Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Eduardo Pérez Haro

Sólo no se produce lo que no se siembra

Para Jorge y Max

Está por cumplirse el primer año del gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto. Su tema han sido las Reformas Estructurales (laboral, educativa, telecomunicaciones, financiera, fiscal y vendrá la energética para los próximos días). Su resultado aún es invisible para el país y para sus habitantes.
En 2012, el PIB creció 3.9 por ciento, el gobierno de EPN para 2013 pronosticó este indicador a la baja con 3.5 por ciento, empero, el pronóstico en cuestión se ha modificado tres veces a la baja hasta dejarlo en 1.7 por ciento y aún no es definitivo, pues el secretario de Hacienda, durante el Foro México Summit de The Economist, expresó que prevé una próxima revisión que, decimos nosotros, eventualmente lo disminuiría.
El empleo sigue en caída, pues sólo se alcanzarán a generar 385 mil empleos formales, de los 750 mil que se tendrían como objetivo-meta para este año. De enero a septiembre se perdieron 1 millón 63 mil puestos de trabajo, 29 millones 316 mil trabajadores se encuentran en la economía informal, esto es alrededor del 60 por ciento del total de la Población Ocupada, y 4 millones 210 mil personas se localizan en la población subocupada, sobra decir que cerca del 50 por ciento de la población nacional vive en pobreza.
Cabe agregar que los datos resultan tan adversos, que está de más ahondar en que aún cundo los índices de crecimiento de la economía y el empleo fueran menos adversos, tendríamos que pasar a analizar que no por sí mismos revelan una mejoría sustantiva. Crecimiento y distribución del ingreso no son sinónimos, aunque la jerga discursiva tiende a ofrecerlos como si lo fueran.
La mayor generación de empleo entre enero y septiembre de este año se registró en los puestos que pagan hasta 2 salarios mínimos, esto es 64.76 pesos, lo que suma 129.50 pesos. En el mismo lapso bajó y en 670 mil los que perciben de 2 a 3 salarios mínimos, y en 285 mil el número de ocupados con remuneraciones superiores a los 5 salarios mínimos. (El Financiero. 13/11/13).
Los datos no provienen de ningún invento de los opositores del régimen, ni son producto de ninguna invención de algún académico malintencionado, sencillamente son datos oficiales provenientes del Inegi, son públicos y no requieren de exagerar con ninguna interpretación. México sigue atrapado en las redes del atraso, sus indicadores en la economía y el empleo, son una revelación palpable por su estadística, pero además por el bajo perfil de ambos componentes.
Entendemos que al hablar de reformas estructurales se trata de cambios de profundidad, cuyos resultados emergen en el mediano plazo, no obstante no tendríamos que esperar para saber si esos cambios sucederán y si en este caso, se corresponden con los cambios esperados en el sentido de trabar una senda de crecimiento sostenido, con abatimiento de las desigualdades regionales, productivas y sociales.
Claramente, las Reformas Estructurales hasta hoy promovidas no advierten esta orientación, sino, en el mejor de los casos, la eventual recuperación de la dinámica de crecimiento de los negocios ya instalados y altamente monopolizados, y será siempre que la recuperación de la economía norteamericana se afiance y que el proyecto privatizador de Pemex se concluya, a la manera en que las empresas petroleras extranjeras, el sector financiero y los inversionistas se acomoden debidamente, pues de lo contrario ni siquiera se cristalizará con el proyecto centralizador que ello presupone.
O sea que, mal, si se cumple con el “proyecto” en juego, y si no se cumple peor, vaya encrucijada; pero la ironía del caso no es broma, la concepción de inversión-productividad que presupone el régimen es muy lineal y está colocada con una simplicidad escolar que “enchina la piel”, no sólo es una concepción antigua que sirvió en una etapa anterior del desarrollo, cuando se asoció la elevación de los rendimientos físicos a la productividad y funcionó a medias, pues se entendió y se llevó parcialmente a la práctica, cuando en el mundo incluso ya se estaban cambiando las formas de organización de la producción y el comercio (fin del fordismo-taylorismo), por eso decimos que funcionó a medias, pero no debemos distraernos en ello por ahora.
Los cambios que se requieren en un país atrasado como el nuestro, no deben de perder de vista las razones que han provocado la crisis de los países desarrollados, particularmente el crecimiento desmedido del sector financiero especulativo, los monopolios recargados en tecnologías que han sido rebasadas, pero que quieren eternizararse cerrando el paso a la modernización basada en las nuevas tecnologías, propias de la economía del conocimiento y la disminución del Estado, llevándolo al simple juego de apalancamiento del sector financiero mediante el endeudamiento público, con el consecuente ahorro y pago como modus operandi.
Para el gran capital financiero, la sociedad y el Estado aparecen como base y palanca del enriquecimiento altamente centralizado, empero el crecimiento infrenable del capital dinerario tiende a colapsarse, pues al crecer como un valor en sí mismo y perderse como equivalente de los bienes y servicios, ya no mueve la economía y el ingreso; de tal forma que deviene en sobreproducción crediticia, sin consumo de contraparte, configurando el cuadro de condiciones de una crisis –que ya se dio y está en curso– pero que se intenta reciclar a costa del desarrollo.
Ningún país puede escapar a ese torbellino, pero el padecimiento de los países puede ser de magnitudes muy diferentes, por ejemplo los países emergentes, y aun dentro de éstos será distinto, tienen mejores condiciones que los países atrasados. Condiciones que se refieren a factores estructurales en la conformación del capital, en tanto que reunión de los llamados factores de la producción dígase tecnología, infraestructura, medios de producción, fuerza de trabajo capacitada, formas correspondientes de la organización del trabajo, financiamiento competitivo, etcétera. Un país atrasado lo es precisamente porque no dispone de esos recursos en las mejores condiciones, y México es precisamente uno de ellos.
