Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Las calles de Acapulco XV

Mero ahora se juntan el cólera con la cólera (¡Tacabrón!).

La diversidad vial

Rosendo Pintos (La Frontera); Radio Coco (López Portillo); Manuel Meza Andraca (La Cartonera); Calle del Futbol (Aguilas del Sur); Estatuto Jurídico (Ruffo Figue-roa); Eulalia Guzmán (Narciso Mendoza); Mujeres Insurgentes (Infonavit Alta Progreso); Ma-cuahuitl (macana azteca, Lázaro Cárdenas); Graciano Sánchez (Reforma Agraria); Azúcar (CNOP); Cura (Simón Bolívar); La Mica (El Porvenir, ampliación); Neblina (Icacos); Calle sin Nombre (Frontera); Topografía (Nicolás Bravo) y La Tuba (San Isidro).

Las calles santas

Santa Cruz (colonia y 10 calles); San Martín (7); San Agustín (5); San José (4); Santa Elena (Bocamar); San Cayetano (La Frontera), San Rafael y San Miguel (Nueva Generación); Santa María del Mar (Las Playas); Santa Úrsula (24 de Octubre); San Vida (club residencial Banus); San Pedro (Simón Bolívar); San Salvador (Vicente Guerrero); Santo Domingo (Narciso Mendoza); Santo Tomás (Barrio Nuevo ); Santa Cecilia (colonia y calles); Santa Isabel (Villas Caracol); San Felipe de Jesús (Barrio de la Adobería); San Jerónimo (Mangos); San Francisco (Zapata); San Antonio, San Isidro, San Juan y San Pablo (Laguna Rica); San Esteban y San Cristóbal.

Ruiz Cortines

Quebrada, Madero, Plaza Álvarez, Carranza y Morelos (nombres actuales). Tal era el camino recorrido diariamente por un joven veracruzano desempeñándose como oficial de órdenes del cuartel general de la División del Sur (Fortaleza de San Diego). El mando estaba a cargo del general Alfredo Robles Domínguez, nombrado gobernador provisional de Guerrero al triunfo del constitucionalismo. Así, día con día, sin atajos ni desvíos, fue su ruta durante casi un año entre 1914 y 1915.
Hospedado en el hotel Jardín (Quebrada), de doña Balbina de Villalvazo –madre de Efrén y Alfonso, ambos alcaldes de Acapulco, el primero en dos ocasiones–, el moreno y delgaducho jarocho traba amistades interoceánicas a través del dominó, juego sin secretos para él.
Han pasado treinta y siete años y aquí se recordará la presencia de aquel muchacho caracterizado por su discreción, trato respetuoso e incluso solemne no obstante su costeñismo. Y cómo no, si aquel lejano oficial llamado Adolfo Ruiz Cortines era postulado como candidato oficial a la presidencia de la República. La llamada guerra sucia lo tocará apenas inicie su campaña electoral. Uno de los obuses de la oposición tocará la línea de flotación.
La Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM), que postula como candidato presidencial a Miguel Henríquez Guzmán, acusa a Ruiz Cortines de traición a la Patria. Según el documento acusatorio, el candidato habría servido a los gringos durante la invasión armada al puerto de Veracruz en 1914. Lo habría hecho desde un cargo en la Aduana Marítima porteña
El asunto cala hondo en el puerto porque en aquella heroica defensa había muerto el joven teniente naval José Azueta Abad, tenido aquí como acapulqueño por haber nacido en la calle Arteaga, hoy con su nombre. La FPPM era acaudillada en el puerto por la lideresa María de la O, teniendo como cuartel su propia casa en la calle Eduardo Mendoza, en pleno barrio del Pozo de la Nación. “Prohibida la entrada a los enemigos del pueblo”, rezaba un letrero en su pórtico.
Entonces, el Tío Coba, como le decían sus amigos a don Adolfo, por cobero y no por otra cosa, se comunica con sus antiguos compañeros acapulqueños de dominó. Les pide ayuda para librarse de tan feo estigma. Y así lo hacen aquellos, inmediatamente. Testimonian, “bajo juramento de decir la verdad y solo la verdad”, que el joven oficial Adolfo Ruiz Cortines había convivido con ellos todos los días durante el año de la presunta traición. Firman el documento notariado de exculpación doña Balbina Alarcón de Villalvazo, don Rosendo Pintos Lacunza, don Rosendo Batani y el general Ismael Carmona, entre otros. Un pliego valiosísimo que el interesado mostrará como prueba irrefutable de su inocencia.
Cuando Ruiz Cortines deje la presidencia de la República volverá a Acapulco y durante sus estancias se reunirá con sus “puerquitos”. Los invitaba a su residencia en La Condesa (hoy Torre Azul), donde los recibía luciendo albas guayaberas anudadas al cuello sus inseparables “pajaritas” o corbatas de moño. Los acapulqueños habrán preparado para entonces sesudas estrategias no solo para ganarle al Tío Coba, sino para dejarlo “zapato”. ¿Saben cuando? –preguntaba respondiéndose a sí mismo: ¡nunca!.
Un día, ante un inesperado cierre a “pitos”, un anti solemne Chendo Pintos, le dice: Con todo respeto para su investidura, señor presidente, como usted solía advertir cuando echaba algún picoso alvaradeñismo, quiero decirle que la mesa ha convenido en una cosa: Que estamos ante un pinche viejo correoso y languso a quien ni el diablo en persona podría ganarle una partida.
Y el hombre a quien un país de jóvenes no le perdona haber llegado a Presidente a los 62 años, festeja ruidosamente el elogio.

