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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

*Desmenuzando el miedo

El silencio que impone el miedo es tenso, zozobra callada que todos oyen, susurro tenue de oraciones y plegarias colectivas invocando fuerzas y poderes divinos que ahuyenten demonios y alejen fatalidades.
Muy a nuestro pesar, los vecinos de la violencia hemos aprendido a vivir con miedo, a refugiarnos en el silencio, con la frágil esperanza de eludir el zarpazo de la tragedia, deseando ser invisibles para sortear sanos y salvos los peligros inminentes del laberinto cotidiano. Son tantos ya sus fieles, que el silencio se ha vuelto denso y espeso, en la cruel ironía de una estridencia sorda.
Pero el silencio tenso del miedo se esparce aún más cuando la violencia estalla cerca, cuando ataca y hiere querencias y conocencias próximas. Entonces, cuando el silencio no es suficiente, el miedo obliga a cerrar bien los ojos, apagar la luz y guarecernos chiquitos en el rincón más obscuro.
Así lo hicimos y nos sentimos muchos la semana pasada, cuando supimos del secuestro de un chilpancingueño de siempre, hombre de familia, bueno y de bien, querido y respetado por ajenos y propios, tan parecido y cercano a todos, que al saber de su secuestro, nos sentimos secuestrados todos.
Abatido, pensando en el incomparable abatimiento de su esposa y sus hijos, aguanté en silencio poco más de un día, hasta que su familia invitó a una misa pública para orar por su regreso.
En mi muro de Facebook, escribí más como desahogo que como denuncia: “más que tristeza, me da coraje; más que miedo, siento impotencia; más que callar, quiero gritar”.
De inmediato, los desahogos coincidentes y solidarios llegaron. Comparto tres, representativos del resto: “ya no queremos jardines bonitos, ya no queremos pendones ni festejos, lo que queremos es paz y seguridad en nuestra ciudad. Igual que tú quisiera ¡gritar!”, dijo una amiga Face; “no sé qué pase Arturo, pero mi solidaridad y en lo que se pueda en estos (momentos) y siempre es cuando todos tenemos que estar juntos y decir ¡¡¡ya basta!!!”, dijo otro, como dijeron más: “ya basta, hoy podríamos ser nosotros”.
Descubrí que no siempre es de tontos el consuelo por el mal de muchos. Animado por la catarsis virtual pero fraterna, y afortunadamente por el pronto regreso del amigo común, traté de encontrar razones y motivos para entender mejor este miedo silencioso que tanto somete, pero del que tantos quisieran liberarse.
Paradójicamente, encontré un ensayo y un poema. Los comparto aquí, paisanos y vecinos lectores, con el deseo de que a más de uno le parezcan esclarecedor, el primero, e inspirador, el segundo, como me parecieron a mí.
Primero, extractos del ensayo, escrito por el politólogo estadunidense de la Universidad de Colorado, Phil Barker, integrante además del equipo de Conflict Research Consortium.
“El miedo es una emoción desagradable y a menudo fuerte, causada por la anticipación o la certeza del peligro. El miedo es completamente natural y ayuda a la gente a reconocer y responder ante situaciones peligrosas o amenazas. Sin embargo, el miedo saludable –o el miedo que tiene una función de protección–, puede evolucionar en miedo patológico, y provocar un comportamiento exagerado y violento”.
“El eslabón que une a los movimientos políticos violentos es el miedo. No es el único factor detrás de la violencia política, ni necesariamente el más obvio, pero siempre está ahí. Siempre que preguntamos por qué la gente odia, o por qué está dispuesta a matar o morir por una causa, la respuesta es invariablemente el miedo, asegura James F. Mattil.
“Por su parte, el doctor Ivan Kos describe diferente niveles de miedo. El primero es el miedo real, o el que se basa en una situación real. Si alguien o algo nos lastima, hay razón para tener miedo en el futuro. El segundo es el realista, o miedo posible. Este es miedo basado en la realidad que motiva a una persona a evitar una amenaza latente, como cruzar una avenida muy transitada. El siguiente, el miedo exagerado o emocional, tiene que ver con recuerdos individuales de miedos pasados que se inyectan en situaciones presentes. Este tipo de miedo es particularmente relevante para el conflicto. El miedo emocional afecta la manera en que la gente maneja situaciones conflictivas”.
Más adelante en su ensayo, Barker describe las causas del miedo: “El conflicto a menudo se origina por necesidades insatisfechas y los miedos relacionados con esas necesidades. El miedo más común en un conflicto incontrolable es el miedo de perder la identidad y/o la seguridad personal. Individuos y grupos se identifican de determinadas maneras (basadas en cultura, lenguaje, raza, religión, etcétera), y las amenazas a esas identidades agitan miedos muy reales –miedo a la extinción, al futuro, a la opresión”.
“Para mucha gente, el mundo está cambiando rápidamente y como resultado sus vidas están siendo alteradas. Para alguna gente religiosa, este cambio genera el miedo a que los jóvenes abandonarán la Iglesia, a que los medios masivos de comunicación serán más importantes e influyentes en la vida de sus hijos, y que están perdiendo el control de su propio futuro. Estas amenazas a la identidad resultan en miedo.
“De manera similar, en muchos conflictos étnicos, una historia de humillación, opresión, sentimientos de inferioridad, persecución y otros tipos de discriminación, conducen a miedos parecidos”.
Sin embargo, explica Barker, “el miedo es un factor muy importante en conflictos ingobernables. Emociones como el miedo a menudo pueden ocasionar comportamientos extremos e irracionales en la gente, lo que puede resultar en el escalamiento del conflicto. De acuerdo con James F. Mattil, editor de la Guía para el conflicto mundial, el eslabón común que desata la violencia de movimientos políticos es el miedo. No es el único factor motivador detrás de la violencia política, ni necesariamente el más obvio, pero prácticamente siempre es uno de los más importantes. Cuando le preguntamos a la gente por qué odian, o por qué están dispuestos a matar o morir por una causa, la respuesta invariable es miedo.
“La historia juega un papel importante en este proceso. Las experiencias históricas determinan la forma en que los grupos perciben las amenazas. Si un grupo ha sido lastimado o herido en el pasado, afecta su percepción del presente”. En este sentido, aclara que “a menudo, la historia exagera, es decir, un grupo es retratado como extremadamente heroico y otro como bárbaro o inhumano. Ello ocasiona mayor maltrato, ya que es más fácil abusar o agredir a un grupo que ha sido deshumanizado. Un ciclo se desarrolla: alguien es herido, resultando en miedo y la demonización de la persona o grupo que lo hirió; entonces, es más probable que se repitan esos errores en el futuro”.
En este sentido, Barker destaca que “a menudo los líderes usan el miedo para su beneficio político. Los líderes necesitan el apoyo de los que representan y una forma de ganar ese apoyo es jugar con los miedos de la gente”.
Sin embargo, advierte sobre la importancia de que los líderes estén conscientes “de las consecuencias de usar el miedo como una herramienta motivacional. Ya que el miedo es una emoción poderosa, los líderes deben ser extremadamente cuidadosos al jugar con los miedos de la gente”.
Barker no se enfoca en las formas en que los individuos pueden controlar el miedo en el contexto de un conflicto, pero subraya que “para superar el miedo, las personas y los grupos deben primero deben reconocerlos y entender cuán destructivos pueden ser. No obstante, es igual de importante estar consciente de los miedos de los demás. Al hacerlo, se reconocen coincidencias y eso facilita las cosas para todos”.
Terco, urgido más bien, busqué las respuestas que Barker no me ofreció. Aunque encontré varias, la perspectiva de la mayoría era demasiado sicológica, pensadas para miedos individuales, no colectivos.
Sin embargo, hubo una que me pareció tan precisa como inspiradora, a pesar de que su autor es un escritor estadunidense de novelas de horror, Ralph Robert Moore. En un ensayo sobre el ‘miedo’, afirma que “lo contrario al ‘miedo’ es la ‘cooperación’”.
Luego encontré un poema de Mario Benedetti, Preliminar del miedo, que me regaló una fórmula para desmenuzar y derrotar el miedo, una romántica inspiración que los científicos seguramente desdeñarían.

