Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

En aquel noviembre

 

A Marcel Proust se le recuerda por un portento literario: En busca del tiempo perdido. Hace 100 años, la editorial Grasset iniciaba una aventura con la edición de Por el camino de Swann, novela que el parisino escribiera tras la muerte de sus padres. Enfermo y deprimido, enclaustrado en una habitación forrada de corcho (102 del boulevard Haussmann, de París), Proust mantuvo un encierro de 14 años y en ese lapso creó lo que hoy se considera una obra insuperable, aunque también sufrió la negativa de algunas editoriales.
André Gide fue quien dictaminó el manuscrito de Por el camino de Swann.
Cosa curiosa es que meses después la editorial Gallimard (también Gide) lamentó haber devuelto esa novela. “No es posible que un señor pueda emplear 30 páginas en describir cómo da vueltas y más vueltas en su cama antes de conciliar el sueño”, señaló Gide sobre esa novela. Y especificó que ese libro no poseía los elementos ortodoxos de una narración: iba y venía entre la poesía y la narrativa, jugaba formalmente con el tiempo, sólo dejaba que hablara la memoria. Paradójicamente, el tiempo ha demostrado que Gide estaba equivocado y, mejor todavía, que las novelas no tienen por qué ser una caminito de hechos que progresivamente seducen al lector. Pero meses después, Gide escribe una carta a Proust para ofrecerle una disculpa por haber rechazado su manuscrito. Algunas de las frases que se han revelado en esa misiva son francamente culpígenas. “Me confieso ante usted esta mañana, suplicándole que sea conmigo más indulgente de lo que hoy soy conmigo mismo […] No tuve a disposición sino uno de los cuadernos de su libro, el cual abrí con mano distraída, y la mala suerte quiso que mi atención cayera de inmediato en la taza de manzanilla de la página 62, para luego resbalarme, en la página 64, en la frase (la única del libro que no logro de verdad explicarme hasta ahora, ya que no soy capaz de esperar a terminarlo del todo antes de escribirle) que se refiere a una frente de la que se transparentan las vértebras. Y ahora no me basta con amar este libro, percibo que siento por él y por usted mismo una especie de afecto, de admiración. No puedo seguir. Tengo demasiados remordimientos, demasiados dolores[…]”, escribió el arrepentido Gide. Proust no guardó las cartas y sus respuestas (pueden cotejarse en el libro La locura que viene de las ninfas, de Roberto Calasso) siempre van de la crítica al elogio, jamás perdonó el dictamen negativo.
En castellano, la primera traducción de Por el camino de Swann es la que publicó en la segunda década del siglo pasado el poeta Pedro Salinas. Carlos Manzano presentó en el 2000, en la editorial Lumen, su versión de En busca del tiempo perdido. Los críticos literarios consideraron que este caballero hizo un trabajo excelente. El método de trabajo que siguió Manzano consistía en darle plasticidad a las oraciones. “Proust es un caso de la extravagancia de la voluntad de estilo y descubro una hipertrofia de la hipotaxis que en manos menos geniales habría producido un adefesio. Emprendí la tarea convencido de poder crear un texto en español que fuera la correspondencia estilística —es decir, fundamentalmente sintáctica— idónea del original, tal como la habría creado su autor, si hubiera sido hablante nativo del español. Quiero decir que, para la transposición sintáctica de sus famosos períodos largos y, aparentemente complejos, se debía recurrir, más que en ningún otro caso, al orden de palabras clásico-barroco español, que es diferente del francés, pero sin simplificar sus oraciones, sino dándoles la claridad necesaria gracias a una puntuación rigurosa y coherente”. Aunque la traducción canónica, de Alianza Editorial, es la de Consuelo Berges, quien en 1969 dio el carpetazo al expediente Proust con los siete volúmenes de la saga: Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado.
En busca del tiempo perdido?muestra la vida de Marcel: su infancia, sus amigos, sus estudios, su vida de dandy en ambientes mundanos, su familia. Claro que el hecho de que Proust metiera a sus conocidos en su obra devino en una serie de malos entendidos y enemistades.
Marcel autofinanció Por el camino de Swann y el 14 de noviembre de 1913 se puso en marcha la distribución de una saga que 100 años después sigue atrayendo a nuevos y consumados lectores. En 1919, la editorial Gallimard decidió publicar todos los volúmenes de la saga, pero Proust ya no conoció las portadas de La prisionera (1923), La fugitiva?(1925) y El tiempo recobrado?(1927), murió el 18 de noviembre de 1922: sus restos yacen en el famosísimo cementerio Père-Lachaise, en París.

468 ad