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Jesús Mendoza Zaragoza

Reformas, ¿para qué?

*Las reformas refuerzan el libre mercado en su versión más salvaje, sostienen un sistema de privilegios y no están pensadas para generar una sociedad incluyente ni para reducir las desigualdades. Están pensadas para dar aliento a un sistema degenerado que reduce al ser humano a un simple bien de consumo y desechable.

El gran logro que presume el gobierno de Peña Nieto es la avalancha de reformas que ha conseguido, con las cuales promete el progreso y el desarrollo del país como nunca. Las así llamadas reformas estructurales corresponden a una agenda que se ha impuesto para responder a los desafíos de la economía globalizada y marcada por el sello neoliberal que se ha promovido desde los centros de poder, sobre todo los económicos. El Pacto por México, que ha vinculado a las élites políticas, ha sido el mecanismo que ha dado paso a dichas reformas. ¿Qué podemos esperar de dichas reformas?
La respuesta no es fácil porque se trata de un tema muy complejo, pero tomando en cuenta la dinámica propia de los protagonistas de esta cascada de reformas, podemos darnos una idea de los intereses que prevalecen en ellas que, por cierto, no son nada prometedores para el pueblo de México. Y aquí quiero señalar un primer problema que nos hace desconfiar de las reformas: hay una crisis de representatividad en la clase política. Los partidos y sus legisladores no nos representan. La democracia, más formal que participativa, más ficticia que real nos ha colocado en una suerte de indefensión ante quienes nos gobiernan. El bajo nivel de democracia que tenemos no nos da para que la sociedad se haga escuchar y se haga representar de manera efectiva.
Ellos no nos consultan ni hacen propuestas para ser discutidas y mejoradas porque no nos representan ni reconocen una obligación moral hacia la sociedad. Se representan a sí mismos, a sus partidos, comprometidos con oligarquías domésticas y foráneas. Por esta razón, las legislaciones están más a la medida de ellos, de sus intereses y proyectos que entran en contradicción con el bien común, con el bienestar de la gente. Si no nos representan, no tienen porqué responder a los intereses de la sociedad ni de los excluidos que viven en condiciones de gran dificultad.
Otra línea de explicación acerca de la orientación de las reformas está en el modelo económico que les ha servido de marco de referencia. Un modelo que está siempre preocupado en la creación de la riqueza pero no en su distribución. Ellos hablan siempre de crecimiento económico sin más, sin sentido social. Ellos creen en la teoría del ‘derrame’, pues suponen que todo crecimiento económico favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social. Esta creencia jamás ha sido confirmada por los hechos y expresa una confianza burda en la bondad de quienes tienen el poder económico y en los mecanismos del modelo neoliberal que, por definición, genera exclusión. En este modelo, donde se excluye, dejarse explotar es ya una ventaja.
Pues bien, las reformas refuerzan este modelo económico inhumano, generador de pobreza y de violencia. Dicen que hay que esperar a que se llene el barril para que les toque algo a los de abajo. Las reformas refuerzan el libre mercado en su versión más salvaje y sostienen un esquema de privilegios en el que los sinvergüenzas se asignan aguinaldos de cientos de miles de pesos sin rubor alguno. En este sentido, las reformas no están pensadas para generar una sociedad incluyente ni para reducir las desigualdades. Están pensadas para dar aliento a un sistema degenerado que reduce al ser humano a un simple bien de consumo y desechable.
Y me aventuro a señalar otra razón por la cual estas reformas no pueden abonar ni a la justicia social ni a la paz. El conjunto de reformas tiene la visión de generar más riqueza que, como ya señalé antes, no se distribuye sino se acumula en pocas manos. Quieren generar más recursos que, supuestamente, servirían para satisfacer las necesidades tan apremiantes del país. Pero con un Estado corrupto, ¿qué se puede esperar? Simplemente, las reformas van a asegurar que ellos tengan más para robar o para seguir cultivando privilegios. El que entre más dinero a las arcas de la nación no garantiza que nos vaya bien a todos. Lo único que sí queda garantizado es que roben más, de manera legal o ilegal. Y digo legal porque los salarios y los aguinaldos de la clase política constituyen un robo legalizado. Lo mismo sucede con las cantidades exorbitantes de dinero que se entregan a los sindicatos charros y la devolución de impuestos que se hace a los grandes consorcios empresariales. Las leyes protegen a las élites, pues para eso están pensadas. No son tontos.
¿Para qué, las reformas, pues? Para que México siga en la misma orientación promovida desde hace décadas. Muchas mentiras nos han dicho a través de la publicidad en el sentido de que nos va a ir bien. Pero la lógica que está funcionando es la de la exclusión. Y esta lógica genera violencia, la violencia institucional que se suma a las violencias que ya sufrimos. Las reformas nos llevan en el mismo sentido que generó escenarios en los que la delincuencia organizada ha puesto en crisis a las mismas instituciones públicas y el desarrollo del país. No vamos hacia adelante pues nos llevan de regreso al pasado. No nos abren horizontes pues nos cierran las puertas. Pero, tarde o temprano, se asomará la grave contradicción que representa fortalecer, mediante reformas legislativas, un sistema corrupto y excluyente y habrá oportunidad de mirar hacia adelante.

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