Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

*El macheteado

Felipe y yo los acompañamos en la primera visita de estudio que hicieron en la zona en el mes de noviembre del 2006.
La geógrafa venía de Morelia de un centro que tiene la UNAM en aquella ciudad y el responsable del proyecto era de la Universidad de Miami, un güero gigante que tenía que doblarse para caber en el jeep que contratamos para el viaje.
El estudio consistía en medir y comparar el comportamiento de la capa vegetal en una zona de conservación con otra ejidal que simplemente ha quedado abandonada o baldía.
En la sierra de Guerrero la muestra comprendía un área ubicada entre los municipios de Tecpan y Petatlán, pegado al Filo Mayor.
Aunque Felipe y yo éramos los expertos conocedores de esa zona, en el camino resultó ser el chofer quien mejor se ubicaba en el intrincado de caminos que encontramos en el trayecto hasta llegar al punto marcado en el mapa como el cerro de la Ola.
Por cierto que muy cerca de ése lugar hicimos un descanso para desentumirnos en lo más sombreado del camino, reparando demasiado tarde que lo hicimos casi en medio de un campamento militar simulado entre el bosque, debiendo explicar a los oficiales la razón de nuestra presencia.
Después los estudiosos regresaron solos para continuar el trabajo encomendado apoyándose en familiares y conocidos con quienes recomendamos.
Al poco tiempo tanto la geógrafa como el norteamericano que se habían hecho mis amigos me llamaron un día por teléfono para invitarme a cenar en un restaurante frente a la hermosa bahía de Zihuatanejo.
En la cena me hicieron partícipe de que en el transcurso del estudio se hicieron novios y que habían decidido casarse. Me lo comunicaban porque consideraban que gracias a mí se habían conocido y la cena a la que me invitaban era muestra de agradecimiento.
Ya en la plática la geógrafa me dijo que querían compartirme una de las experiencias más impresionantes que habían vivido allá en lo alto de la sierra durante las semanas que permanecieron haciendo el estudio.
Me contó que desde el primer día que se instalaron en el pueblo donde establecieron su base le llamó la atención una casa apartada que aunque parecía abandonada y la confirmaban así los vecinos, en las mañanas ella veía el humo de la chimenea como señal de que alguien ocupaba la cocina.
Cuando les tocó aplicar la encuesta a los vecinos la geógrafa no perdía la oportunidad de preguntar sobre la casa que parecía abandonada, encontrándose siempre con la respuesta inicial. Claro, la curiosidad no iba más allá del interés por encuestar todas las casas, pero también por ahorrarse la hora de camino empinado que calculaba hacer para llegar al lugar teniendo una barranca de por medio.
Por fin una noche la dueña de la tienda con la que hizo amistad le platicó a la geógrafa en confianza la verdad sobre la casa. Le dijo que en ella habitaba su dueño, un señor como de 70 años que vivía solo y nunca tenía visitas y tampoco visitaba a nadie.
Que solamente cuando necesitaba algo de la tienda bajaba al pueblo ya oscureciendo para que nadie lo viera.
La historia en el pueblo decía que el señor llegó de joven recién casado con su mujer y su suegra, que pidió un lote apartado de las casas, que trabajaba en el monte y era peón de quien lo contrataba, pero que le empezó a dar mala vida a su mujer desde que supo que no podía tener hijos.
Que la gente lo recordaba porque era un señor corajudo y violento que andaba siempre con la cara empuñada. No permitía que su mujer saliera para ninguna parte y era él o su suegra quienes se encargaban de las compras.
Que cada vez que se emborrachaba era golpiza segura la que daba a su esposa pasando por encima de la suegra que se deshacía en súplicas para que no le pegara.
Que algunos decían que si no había matado a la esposa era gracias a la suegra que se interponía siempre recibiendo por eso su propia ración de golpes.
Que esa vida duró años y que cuando en el pueblo los vecinos se habían resignado a que nada iba a cambiar en esa relación violenta, sucedió la tragedia.
Dicen que una tarde de borrachera el señor repitió sus dosis de golpes contra las dos mujeres y que si no las mató fue porque de veras estaba borracho y terminó quedándose dormido.
Que entonces la madre y la hija comenzaron con su venganza empezando por amarrarlo a la cama, luego se dieron a la tarea de machetearlo tan violentamente que por más esfuerzo que hizo el hombre para defenderse, terminó abatido sólo para vivir el suplicio de cada cortada que meticulosamente las mujeres le hicieron para dejarlo completamente desfigurado y por muerto, batido en su propia sangre.
Que en el pueblo el silencio del día siguiente en aquella casa les cupo de raro y que luego les pico la curiosidad porque se supo que alguien antes del amanecer había visto en el camino a dos mujeres que se alejaban de prisa.
Que ya en el segundo día de silencio en la casa a los vecinos les venció la curiosidad  y no faltó quien quisiera saber lo sucedido acercándose hasta allá.
Que luego se corrió la voz y después todos dieron cuenta de lo sucedido; que en el cuerpo del marido se le veían casi los huesos por donde había entrado el filo del machete. Brazos y piernas macheteados con todo el coraje que las dos mujeres habían acumulado; cara y cuerpo acuchillados como prueba del odio y quizá también del miedo contra ése hombre violento que las lastimaba.
Que por el estado en que lo dejaron y moribundo como estaba sólo la curandera del pueblo lo tomó a su cargo y lo curó con puras plantas medicinales que milagrosamente le salvaron la vida.
Que a las pocas semanas se supo que el hombre había vuelto a caminar pero que como la curandera no sabía coser heridas y tampoco tenía la manera de hacerlo, el cuerpo cicatrizó con la carne expuesta quedándole un rostro tan deforme que daba miedo.
Que nadie supo si alguna vez el hombre pudo verse en un espejo con su rostro desfigurado, pero que desde entonces se escondía de la gente como si así purgara su pena.
Dice la geógrafa que con esos antecedentes de que la casa estaba habitada cumplió su obligación de visitarla.
Cuenta que a pesar de que iba preparada anímicamente con lo que espera encontrar, cuando estuvo frente al hombre se asustó tanto al verlo que nada le pudo preguntar, y que tampoco hizo falta porque también se dio cuenta que el hombre  no podía hablar porque también le habían cortado la lengua.

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