Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Las calles de Acapulco XVI

Calles Plumíferas

Las calles con nombres de cóndores, águilas y halcones no se imaginan cerca del mar sino en las alturas serranas. Y allá están, efectivamente, en la colonia Alta Generación 2000. Los canarios, por el contrario, son totalmente urbanos y por ello denominan arterias de las colonias Lago Dorado y CNOP. Aunque en esta última quizás aludan a los oradores políticos así llamados a veces aunque les queda mejor lo de jilgueros. Golondrinas son una calle en La Frontera y un andador en La Chinameca. Y la mera verdad, los vecinos no están en esperan de ver cumplido el vaticinio beckeriano, aquél sobre la vuelta de las oscuras golondrinas sus nidos a colgar.
Garzas y Gaviotas son las calles plumíferas más repetidas del puerto, con tres menciones cada una. La avenida Flamingos es la reina de las avenidas avícolas del puerto y resulta que ninguno de tales pajarracos patas largas se ha visto nunca por aquí. Tampoco a los cisnes ni a los quetzales y sin embargo sí hay arterias con los nombres de tan hermosas especies. Las palomas, por el contrario, son tantas que en algunos sitios constituyen auténticas y peligrosas plagas. La calle Patos, según ya quedamos aquí mismo, no se refiere a la familia del tío Rico McPato, el Slim de los palmípedos, sino a las plantas acuáticas bulbosas. Son arrastradas por las corrientes a partir de la laguna de Coyuca de Benítez y concentradas finalmente en la ensenada del mismo nombre.

Santos y demonios

Un perfecto equilibrio lograron los fraccionadores del Quemado del Porvenir, al bautizar sus calles con nombres de haciendas santificadas, mita y mita, con los de los doce últimos gobernadores de Guerrero. La de San Miguel, por ejemplo, corresponde el general Baltazar Leyva Mancilla (1945-1951); la Guadalupe a Alejandro Gómez Maganda (1951-1954); Santa Mónica empata con el general Raúl Caballero Aburto (1957-1961); Santa Rosario con Arturo (no Emigdio) Martínez Adame (1961-1963). A la Santa Cruz corresponde el doctor Raymundo Abarca Alarcón (1963-1969): Caritino Maldonado (1969- 1971) se junta con la San José, mientras que a Israel Nogueda Otero (1970-1975) le corresponde La Cienaguilla: Rubén Figueroa Figueroa va con la San José y le siguen Alejandro Cervantes Delgado, Rubén Figueroa Alcocer, Francisco Ruiz Massieu, René Juárez Cisneros y Ángel Aguirre Rivero.

Los presidentes

Bautizar una calle con el nombre de un político, cualquiera que sea su rango, generalmente tiene motivaciones sentimentales. Por ejemplo, que el funcionario haya apoyado las gestiones para lograr los terrenos destinados al núcleo poblacional o simplemente que les haya cubierto la pavimentación de la arteria a él dedicada. Sorprende por ello que asentamientos más o menos recientes miren al pasado en busca de los personajes para su nomenclatura. Caso este de la colonia La Alborada, muy cerca de la planta de tratamiento de CAPAMA.
Las calles de La Alborada, decíamos, llevan los nombres de varios lejanos expresidentes de la República. Ahí están: Emilio “Cortes” (Portes) Gil (1928-1930), Pascual Ortiz Rubio (1930-1932); Abelardo L. Rodríguez (1932-1934); Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940); Manuel Ávila Camacho (1940-1946); Miguel Alemán Valdés (1946- 1952); Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) y Adolfo López Mateos (1958-1964).
Merecido homenaje, particularmente, para Portes Gil quien dirigió, comisionado por el presidente Alemán, la construcción del primer sistema de agua potable de Acapulco –El Chorro, en Coyuca de Benítez. Fue, además, como gobernador de Tamaulipas, mecenas del “Cuarteto Tamaulipeco” del que formó parte nuestro José Agustín Ramírez, autor anónimo, dicen, del huapango El Cuerudo, un himno para los tamaulipecos.
En cambio, no lo merece Ortiz Rubio, quien era un poco menos pendejo que lo que creía la gente llamándolo El Nopalito –por baboso y por “aquellito” mismo. Nopalito vino a Acapulco poco antes de renunciar a la Presidencia de la República (ignoraba que en México no se renuncia ni al puesto de barrendero municipal). Lo acompañaron su secretario de Obras Públicas, Juan Andrew Almazán y el gobernador Adrián Castrejón. Entre los tres se agandallaron los terrenos sembrados con miles y miles de palmeras a partir del fuerte de San Diego y hasta la actual glorieta de la Diana, entre la hoy avenida Cuauhtémoc y el mar. La amañada expropiación presidencial fijó el pago de 20 centavos por hectárea de terreno. ¡Ratas de dos patas!, así calificados certeramente por Paquita la del Barrio.

Las Brisas

Los vientos dominan en el fraccionamiento residencial de Las Brisas. Sus calles son, efectivamente, Vientos Alisios, Cardinales, Cuatro Vientos, Monzones y Levante.
Brisa Guitarrón: Rompeolas, Sendero Náutica, Sendero Poseidón, Paso del
Mástil, Taifaros.
Joyas de Brisamar, por su parte, está en la misma tónica marítima con sus calles Mareas, Brisas, Ventisca, Neblina, Altamar y Ciclón.
No desentonan los Paseos de Punta Diamante: De la Roca, Del Manantial, De la Caña, Del Arrecife y De la Cresta (¿la de la ola?).

