Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Los indios de México viven arrinconados por nuestra culpa: Miguel León-Portilla

*El historiador recibirá el 12 de diciembre el Premio Leyenda Viviente que otorga la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos

Silvia Isabel Gámez / Agencia Reforma

Ciudad de México

De Adolfo López Mateos a Enrique Peña Nieto. En cada sexenio, el historiador Miguel León-Portilla ha expuesto al presidente de México los problemas de los pueblos indígenas.
¿Y le han hecho caso? Mueve la mano. El gesto indica más o menos. “Zedillo me decía: ‘Si usted me explica qué es la autonomía (indígena)’. Yo le dije: ‘Cuando quiera’. Pero nunca me llamó”.
Autonomía, aclara, no es soberanía. Es que los indígenas puedan regirse libremente por sus usos y costumbres, administrar su territorio, conservar sus lenguas.
¿Quién sí le hizo caso? “Así, caso, caso…”.
León-Portilla recibirá el 12 de diciembre el Premio Leyenda Viviente que otorga la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Desde que fue instituido en 2000, ha sido entregado a un centenar de personalidades –desde Madeleine Albright hasta Martin Scorsese– por sus aportaciones a la diversidad del patrimonio cultural, científico y social de Estados Unidos.
“Yo no he sido muy devoto de Estados Unidos, como usted puede imaginar”, confiesa. “Por lo que nos hicieron, ¿le parece poco birlarnos la mitad del territorio?”.
Sus vínculos han sido académicos. Estudió la maestría en Artes en la Loyola University de Los Ángeles y ha impartido clases en universidades de California, Nuevo México, Arizona.
Cuando fue notificado del galardón, le comentó al director de la Biblioteca, James H. Billington, que no tenía visa. “Y ya no estoy como para hacer colas, le dije”. A la semana, después de enviar sus documentos, el embajador estadunidense lo invitó a un café para entregarle una visa por diez años.
–¿Cuál es el secreto de su eterna juventud? –Trabajar.
Cumplirá en febrero 88 años, y cree que son tres las razones que lo mantienen activo y con una “memoria magnífica”.
“En primer lugar, el trabajo sistemático; en segundo, la familia. Mi esposa (la filóloga Ascensión Hernández Triviño) ha sido para mí un ángel, llevamos casi 50 años casados, y tercero, haber encontrado cómo relajarme. Parezco tenso, pero no lo soy, es que hablo con vehemencia”.
Desde que en 1956 escribió su tesis doctoral, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, se convirtió, dice, a ese pensamiento, a la flor y el canto, a la metáfora.
“Yo escogí el camino del diálogo con mi corazón, ninoyolnonotza, y el del corazón endiosado, yolteotl”.
Es el primogénito de tres hermanos de una familia de clase media muy religiosa. De niño iba con su tío Manuel Gamio a explorar Teotihuacán. A los 12 años, circulaba entre sus primos un “periodiquito” que él mismo hacía.
“Hay un texto náhuatl que dice: ‘Ya desde el vientre de la madre se preveía lo que iba a ser’. Eso me pasó a mí”, asegura el investigador emérito de la UNAM, académico y miembro de El Colegio Nacional.
Lleva 300 páginas escritas de sus memorias, a las que aún no pone título. Uno de sus capítulos se llama Anécdotas en mi trato con Ángel María Garibay, el maestro que le aconsejó: “No te fijes sólo en los pueblos indígenas de la historia, piensa en los de hoy”.
“Los indígenas resisten, tienen otro sentido de la vida”, afirma León-Portilla. A pesar de la persecución y el desprecio, subraya, han conservado sus lenguas y mucha de su cultura.
“Están arrinconados por culpa nuestra. Les quitamos lo mejor de sus tierras, viven explotados, empobrecidos, y son los dueños del país”.
Su interés por los pueblos indígenas es permanente. Promovió la creación de la Casa de los Escritores en Lenguas Indígenas, y ahora busca que el gobierno local les proporcione una sede. “Voy a seguir luchando para que nos den una casa decente”.

468 ad