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Florencio Salazar Adame

EPN y el poder indirecto

En algún texto de Héctor Aguilar Camín leí que el candidato presidencial del PNR, Lázaro Cárdenas, visitó a Plutarco Elías Calles en su hacienda de Sonora. Calles jugaba dominó cuando le anunciaron la visita del hombre de Jiquilpan. “Que espere”, dijo el ex Presidente. Don Lázaro esperó en la antesala hasta que terminó la partida. Don Lázaro sabía que su destino político  dependía de la voluntad del Jefe Máximo.
Don Lázaro como militar fue discreto, pero como político sumamente hábil. Gobernador de Michoacán, presidente del PNR y secretario de Gobernación,  llegó a la Presidencia de la República a los 36 años. Durante su trayectoria política actúo sin protagonismo, sin el aporte de grandes ideas, por lo cual sus contemporáneos no vieron en él a un adversario y menos a un competidor. Para Calles era la figura adecuada,  maleable,  que seguiría comiendo de su mano.
El acceso al poder es un laberinto en el que se extravía la mayoría de los que aspiran a tenerlo. Los ansiosos, protagónicos y grandilocuentes,  se van quedando a la vera. Generalmente,  los callados, cuidadosos y atentos, que se muestran hasta serviles, como Echeverría amarrando las agujetas a Díaz Ordaz,  son llevados de la mano por aquel o aquellos  aspirantes a gobernar (o seguir gobernando), como ha analizado Carl Schmitt, a través del poder indirecto. Es decir, influyendo en las decisiones del poderoso.
Don Lázaro, al asumir la Presidencia de la República, se convirtió en Cárdenas. Calles no lo sabía cuando trató defenestrarlo del poder al declarar: “México se encuentra en una situación parecida a la que obligó a renunciar al Presidente Ortiz Rubio” (cito de memoria). Cárdenas dio  respuesta inmediata y precisa: Calles y sus allegados fueron exiliados y se acabó aquello de que “aquí vive el Presidente y el que manda enfrente”.
Al cumplir el primer año de  gobierno al Presidente Enrique Peña Nieto el balance le es desfavorable. Las expectativas creadas por el discurso de toma de posesión, se desvanecen y dejan insatisfechos casi a todos. Pareciera que el Presidente quiere realizar los cambios que el país necesita, pero al mismo tiempo desea quedar bien con quienes  han sido sus aliados políticos. Así, el dibujo del caballo puede terminar en camello.
En solo un año, el Presidente Peña Nieto empieza a avejentarse. Los problemas le han caído en aluvión y pareciera que el país amenaza con salir de sus manos. Para el régimen del PRI restaurado, el poder ya no es lo que era. Hoy sigue en franca dispersión y no se advierte una coalición gobernante eficaz. Por el contrario, los priistas están acantonados en  gubernaturas y puestos legislativos,  disputando espacios y privilegios al jefe del Ejecutivo.
El nivel de aceptación del Presidente Peña Nieto ha bajado del 6.3 al 5.5 entre los ciudadanos y su gabinete no está mejor. En nuestro ciclo sexenal, el primer año es el del arranque, el de ahora sí todo va a cambiar. Pero este sexenio empieza como terminan otros. La proyección del crecimiento económico tuvo caída libre, del casi el 5 al 1.3, y ese es  el panorama.
El Presidente puede y debe recuperarse. Oigamos a Agustín Yáñez, en sus célebres conferencias sobre La formación política: “El político debe regir la realidad y no dejarse regir por ella”, teniendo como soporte la “conciencia activa de la realidad”. Es decir, la experiencia, el conocimiento, las habilidades, deben emplearse con imaginación creadora, dirigida a resolver los problemas del presente y diseñar el futuro. Eso es tener visión y sensibilidad política.
El Presidente Peña Nieto tiene recursos personales y políticos para emerger e impulsar la modernización del país. Las voces discordantes sobre la reforma hacendaria, por ejemplo, proceden de quienes han sido sus aliados. Por ello, supongo, está en la ruta correcta. Pero hay fallas inocultables: la reforma educativa será inexistente sin la aplicación del Estado de derecho;  la energética, simplemente carece de estrategia, la sociedad ignora sus alcances y los riesgos que conlleva no lograrla; y será absurda una reforma política exprés, que debió ser la inicial y eje de las otras.
En resumen, no es un año perdido pero sí diluido. En rigor faltan a EPN cuatro años de  gobierno, pero no tiene mucho tiempo para demostrar que es jefe de Estado, apartando a quienes ejercen el  poder indirecto en provecho de sus intereses de grupo. El poder del Presidente de la República es único e indivisible, lo comparte conforme a los arreglos constitucionales y no de otro modo. En otras palabras, se necesita el rescate del episodio de Don Lázaro, quien supo transformarse en Cárdenas.  Que Enrique, al  que muchos tutean, sea en plenitud el Presidente Peña Nieto. Queremos en él a un “político hábil y duro, astuto y perseverante” (Carlos Fuentes).

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