La diversidad vial

Selenita (Joyas del Marqués): Sendero del Rey (Porto Chervo); Tecolote (Cayaco); Zicapa (Centro); Loma de Pozohuacan (Lomas del Valle); Congreso de 1819 (Insurgentes del Sur); andador CREIT (Jardín Azteca); Tepanos (Porto Chervo); Cacahuananche (Mirador de El Palmar); Aposento Alto (Las Delicias); Escaleras del Capulín y del Ciprés (centro); Paseo del Río de La Sabana (La Frontera); andador El Pescador (Estado de Gro); Sandía (Jardín Mangos); Cacahuate, Manguito y Limoncito (ampliación La Esmeralda) y Urracas (Costa Brava).

Las calles y sus personajes

Por el apodo de El Judas cualquier extraño podría pensar que Serapio Mejía era autor de alguna traición infame o bien que se trataba realmente de un felón contumaz. Craso error. Serapio era una auténtica alma de Dios, tan bueno como el pan, según el aval de los acapulqueños.
El remoquete lo había ganado a pulso durante una primera representación de la Pasión de Cristo, llevando el papel de tan siniestro personaje. Dramatización a cargo de vecinos de los barrios y cuya dirección estaba a cargo del cura párroco del templo de La Soledad. Tal fue en los años 20 el acontecimiento estelar de la Semana Santa en Acapulco, concentrando a miles en la ruta dolorosa que incluía varias calles céntricas para concluir en el Zócalo.
La soberbia actuación de Serapio será premiada por los acapulqueños llamándolo Judas, todos los días y en todos los escenarios, llegando incluso a olvidarse del nombre propio. Serapio asumía no exento de orgullo el feo estigma, consciente de que premiaba sus grandes dotes actorales. No faltarán, sin embargo, quienes le asignen a tal carga una penitencia de por vida. “Algo haría, el viejo cabrón”, chismorreaban algunas beatas odiándolo como al personaje bíblico.

Calle Hidalgo

Fue la calle Hidalgo escenario del primer cinematógrafo de Acapulco, llamado “Teatro Salón Hidalgo”, propiedad del italiano Angelo Mazzini, marinero desertor de un buque ruso estando surto en la bahía porteña. Las películas silentes ahí exhibidas tendrán el acompañamiento de un piano y un violín, el primero dará vida a las escenas de acción y el segundo a las románticas. Muchas veces los sollozos de algunas damas del público se sobreponían a los temas musicales.
En su libro Del Acapulco de Antes, Concha Hudson recuerda a don Ángel, no Angelo, como propietario de una cantina en la esquina de Hidalgo y Madero. Única en el puerto que servía bebidas frías por poseer el vaporino (asi llamados quienes servían en vapores) un extraña maquinita para hacer hielo. Los cantineros locales achacaban al hielo todos los males de la garganta, los bronquiales y los pulmonares. “¡Envidiosos, figli di una mignotta! se defendía el italiano.
Otro recuerdo de Concha Hudson, niña vecina de don Ángel en la misma calle Hidalgo, se refiere a su fonógrafo RCA, igualmente único en Acapulco. Las arias de ópera escuchadas en aquel sorprendente aparato serán identificadas más tarde por ella.

Industrial-Tecnológica

Las calles de las colonias Industrial y Tecnológica, cerca de la Vacacional, sí guardan relación con tales denominaciones. Se llaman Computación, Televisión, Radio, Comunicación, Tecnología, Aristóteles, Pitágoras, Galileo, Edison, Fábrica y Textil.

La diversidad vial

La Cueva de Alí (Paraíso Pichilingue), Fernando Rosas (Cuauhtémoc), Salinas de Gortari, ¿el malo o el peor? (Nicolás Bravo); Alta Tensión (9 calles), Año Nuevo (Guerrero es Primero), Las Antenas (Mirador del Coloso), Atmósfera y Calvario (Ampliación Sinaí), Del Templo, andador (Mártir de Cuilapan), Antonio I. Delgado (La Frontera), Lyon (Infonavit Cuauhtémoc), Himno Nacional (Navidad), Grecia Oriente (El Porvenir), Niño Artillero (Solidaridad) y Libertad del Sur (Porvenir).

Las calles y sus personajes

“Espíritu, a sus órdenes, soy un hombre sin apellidos y no me pregunte por qué”. Así se presentaba un hombre pequeñito con los miembros inferiores atrofiados, atado a un carrito de madera con llantas movidas por balines. Los acapulqueños le endilgaron certeramente el sobrenombre de El Poquito.
Espíritu se ganaba la vida tejiendo sombreros de palma y tenía como centro de operaciones la banqueta de la ferretería Muñúzuri, en la avenida Cuauhtémoc. Recorría las calles de la ciudad con movilidad asombrosa, protegidos codos y rodillas con gruesas cubiertas de cuero. Su mercancía resultaba muy atractiva para propios y extraños por lo que daba cuenta de ella en poco tiempos. Entonces se dirigía presuroso al mercado central para reunirse con sus amigos conocido como El Escuadrón de los pedotes.
Adueñados de la calle Xóchitl, Poquito y su palomilla la hacían intransitable convertida en sucia cantina. A toda hora bebían un champurrete demoledor cuyo contenido era, mita y mita, 30 centavos alcohol de 90 grados y refresco de limón del mismo precio. Lo llamaban justamente como el rifle: “30-30”.
Los porteños conocían el carácter irascible de El Poquito, especialmente cuando andaba entonado, sacándole entonces la vuelta. Sus compañeros de batallas con el “30-30” también le temían porque manejaba el verduguillo como un autentico samurai. Su mayor timbre de orgullo era haberse despachado a dos cabrones que se rieron de él. “Y no crean que los toqué en las piernas, advertía, a los dos les partí el corazón”.
Cuando El Poquito desaparezca de las calles de Acapulco, se hablará de que alguien le habría ganado la partida.

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