Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

Re-cuentos

Ni modo apá, usté ya me había dado y aquel me ocupa

Como en muchos pueblos de la sierra, desde la pedida de la novia hasta su entrega la ceremonia es muy concurrida.
En el caso que les cuento las cosas iban de maravilla entre los novios. Los papás habían acordado el plazo para la boda y los encuentros de la futura pareja se daban cada vez con más confianza a medida que se acercaba el día del casamiento.
Si el papá de la muchacha había visto algo que no le parecía sobre la conducta del novio eso jamás se supo, aunque luego de lo que ocurrió todo mundo hizo suposiciones.
La fiesta en el pueblo comenzó desde la víspera de la boda porque así se estila desde que inician los arreglos de la enramada donde se organizará el baile y se dará la comida.
Como muchas cosas se hacen por cooperación, la gente reunida come, bebe y se divierte calentando el ambiente para lo que viene.
En la madrugada del día fijado, desde la casa del novio se formó la comitiva para ir a traer a la novia que vivía en el poblado vecino.
En su mayoría eran jóvenes, hombres y mujeres con sus cabalgaduras adornadas de vivos colores quienes formaban la comitiva llevando los presentes para los papás de la novia, pan, mezcal y comida junto con el traje novial con el que las damas investirán a la futura desposada.
Cuando la comitiva llegó hasta el portón que daba acceso a la casa ni siquiera pudo hacer entrega de los presentes porque el papá de la novia los enfrentó diciéndoles que lo sentía mucho pero que había cambiado de parecer, que su decisión era no entregar a la hija.
La muchacha ni siquiera se aparecía por ahí y sólo la mamá con cara de afligida se hizo presente.
–Oiga señor, pero si usted fijó la fecha de la boda, cómo es que ahora se arrepintió, le reclamaron.
–Pus como lo oyen, así que me hacen el favor de retirarse.
–Bueno, señora, usted como mamá de la novia qué dice…
–Mi señora está de acuerdo con lo que yo diga, ¿verdad vieja?, gritó el papá mientras la mamá movía la cabeza en sentido afirmativo.
La comitiva se regresó al pueblo para llevar la noticia al novio quien sólo acertó hacer lo que sus papás decidieron. Por lo pronto a comer que para eso mataron las reses, y como el conjunto musical ya estaba instalado, mientras unos bailaban otros comían, pero todos bebían.
Y se hizo la fiesta como en cualquier boda pero sin nada que tuviera que ver con los novios. El baile, la comidera y la borrachera fueron de época.
Al otro día el novio urgió nuevamente a la comitiva para ir a traer la novia. Nadie supo tampoco a qué se atenía para pensar que de un día para otro el suegro cambiaría de parecer.
Como los papás del novio habían resuelto la contingencia de la comida para ése segundo día, ninguno de los invitados se puso remilgoso para continuar la fiesta.
De manera que la comitiva salió otra vez rumbo a la casa de la novia encontrándose al papá en la misma actitud del primer día.
–Ya les dije ayer mi razón. No tiene caso que anden perdiendo el tiempo. A mi hija no se las voy a dar, y mientras daba esas razones, a propósito dejaba ver la cacha de la pistola que traía fajada en la cintura.
Pero nadie de la comitiva tuvo tiempo siquiera de contestarle porque en ése momento la hija salió de la casa ya vestida de novia haciendo a un lado a su padre y pidiendo luego la cabalgadura que habían llevado para ella, subiéndose diligentemente.
Todavía el papá no salía de la sorpresa cuando la hija se despidió.
–Ni modo papá, usté ya me había dado, y no puedo esperar más porque aquel hombre me ocupa y estamos perdiendo harto.

¿Bueno? ¡Creo que estás tirando las tortas!

La muchacha se desgañitaba ofreciendo las tortas a los viajeros. Unas las llevaba ella y otras su hermana menor que ya se entrenaba en el negocio de las tortas.
–¡Tortas, tortas, de a diez pesos las tortas! gritaba al pie del autobús en la terminal de Tecpan aquel medio día polvoriento.
–¡Compre las tortas de huevo con chorizo!, –insistía entusiasmada tratando de alcanzar las manos de los clientes que se agitaban desde las ventanillas del autobús.
Cuando hubo agotado su mercancía la muchacha buscó con la mirada a su hermanita para urgirla a que se acercara con la otra charola de tortas, pero muy en ése momento la niña había tenido el mal tino de tropezarse, dando con las tortas en el suelo.
Como suele ocurrir en esos casos, la niña se apresuró a levantar las tortas del suelo sacudiéndoles el polvo antes siquiera de fijarse en la pierna raspada.
Instintivamente se impuso el espíritu de comerciante cuando en caso de accidentes lo primero que piensan es en salvar la mercancía porque en ello va el riesgo de perder la inversión y hasta la propia existencia del negocio.
La niña levantaba las tortas del suelo, les limpiaba el polvo con las manos y luego trataba de acomodarlas otra vez en la charola.
Cuando la niña casi había logrado retomar la compostura, su hermana no pudo contener el impulso de regañarla por su torpeza de caerse  delante de la gente, y sin pensar en el futuro del negocio le gritó sin discresión.
–¡Bueno, chamaca! ¡Creo que estás tirando las tortas al suelo!
Como el grito llamó la atención de los clientes que voltearon a ver lo sucedido, la venta de las tortas terminó abruptamente.

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