La fórmula de inversión-productividad expuesta de manera llana y plana no es más que una verdad a medias, pero como suele decirse, una verdad a medias no es verdad o mejor dicho, es mentira. Es verdad para un potente empresario que tiene manera de “emparejar el terreno”, de ponerle “muros de contención” a su negocio, que lo apuntala con acomodos legales en la mejor resolución de la reunión de sus factores productivos y de costos, pero no es lo mismo al pensarlo para un país con rezagos acumulados, desigualdades y desequilibrios. Ahí emparejar el terreno y apuntalar el crecimiento es una tarea de otro grado de complejidad, y no es un acomodo simple de factores físicos, porque en este caso intervienen humanidades de carne y hueso con historias y condiciones distintas. Y además se hace en un mundo de características igualmente complejas.
Habría que tomar debida cuenta de la combinación de las áreas de oportunidad de los mercados interno y externo, en el tipo de productos que en cada caso se precisan sin dejarlo abierto a la iniciativa de los llevados y traídos “emprendedores”, que representan una categoría muy particular de agentes de cambio que no debe de confundirse con los especuladores, que van a cualquier “bissnes” de ganancias rápidas y que tanto se presumen en las pláticas de sobremesas y pasillos de las burocracias públicas y privadas, confundiendo las teorías del cambio y el desarrollo de Shumpeter y otros, con los listos y temerarios jóvenes hombres de negocios.
Habría que partir de la observancia de esas exigencias de los mercados con relación a las regiones del territorio y de sus potenciales e insuficiencias específicas, en la infraestructura y la fuerza de trabajo, tomando en cuenta las condiciones de la competencia global y la particular asunción de las nuevas tecnologías y formas de organización del trabajo y el comercio, y estos factores, todos apalancados por un eficaz financiamiento que atienda los ciclos de mediano y largo plazos, y en la base de todo ello la educación y la capacitación de habilidades y desempeños.
¿Dónde están las reformas del caso? No se ven, porque las que se han aprobado distan de esas orientaciones y especificidades. El presidente se aproxima a cerrar el primer año de gobierno, y sin tener a la vista nada que festejar se mira satisfecho y se encamina a más de esto que peca de simple, pero no lo es. Simple porque sus “reformas” no se han desprendido de una problematización de la situación de México en el contexto de la reestructuración mundial en curso, y porque sus medidas no responden al reconocimiento de las condiciones nacionales y regionales de México. Sino al axioma de la inversión-productividad, en la que se escuda como razonable cualquier práctica
No media el diálogo y la negociación con los diferentes actores, no hay nuevos entendimientos y acuerdos, no hay prioridades ni plazos. No hay Proyecto. Sólo parece haber la máxima de la productividad y ni siquiera, se suelta como una frase como si por fuerza de repetirla se sucediese o se externa, porque levanta expectativas y distrae mientras la verdad de los negocios se procesa con los interlocutores de las élites del dinero. Decía simple por su linealidad y llaneza, pero no lo es cuando sirve a los concentrados intereses de los hombres y corporaciones que en este contexto de país atrasado amasan grandes fortunas y siguen.
Un ejemplo de todo esto que caracteriza al régimen se puede mirar en el discurso de “Un nuevo campo para México”, que pronunciara hace dos semanas en Nayarit y en el que sugiere un campo que sea rentable, que dé seguridad alimentaria y remuneraciones justas, y tras reconocer que “a muchos años y muchas décadas dedicadas o dedicados varios esfuerzos… no han sido suficiente para cambiar el rostro”, y propone la construcción de “agroparques” como el factor de “cambios y transformaciones, que son simientes muy importantes para el rostro del país y especialmente de este sector, que sea uno nuevo, sea distinto, sea de mayor dignidad, sea uno, sobre todo, de mayor orgullo y sobre todo que muestre realmente prosperidad y desarrollo de nuestro país”. Fuerte reconocimiento y muchas palabras.
Pero es una idea que no se explica en el contexto nacional, no pasa por revisar el cambio en el patrón de actividades del sector y/o de uso del suelo, no se explica en las ondulaciones del nivel de precios de los alimentos que se están presentando en el orden global, no tiene un marco de acuerdos con los diversos actores. No se muestran las bases de la propuesta y así parece que una buena idea de productividad, pero fuera de contexto, no hay una explicitación de cuántos, en dónde, en qué productos y con qué productores; no se reconoce su magnitud y su pertinencia vuelve a pender de la fuerza de la verdad a medias, que en economía se presenta como aumentar la escala de operación para disminuir costos y así la productividad-rentabilidad.
Ojalá Nayarit quintuplique la producción de maíz, triplique la de arroz y aumente en dos veces y media la de frijol, como comprometió el presidente, estaremos atentos para el segundo aniversario del régimen. Por ahora no tenemos el espacio para analizar el tema con mayor desagregación, pero todo parece que más que una concepción y una política de cambio para el sector agropecuario, se ha querido atajar las reclamaciones de las organizaciones de productores que se han percatado del descenso de los precios, el retraso de los apoyos gubernamentales, de su lugar marginal en el marco de las reformas y los pactos, incluso de la atención y buen trato que al menos, el PRI y sus regímenes, antaño solían conceder. De mientras nos ofrece otra reforma estructural ahora para el Campo, que vendrá el año próximo, no sé si para celebrar el primer cumpleaños, esa es la noticia buena o la mala.

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