidades racionales, los criterios éticos y la dimensión trascendente de las personas se tienen que asumir de manera que contribuyan a vivir en paz y para la paz.
En este sentido, es fundamental la formación de las personas que vivan la experiencia de la paz, con la capacidad de relaciones constructivas consigo mismas, con el medio ambiente, con las otras personas, y con Dios. Las personas se convierten en sujetos capaces de manejar consciente, intencional y libremente todos sus recursos personales para la construcción de la paz.
El marco conceptual considera cuatro niveles de respuesta que han de asumirse de manera simultánea. Hay que dar respuestas desde el nivel de las personas con un enfoque de paz en cuanto que éstas se van transformando de ser generadoras de violencia a ser constructoras de paz, desde las cuatro dimensiones arriba mencionadas. Un segundo nivel de respuestas tiene que darse desde las relaciones de equidad, de solidaridad, de respeto y de servicio entre personas mediante espacios comunitarios sólidos y estables como el caso de la familia, las comunidades locales y todos los espacios humanos de relaciones primarias. Un tercer nivel de respuestas se da en el ámbito de las instituciones, desde las que pertenecen a las estructuras del Estado o públicas, hasta las sociales, educativas, empresariales, religiosas y demás. Cada institución, según su propia naturaleza y campo de acción, tiene que ser repensada y reorientada hacia la construcción de la paz. Hay que señalar que en las dinámicas institucionales suele enquistarse la violencia de muchas maneras, desde las brutales hasta las más discretas. Y un cuarto nivel de respuestas ha de venir de las estructuras basadas en marcos legales, que deben ser transformadas para dar paso a condiciones de paz y de justicia.
El marco conceptual se orienta hacia la transformación social como resultante de todo un proceso complejo que contempla tiempos o momentos lógicos. Para construir la paz es necesario atender las situaciones de emergencia, como es el caso de las víctimas de la violencia que ya existen y que necesitan ser atendidas de manera inmediata. También es necesaria la construcción de capacidades para intervenir de manera eficaz en las diversas acciones relacionadas con las construcción de la paz, como pueden ser la resolución de conflictos, la atención a las víctimas de la violencia, el análisis social, el discernimiento de estrategias, acción política para la paz, acciones no violentas, y demás. Por otra parte, tiene que tomarse en cuenta la acción directa, a largo plazo, para generar nuevos modelos de desarrollo que incluyan condiciones sociales, políticas, económicas y culturales que favorezcan la justicia y la paz. Se trata de una estrategia de prevención que desactive los factores de la violencia.
Este marco conceptual incluye una utopía que proporcione una orientación histórica a toda la actividad humana y social. La utopía activa la esperanza, una actitud indispensable para la lucha y el esfuerzo, muchas veces de alto riesgo para construir la paz. Sin la esperanza se desactivan todos los esfuerzos y se desorientan las acciones, con el riesgo de contribuir a más violencia. Por ello es imprescindible la necesidad de imaginar, de soñar y de crear. Para superar la violencia se necesita aprender a soñar un mundo distinto, sin violencia, en el que se den condiciones distintas a las que le han dado lugar. El gran problema es que se ha perdido esa dimensión utópica del pensamiento y de las actividades humanas, y nos hemos acomodado a vivir aprisionados en sistemas y modelos caducos que aprisionan al ser humano y a la sociedad. Nos hemos acomodado a un sistema político grotesco y a un modelo económico inhumano y hemos renunciado a soñar que otro mundo es posible.
El sueño abre horizontes para hacer los cambios que se necesitan para construir la paz, desde los cambios más modestos e inmediatos hasta los cambios globales que incluyen estructuras e instituciones. Necesitamos recuperar la capacidad de soñar para volcarnos hacia el futuro que queremos sin evadir la realidad que vivimos para generar cambios en las personas, en las relaciones, en las instituciones y en las estructuras.
La construcción de la paz nos pone en condiciones de pensar y de sentir, de imaginar y de actuar desde nuestra realidad, plagada de conflictos, para imprimirles una dinámica transformadora y liberadora hacia el futuro deseado o soñado, sin perder la perspectiva histórica necesaria. No se trata de las utopías que enajenan porque diluyen los conflictos y mistifican las contradicciones sociales; se trata, más bien, de la utopía que nos arrastra hacia el futuro con el poderoso impulso de la esperanza que da a cada experiencia, a cada esfuerzo, a cada actividad, un dinamismo de cambio social.
En la Iglesia sabemos que estamos aprendiendo y que necesitamos repensar y reorientar muchas cosas, desde nuestros espacios institucionales hasta el tipo de relaciones humanas que promovemos. Pero se han abierto muchas expectativas en el sentido de que podemos contribuir a la causa de la paz y podemos alentar a otras instituciones para que contribuyan a esta causa dando un enfoque de paz a todo lo que hacen. Las escuelas y universidades pueden hacer lo propio, y las empresas y los espacios laborales pueden hacer lo suyo. Lo único que necesitamos es empeñar nuestros recursos y espacios institucionales para construir la paz, que incluye necesariamente la justicia y la igualdad. O, en otras palabras, tomar la firme decisión de pasar de ser generadores de violencias a ser constructores de paz.`

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