Por sobre las terrazas alunadas
donde se aman
cautelosamente los gatos
y los brillos esquivan las chimeneas
creo que nadie sabe
lo que yo sé esta noche
algo aprendido a pedacitos
y a pulsaciones
y que integra mi pánico
tradicional modesto.
¿Cómo desmenuzar
plácidamente el miedo
comprender por fin que
no es una excusa
sino un escalofrío
parecido al disfrute
sólo que amarguísimo
y sin atenuantes?
Los suicidas no tienen problemas
al respecto
deciden derrotarse y
a veces lo consiguen
entran en el miedo
como en una piragua
sin remos y con rumbo de cascada
son los descubridores del alivio.
Pero la paz les dura una milésima
tampoco los homicidas
se preocupan mucho
limitan el miedo a una coyuntura
desenvainan la furia
o aprietan el gatillo
y todo queda así simplificado y yerto.
Pero los demás
o sea los que venimos
tironeados por la maravilla
y perseguidos por el horror
los demás o sea los compinches
de la duda
los candorosos los irresponsables
los violentos pero no tanto
los tranquilos pero no mucho
los deportados de la buena fe
los necesitados de alegría
los ambulantes y los turbados
los omisos de la vanguardia
los atrasados de la vislumbre
ésos qué haremos con el mundo
sino asediarlo a escaramuzas
desmenuzarlo con las uñas
extinguirlo con el resuello
desmantelarlo a mordiscones
hacerlo trizas con la mirada
dar cuenta de él con el amor
estrangularlo.

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