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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAIS

*La reforma energética y la tentación de sentirse dios

La semana pasada el presidente llamó a Los Pinos, por separado, a los senadores, gobernadores y diputados federales del PRI. Quería agradecerles el papel que desempeñaron para la aprobación de la reforma energética en el Congreso, pero su presencia y el rito del culto al poder que de esa forma fue ejecutado, puso de relieve el control que Enrique Peña Nieto ejerce como nuevo dios del firmamento priísta.
Es esa nueva condición todopoderosa de Peña Nieto la que impuso, contra la opinión mayoritaria de la sociedad y la raíz histórica de los mandatos derogados, la formidable tarea de hacer reformar los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución para poner el petróleo en manos de empresas extranjeras. Y la que hizo que los congresos estatales (ayer domingo se reunieron los 16 necesarios) hayan extendido con una extraordinaria presteza su aval a las reformas.
Con habitual agudeza, Lorenzo Meyer explicó aquí el jueves pasado el germen destructivo alojado en las modificaciones aprobadas por el Senado y la Cámara de Diputados. El historiador recurrió a ideas de Daniel Cosío Villegas –entre cuyos discípulos se puede encontrar a férreos defensores de la privatización– para ilustrar el “sacrificio de la nacionalidad” que trae consigo la cesión del negocio petrolero a los intereses extranjeros, principalmente los de Estados Unidos, que es la consecuencia lógica e inevitable de abrir los hidrocarburos al sector privado.
Cosío Villegas, recuerda Meyer, advirtió a mediados del siglo pasado sobre los graves efectos de que el gobierno mexicano confíe reiteradamente “…sus problemas mayores a la inspiración, la imitación y la sumisión a Estados Unidos, no sólo por vecino rico y poderoso, sino porque ha tenido un éxito que nosotros no hemos sabido alcanzar”. Explica Meyer: “Y en verdad que desde entonces la clase política mexicana debió ‘confiar sus problemas’ a la norteamericana: ahí están los constantes préstamos pedidos por Miguel Alemán al Eximbank, los ‘rescates’ a los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo con fondos norteamericanos directos e indirectos, el ‘Entendimiento Marco’ sobre comercio e inversión de 1987 con Estados Unidos, la firma del TLCAN para apoyar a un Carlos Salinas con el fraude 1988 a cuestas pero neoliberal, el préstamo a Ernesto Zedillo tras el ‘error de diciembre’, la ‘Iniciativa Mérida’ para ayudar al gobierno de Felipe Calderón y ahora, la reforma a la Constitución para intentar que las grandes empresas norteamericanas y europeas ‘salven’ a una clase política en ruinas pero que paga con petróleo” (El Sur, 12 de diciembre de 2013).
Clase política en ruina moral, pero henchida de poder y que ahora podrá hacer lo que quiera con la fortuna proveniente del petróleo. Esa riqueza está valuada en tres billones de dólares (billones de los nuestros, tres veces un millón de millones), cuyo acceso le fue franqueado por el gobierno del PRI a los grandes consorcios internacionales y a la hegemonía estadunidense (La Jornada, 13 de diciembre de 2013).
Aclamado por el PRI y el PAN, y elogiado en el exterior, Peña Nieto se halla en la cúspide de su poder. Pero ese reconocimiento de las élites del poder político y económico no elimina el hecho fundamental de que el motor de la reforma energética, como de las otras aprobadas este año, fue el autoritarismo restaurado por el regreso del PRI al poder, que en alianza con la derecha arrasó con la pluralidad. En consecuencia, se trata de una reforma obtenida mediante un cuartelazo político, sin consenso y expuesta a la inconformidad social.
Como Vespasiano, Peña Nieto muy bien podría decir que siente que se está convirtiendo en un dios, pero tarde o temprano la realidad lo traerá de vuelta a la tierra.
La izquierda y la reforma

La nota triste de la reforma energética fue aportada por la izquierda, principalmente por el PRD. No sabemos qué hubiera pasado si el Pacto por México no hubiese sido firmado o si el PRD no hubiera formado parte de él. Pero el hecho es que el PRD (el PRD de Jesús Zambrano y Jesús Ortega, para ser precisos) no sólo firmó el pacto, sino que fue el partido que se lo propuso a Peña Nieto. Con ello la izquierda perredista tendió un puente para que el gobierno del PRI arrancara con suavidad y le facilitó un eficaz instrumento para materializar todas las reformas que le interesaban al grupo en el poder, incluida la energética. Cuando el PRD se percató hace un mes del impacto que tuvo su incorporación al Pacto por México y se retiró de ese acuerdo, ya era demasiado tarde y ya no importaba si se quedaba o se iba, pues la legitimidad que el PRI y Peña Nieto habían conseguido a costa suya era irreversible. La infame privatización del petróleo fue posible gracias al PRD.
Una vez ahogado el niño, el PRD ha anunciado que promoverá la derogación de la reforma petrolera mediante la consulta popular en el 2015. Pero es muy improbable que esa intención culmine en la anulación de la reforma, porque está sujeta a las coyunturas políticas y Los Chuchos han demostrado de sobra que saben sacrificar lo importante para privilegiar sus intereses. Para decirlo llanamente, Los Chuchos son capaces de negociar la consulta popular a cambio de ayuda del poder para retener el control del PRD. Por migajas, pues.

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