Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

No hay nada más épico que el mar

Como bien dice Walter Benjamin, no hay nada más épico que el mar. Este caballero afirma en su magnífico ensayo Crisis de la novela, publicado en 1930, que el arte de la novela significa, en la representación de la existencia humana, llevar lo inconmensurable hasta el extremo. El novelista es quien cruza en un viaje solitario, sentencia Benjamin, el cielo y el mar.
Walter hablaba en ese luminoso texto sobre la novela Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin, libro que fue opacado por los monstruos literarios de su tiempo: James Joyce, Virginia Woolf y Thomas Mann.
Döblin realmente tiene pocos lectores. Su propuesta, estipulada en el prólogo de la reedición en español presentada por RBA en junio pasado, “es mostrar la realidad exánime. El lector se confronta, totalmente autónomo, frente a un proceso hecho y configurado; es él quien puede juzgar, no el autor”. Su profesión de siquiatra, puso a Döblin en contacto con muchos criminales. De los pacientes que atendía, construyó una visión de la sociedad alemana: “estamos rodeados por la delincuencia” Conoció pues el espíritu del Berlín oriental y en esa geografía descubrió los personajes y las historias que deseaba contar.
Berlin Alexanderplatz se publicó en 1929, en Berlín, y se divide en nueve libros. Se le considera una novela que reinventa la forma de entender el entramado narrativo, no sólo se incorpora al ejército de libros que lidera Ulysses (1922), de Joyce, sino que renueva y afila las herramientas utilizadas por el irlandés en su libro principal, protagonizado por los curiosos Leopold Bloom y Stephen Dedalus.
Por principio, diré que Berlin Alexanderplatz desmitifica la nobleza tradicional del héroe, desmonta la estructura cronológica del relato y trabaja con mucha fortuna el monólogo interior, así como los diversos puntos de vista del narrador y, en especial, retrata con acierto la cultura popular en un collage que fusiona las notas periodísticas con la reproducción fiel del sonido de las calles. La narración, siempre en presente, cambia continuamente el punto de vista del narrador, fragmenta la historia en escenas breves y, de manera discontinua, rompe en pedacitos los cánones literarios.
En Berlin Alexanderplatz la historia tiene por escenario el barrio obrero de Alexanderplatz, en la segunda mitad del siglo XX, y es protagonizada por Franz Biberkopf, quien acaba de salir de la cárcel, pero no logra huir de la espiral descendente que implica el submundo del crimen y la delincuencia, universo ríspido del que formará parte, aún sin desearlo. “Tandenso es el montaje, que el autor difícilmente toma la palabra […] No muestra prisa en hacerse oír. Es sorprendente cuánto se demora en la observación de sus personajes, antes de arriesgarse a pedirles explicaciones. Con cuidado, como debe proceder el poeta épico, se aproxima a las cosas. Todo lo que acontece, incluso lo más repentino, parece largamente planeado”, define así Benjamin los rasgos que más llamaron la atención sobre la obra de Döblin, a quien llama poeta de la épica: alguien que escucha los caracoles en la arena después de haber saltado las olas. Porque insisto, para Benjamin, no hay nada más épico que el mar.
Al finalizar las 520 páginas de Berlin Alexanderplatz, uno vuelve a pensar en las palabras de Walter Benjamin: “la única pureza de una novela, como el mar, es la sal, la sal que hace perdurar en la memoria ciertas imágenes que seguirán conmoviendo al lector”.
Döblin dejó un testimonio excepcional del Berlín en ruinas que deriva de la Primera Guerra Mundial; muestra el espíritu y el cuerpo de una ciudad que intenta reinventarse para bien, aunque no tenga buena fortuna.
La fama de Berlin Alexanderplatz es sin duda alguna por su tema: es el primero documento importante acerca de la gran capital alemana. Berlín se construye en un collage, como una mancha colorida y extravagante en un paisaje vanguardista.
Y a mí me sigue llamando la atención que Benjamin sea tan lúcido en ese ensayo Crisis de la novela, sea tan claro al explicar por qué una novela voluminosa es capaz de traducir el habla de una ciudad, que no es otra cosa que el espíritu del tiempo.

468 ad