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Héctor Manuel Popoca Boone

La rehabilitación de la agricultura de ladera

Si en verdad habrá recursos económicos suficientes para la rehabilitación del campo guerrerense es hora de no aplicarlos de la manera institucional tradicional. Es decir, que en lugar de que los campesinos vayan a las oficinas gubernamentales (ventanillas) a tramitar apoyos gubernamentales, los técnicos y funcionarios vayan a las parcelas para determinar conjuntamente con los campesinos las mejores formas de reconstitución de los suelos agrícolas.
Lo anteriormente dicho me recuerda la posibilidad de rescatar la estrategia diseñada por el Colegio de Postgraduados aplicada en la agricultura temporal de ladera en áreas de la parte montañosa del Estado de Puebla como la de Guerrero (2003). En aquel entonces se trataba de sustituir el sistema de cortar restos vegetales post-cosecha y quemarlos (la llamada roza, tumba y quema) donde las cenizas se integraban al suelo para una futura siembra, muchas veces haciendo descansar la parcela por un año, dada la delgadez de la capa arable.
Si bien es cierto que el costo por hectárea es bajo y su práctica se realiza dentro de las limitaciones económicas que existen en estas zonas, las desventajas son varias y radican en que se contamina el medio ambiente por los efectos de la quema; siendo causante, incluso, de la mayoría de los incendios forestales anuales. Para sembrar la milpa se destruye parte de la vegetación ya establecida. El suelo queda desnudo, con poca capa arable y el agua de lluvia que cae corre arrastrando en deslave suelo y nutrientes. Eso trae como consecuencia que la producción por hectárea de granos alimenticios se reduzca progresivamente año con año.
El tránsito propuesto a los productores rurales con agricultura de ladera consistía en una tecnología alternativa en donde la milpa no se diera en suelos quemados que contaminaran el ecosistema establecido, sino que estuvieran intercalados los cultivos de maíz, frijol, calabaza, chile y otros, con árboles frutales en donde se utilizan terrenos en uso, sin mover el suelo protegiéndolos al sembrar los frutales con curvas a nivel cada 9 o 10 metros. Los árboles son barreras vivas con filtros radicados tanto en sus raíces como en sus troncos que reducen o evitan la erosión, se mejora la productividad de la parcela y desde el punto de vista ambiental realizan una mayor captura de carbono.
La implantación de esta modalidad de siembra es de costos prohibitivos al inicio, dada la pobreza del campesino que siembra en ladera, pero en el mediano plazo se convierte en una inversión redituable al generarse ingresos adicionales por concepto de producción de frutas para el mercado regional y por adquirir una mayor productividad por hectárea en la siembra de granos básicos al hacerse en mejores suelos. De esta manera se pasaría de una agricultura trashumante a una fija y estable.
Obviamente que no es una receta única esta estrategia. Debe ser flexible, regional y acorde a los factores circundantes en donde se aplique. La diversidad de condiciones de suelos, clima, vegetación y fauna impone modalidades locales que tengan siempre como referencia la amplia diversidad ecológica así como el propio sello económico-social y cultural-idiosincrático de los múltiples grupos de productores rurales que practican la agricultura de ladera.
La posibilidad de aplicar la inversión pública orientada al campo guerrerense que de carácter extraordinario se destinará en el 2014 hacia esta vertiente de rehabilitación agrícola es una oportunidad que no debemos desaprovechar.

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