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Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

Guerrero:  una zona de desastre

En medio de los escombros que han dejado los temblores que cimbraron nuestro estado, el pasado martes 20 de marzo, los precandidatos del PRD mostraron su verdadero talante: a pesar de la tragedia de miles de familias que perdieron su precario patrimonio, se placeaban como si nada hubiese pasado. Lo único que les importaba  era amarrar votos con los líderes comunitarios. Para ellos los damnificados no representaban ningún dividendo político.
De los 29 municipios declarados como zona de desastre, con excepción de Chilpancingo, todos se ubican dentro de los índices más bajos de desarrollo humano. Los rostros de esta nueva tragedia son de indígenas Ñomndaa, Na savi, Me’ Phaa, Nahuas y afro mestizos de la Costa Chica y Montaña de Guerrero, quienes se asientan en los municipios más castigados por los gobiernos caciquiles e iletrados que han usurpado el poder por décadas.
Se trata también de municipios que han sufrido la represión política y los estragos de la militarización. Todo el macizo montañoso que se levanta desde la Costa Chica, abrazando Marquelia, Juchitán, Ometepec, Igualapa y Cuajinicuilapa, extendiéndose hacia Ayutla de los Libres y Tecoanapa, para llegar a las cimas más altas de Metlatónoc, Malinaltepec, Cochoapa el Grande, Tlacoapa y Alcozauca, hasta bajar a Copanatoyac, Tlapa y Olinalá, son las regiones donde se encuentran asentadas las culturas milenarias que le han dado identidad y fama internacional a nuestro estado, por su riqueza cultural. En estos territorios también se libraron grandes batallas que le dieron libertad e independencia a nuestra patria. Las luchas de campesinos e indígenas de la Costa y la Montaña, hicieron de Guerrero un estado ejemplar, para empujar desde abajo por un nuevo orden constitucional.
Este sacrificio de hombres y mujeres ha sido aprovechado por políticos facinerosos, que en lugar de asumir el legado revolucionario de los pueblos rebeldes e insumisos, utilizaron a las fuerzas represivas del Estado para reprimir cualquier brote de rebeldía o insurrección civil. A la usanza porfirista, en las regiones se fueron afianzando los grupos caciquiles, al grado que nuestro estado se transformó en un enclave donde los rancheros tomaron por asalto el poder y en su encumbramiento forjaron la casta de los caciques. Muchos vaqueros fueron contratados como guardias blancas y los más diestros en las armas alcanzaron el rango de comandantes y de policías. Es cuando se empieza a escribir la negra historia de las policías: la Rural, la Montada, la Motorizada y la Judicial. Los compadres más queridos que lograron estudiar alguna carrera o consiguieron algún título apócrifo, fueron habilitados como funcionarios públicos, a capricho del Jefe, para tomar el control de las instituciones y hacer de ellas un coto de  poder.
La hegemonía política impuesta por el PRI fue un factor determinante para la consolidación del cacicazgo político en nuestro estado. La acción sanguinaria y corrupta de los gobernantes obligó a los ciudadanos y a los pueblos a organizar su autodefensa, a levantarse pacíficamente y también en armas para tumbar gobernadores. Le declararon la guerra al Estado y  enfrentaron con el acero de su dignidad a las fuerzas más cruentas del Ejército y la Marina. En la década de los setenta experimentamos los estragos de una guerra sucia que arrasó pueblos, desapareció y ejecutó a centenares de luchadores sociales. El despotismo presidencial, en contubernio con los caciques arrabaleros, decidió cortar de tajo cualquier forma de manifestación social y política para tener el control absoluto de las instituciones del Estado.
En los municipios devastados por el olvido gubernamental y por los movimientos telúricos, se gestó ejemplarmente la lucha por la democracia. En Alcozauca, la población Na savi y mestiza, liderada por el maestro Othón Salazar, fue un ejemplo nacional de cómo romper la hegemonía del partido de Estado para otorgarle el triunfo y el reconocimiento político al Partido Comunista Mexicano (PCM). A finales de la década de los setenta los pueblos indígenas de la Montaña dieron lecciones de democracia a los burócratas del poder, quienes se vieron obligados a poner sus barbas a remojar porque entendieron que el poder de los ciudadanos es el que puede decidir el destino de los políticos. La Montaña Roja de los pobres de Guerrero cimbró las estructuras caciquiles y fue un preludio para que los gánster de la política empezaran a comprender el fin de su poder omnímodo. Ha sido el coraje civil el que les ha pisado la sombra a los presidentes sanguinarios y a los gobernadores pedestres.