Calles frutales

No son frutos exhibidos en súper tiendas pero sí en los mercados populares y forman parte importante de la nomenclatura de la ciudad: Almendros (31 calles); Guamúchil (8), si el lector (a) no los conoce los puede encontrar a reventones a la entrada de la calle Vallarta; Marañonas (8); Capulines (6) y con una arteria cada uno: Hilamos y Coacoyul.
Claro que se los llevan de calle las calles Mangos (24), Limones (17), Ciruelos (15), Manzanas (8); Naranjas (9). Cerezos (5), Tamarindos (6), Aguacates (6); Chabacanos (3); Duraznos (3), y hasta los humildes Nanches (3).
No faltan las vías Guanábano, Guayabo (nombre también de una concurrida parada camionera); Cerezos, Papayo, Lima, Mamey, Melón, Coco, Pistache y Níspero.

Muertes en carnaval

Las fuerzas carrancistas del general Robles Domínguez, a las que pertenece el futuro presidente de México, abandonan el puerto dejándolo en manos de las grupos revolucionarios de ambas costas. Es martes de Carnaval y la plaza Álvarez y sus calles adyacentes lucen pletóricas. Los porteños se divierten como lo han hecho de mucho tiempo atrás, habida cuenta que son fiestas que ya forman aparte de sus tradiciones. Cumplen religiosamente con el miércoles de ceniza, entierran al mal humor, coronan a su reina, bailan disfrazados, desfilan en carros alegóricos y en comparsas, se rompen cascarones repletos de confeti diminuto (o lo arrojan en bocas abiertas) y trepan al “palo encebado”.
Aquella noche se escucha en el Zócalo la serena de la Banda Municipal. Las notas de Jesusita en Chihuahua son interrumpidas por fuertes y continuas detonaciones. Son balazos de grueso calibre. Dos grupos revolucionarios, apenas ayer reconciliados, se topan en pleno festejo sembrando pánico y muerte. Uno pertenece al general Mariscal y el otro al general Gómez y, como no son soldados de West Point, disparan sobre todo lo que se mueve.
Reporta el cronista de la época: “En la tirotera grandísima mueren la hijita de don Alberto Catalán, de Chilpancingo, y una señorita acapulqueña de apellido Condés de la Torre, a la que le sacaron las tripas. Escaparon milagrosamente de morir don Domingo Guevara Alarcón y don Manuel Meza Andraca, quienes escuchaban la serena desde en una banca del jardín. Y lo que son las cosas: muchos chilpancingueños se refugian en el puerto huyendo de la violencia revolucionaria de la capital del estado”.
Regresaron más tarde pero dejaron aquí la tradición del “jueves pozolero”.

