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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

*La verdad es lo de menos

La idea era recomenzar este 2012 compartiendo mis propósitos personales para el Año Nuevo. Pero les juro que no encontré ganas ni fuerza como para comprometerme públicamente con dos o tres resoluciones, mínimamente valientes y respetables, para el espíritu optimista y el ánimo emprendedor que supone el final de un año y el nacimiento del siguiente.
¿Neta? No encontré porque no quiero, no debo, ni puedo derrochar el alicaído ánimo y la poca fuerza que me dejó el viacrucis de 2011 (no “del” 2011, que no decíamos “del”, sino “de” 1999). ¿Con qué ojos, divino tuerto? ¿Pero qué necesidad, para qué tanto problema?
Luego de doce meses de violencia, crimen, guerra, miles de mexicanos muertos, inocentes o culpables; de miedo, rumor, paranoia y sospecha; de reclusión semi-voluntaria en casas y espacios cerrados, y de retiro semi-obligado de calles y espacios públicos, huyendo de convoyes nocturnos…
… tá cabrón animarse y agarrar fuerza para batallas y conquistas menos relevantes que aquellas, cierto, pero más peligrosas para la autoestima y la fortaleza personales de, en este caso, su servilleta.
Nel. Absolutely no way José. Zafo, pinto mi raya, ahí se ven, luego me platican cómo les fue, porque yo, nel.
De por sí se me ocurrían (se me ocurrieron, aunque no los hago) puros propósitos que ya he hecho dos o tres veces antes, que nunca he podido cumplir; o propósitos nuevos, para mí, pero típicos del resolutivo popular de estas temporadas.
Los diez propósitos de Año Nuevo que más olvida la gente, según la revista Time, en Estados Unidos, aquí y en China: enflacar y ponerse en forma, dejar de fumar, aprender algo nuevo, comer sano y hacer dieta, salir de deudas y ahorrar lana, pasar más tiempo con la familia, viajar a nuevos lugares, estresarse menos, ser voluntario de causas nobles y beber menos alcohol.
¿Anyone? ¿Alguien se avienta uno de esos trompos a la uña? Si lo hacen luego no se auto flagelen si fracasan, luego no anden por ahí cabizbajos y con remordimientos. No soy mártir ni masoquista para exponerme a tales resacas emocionales.
Pero es Año Nuevo y apenas fue Navidad, y el espíritu de sus celebraciones aún no se disipa del todo, a pesar de tanto consumismo, vanidad, desencanto, cinismo, pragmatismo y ambición que contaminan la época, y de los peores doce meses de todos los que hemos vivido en esta realidad violenta, de todos los que llevamos como sociedad disfuncional y decadente.
A pesar de nuestra incapacidad para transformarnos en una sociedad democrática, justa, pacífica, próspera y armónica, en un pueblo maduro y civilizado. A pesar de que los mexicanos aún no alcanzamos la esperanza de un cambio verdadero, de una nación como era la nuestra, pero mejor y más orgullosa, íntegra, alegre, sensible y culta, de una nación más virtuosa que todos sus pequeños y grandes vicios y pecados.
A pesar de todo eso, el espíritu aún flota por el aire, y los propósitos de Año Nuevo son parte ineludible de las tradiciones. Por ello, decidí compartir algunos, no personales, pues el espíritu flota, pero ligero y tenue, y no me alcanza para lanzarme sólo a la aventura resolutiva, aunque sí suficiente para proponer dos propósitos colectivos, que mucho bien nos haría a todos cumplir cabalmente en 2012: mentir menos y asumir responsabilidades propias.
“Nuestra movilización fue pacífica”, dijeron los normalistas de Ayotzinapa, luego del desalojo violento de los policías el 12 de diciembre pasado. “Los policías estatales iban desarmados”, dijo el entonces procurador Alberto López Rosas, ese mismo día. “La orden fue ir desarmados”, corrigió después el boletín oficial de la Procuraduría. “Primero dispararon los ministeriales”, dijeron los federales; viceversa, reviraron aquellos. “No provocamos el incendio de la gasolinera”, aseguraron los estudiantes. Un video exhibió a los policías federales recogiendo casquillos del pavimento. Los ministeriales detuvieron a un chavo. “Traía un rifle AK-47 y confesó haber disparado en contra de la policía”, dijeron; “Lo torturaron para que confesara y le sembraron el arma”, respondieron los normalistas.
La lógica elemental sugiere el mejor de los escenarios: el 50 por ciento de lo que se dijo es mentira. Si uno dice la verdad, el otro miente. Si las presuntas verdades son tan opuestas, ninguna es totalmente cierta. Si no hay verdades únicas, si ninguna es la misma para todos, todos mienten al menos una vez.
Y muchos ciudadanos creen o descreen lo que dicen unos u otros, a partir de prejuicios, simpatías o antipatías personales, no de datos duros, de evidencias concretas, de pruebas irrefutables. “Gobierno asesino”, dicen unos, “chavos delincuentes”, dicen otros, con pasión y convicción, sea verdad o sea mentira.
Y así, nada se resuelve. Aunque quedemos satisfechos, algo improbable, con investigaciones, pruebas, juicios, sentencias y condenas, el verdadero problema seguirá, con otros actores, en otros tiempos, pero seguirá como si nada hubiera sucedido antes.
Los normalistas seguirán manifestándose y movilizándose igual que siempre, provocando, demandando y exigiendo sin comprometerse con nada; el gobierno seguirá tolerando, conteniendo, negociando y cediendo como siempre; los chilpancingueños seguirán quejándose de normalistas y gobiernos, como siempre; y las policías seguirán desalojando, reprimiendo y persiguiendo normalistas, hasta que otro conflicto estalle con violencia y balas, y alguien muera.
A menos que cumplamos propósitos de Año Nuevo como los que aquí propongo.

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