Esta osadía ciudadana, de dar fin al partido de Estado para transitar a un sistema de partidos, ha quedado trunca y en el limbo porque toda esta fuerza transformadora se dejó en manos de los partidos políticos. El diseño de un modelo de democracia representativa ha mediatizado y subordinado el modelo de democracia participativa. La partidocracia es el nuevo engendro de la alternancia política que sigue causando estragos a una población que tiene que resignarse a soportar a una clase política que no tiene ninguna legitimidad, reconocimiento ni confianza, porque son en buena medida autores del desastre político y social que padecemos. Han arruinado nuestro estado y con sus acciones corruptas han colocado a los municipios de la Costa Chica y La Montaña entre los municipios más pobres del país. Varios gobernantes son culpables de masacres y matanzas, de centenares de desaparecidos y ejecutados. Consintieron y ayudaron a incubar al crimen organizado entre las mismas instituciones públicas. Siempre se han prestado para hacer negocios con las empresas trasnacionales para vender el patrimonio de los guerrerenses. Han desalojado a colonos y ejidatarios de las playas de Acapulco para entregarlas a los grandes empresarios para erigir emporios turísticos. Con su anuencia permitieron la destrucción de los bosques en la Sierra de Petatlán y en La Montaña de Guerrero. Al mismo tiempo se hicieron de la vista gorda y dejaron que floreciera la amapola en las regiones más escabrosas y pobres de Guerrero. Desde entonces nuestro estado se ha nutrido del dinero que generan los negocios ilícitos. Las zonas turísticas forman parte del paraíso de la economía criminal. Por eso son territorios que se disputan a sangre y fuego, donde se aplican los códigos de sangre impuestos por los grupos de la delincuencia organizada.
Guerrero no sólo es una entidad sísmica, sino también  un territorio minado por la acción nefasta de los políticos y de los mismos partidos que los respaldan, y que han dejado que los poderes facticos de la delincuencia se enseñoreen y tomen el control de varios municipios y regiones.
En nuestro estado aparecen signos ominosos, no sólo por el ensañamiento de la naturaleza, sino por el encumbramiento de una clase política que se ha desentendido de los grandes males y problemas que arrastra desde hace décadas nuestra entidad, y que en gran medida se debe a la forma burda como se ejerce el poder. Los gobernantes no sólo son culpables de la corrupción, la impunidad y la violencia que causa estragos a todos los sectores de la sociedad, sino que son responsables del desastre económico y de la destrucción de la vida del campo y la ciudad para colocar a miles de familias en el umbral de la deshumanización. En México y en nuestro estado, a los gobernantes que persiguen, matan y empobrecen a la población no se les castiga sino que se premian, se les otorgan las garantías para ser inmunes y para contar con un grupo de escoltas que los protejan y encubran de sus fechorías. En esta democracia controlada por los partidos no es posible hacer valer el derecho de veto, de impedir que los políticos que han causado agravios a la población puedan ser nuevamente candidatos. Los partidos políticos en lugar de atender los planteamientos y cuestionamientos de la ciudadanía, se enconchan y a nivel cupular realizan cónclaves para hacer negociaciones turbias en la selección de sus candidatos. Los partidos políticos en lugar de hacer valer los principios democráticos, del respeto a la libre decisión de los ciudadanos, de la equidad, de la inclusión, la pluralidad, la tolerancia, la transparencia, la veracidad y la no discriminación, ahora resulta que estamos más bien en un palenque de gallos, donde se hacen apuestas y se pelean por las candidaturas, donde se afilan navajas y se hacen los amarres para tumbar al adversario. Lo que da vida al espectáculo es el dinero que circula para apostarle a su gallo.
Es en este coso donde proliferan los negocios turbios y las peleas amañadas, en el cual se han estado definiendo las candidaturas para el próximo proceso electoral. Lo que actualmente está sucediendo en los partidos políticos es sumamente preocupante porque ahí se condensa todo el caos y la perversidad que prolifera en nuestra sociedad, a causa del poder que han adquirido las mafias y que tienen gran influencia entre la clase política.
Con esta partidocracia, los ciudadanos y ciudadanas tenemos que resignarnos a ver en las boletas electorales a candidatos y candidatas que no tienen ninguna legitimidad social, pero que sí cuentan con el poder y el dinero para tener el respaldo de las cúpulas partidistas. Las calles nuevamente se tapizarán de candidatos y candidatas que deberían estar rindiéndole cuentas claras al pueblo por lo que hicieron mal o dejaron de hacer. Lo que ahora abunda son los políticos reciclables que han sido los responsable del desastre político y económico de nuestro estado. Para muchos electores aquellos forman parte de la lista de personas que son un peligro para la sociedad. Si hiciéramos una revisión minuciosa de las trayectorias políticas de los candidatos y candidatas a senadores, diputados federales, diputados locales y ediles municipales, nos daremos cuenta del futuro político que nos depara a los y las guerrerenses. Por las historias cruentas de estos políticos reciclables, nuestro estado seguirá siendo una zona de desastre.

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