La diversidad vial

Obrero Mundial (Cárdenas); Moisés Guevara (Renacimiento); Paseo de los Europeos y avenida de la Paz (Mirador del Coloso); Héroes de la Marina (Piedra Roja); Rodolfo Neri Vela y Sendero de la Amistad (Apolonio Castillo); Milenio (Vista Hermosa); Octavio Paz (Alas del Mirador); La Fábrica (Lomas del Coloso); Paseo Río de la Sabana (La Frontera ); Capuchina (Narciso Mendoza); Deslinde (Cardenista); Los Aztecas (Alta Providencia); El Timbre (Postal); Rubí, Lapizlazuli, Aguamarina y Turquesa (Maurel).

La Fronda

Parota (25 calles); Amates (22) ; Pinos (14); Robles (11); Ceiba (10): Cedro (10); Encino (8); Tabachines (8); Sauce (7) Ahuhuete (6); Olmos (6); Ebano (Mar Azul); Eucalipto (Postal); Ocote (Brisas del mar) y Olivo (Central de abastos).

Bache Valencia

Basilio Bache Valencia, de Tecpan de Galeana, será a la mitad del siglo XX una versión corregida y aumentada de Martín Garatuza, quien había estado en Acapulco allá terminando el siglo XVI. Éste, disfrazado de sacerdote oficiará misa en la parroquia de La Soledad, hablando una jerigonza ininteligible en lugar de latín. Cuando tenga que irse lo hará con dos burros cargados con los obsequios de la feligresía y dejando sin cosa alguna los cepos de las limosnas, tal y como lo dispone La Magnífica.
Durante una de tantas visitas al puerto del Bache Valencia, lo hace ostentándose como ingeniero, un disfraz que ya le había redituado pingües ganancias incluso en tierras sudamericanas. En Venezuela, se cuenta, lo habría usurpado para ocupar importante cargo oficial.
Acompañado de un ayudante que porta un teodolito o algo parecido, El Bache se instala en el cruce de dos nuevas avenidas de Acapulco. Con grandes voces y aspavientos inicia lo que aparentan ser cálculos y mediciones siempre pegado el ojo derecho sobre el lente.
–¡A la derecha, un poco más a la derecha! –ordena al portador de la regla.
–Cuando te digo a la derecha es a la derecha, muchacho pendejo —vocifera el ingeniero que calza botas camineras y se toca con el clásico salacot (aquí, saracof).
La alharaquienta escena teatral del Bache no falla, nunca ha fallado. A los pocos minutos está rodeado de vecinos indagando de qué se trata todo aquello, justamente preocupados por la integridad de sus casas y terrenos. Una multitud en pocos minutos.
–¡Pinche gobierno ratero, no tiene llenadero! –lanza un borrachito del rumbo, sin saber bien a bien de qué se trata todo aquello.
La experiencia del “ingeniero” le aconseja apresurar el trámite o aquello se le podría salir de control. Las voces suben de tono y entonces El Bache decide tomar el toro por los cuernos.
Se trata –anuncia–, de una ampliación de calles y por eso estoy aquí, para procurar que las afectaciones a sus propiedades sean mínimas o definitivamente nulas. Usted, despreocúpese abuelita –le dice a una anciana haciendo pucheros–, su casita quedará intacta.
Hasta el lugar ha llegado presuroso el propietario de una manzana completa amenazada con la ampliación. El hombre habla el mismo lenguaje que El Bache y ha captado su mensaje. Le pide un aparte y a los pocos ambos regresan. El ingeniero lo hace mirar por el anteojo del teodolito enfocada su propiedad. El hombre proclamará eufórico:
–¡La libra porque la libra!
El Bache Valencia no necesitará más por ese día.

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