Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

*El fiador

“En los principios que uno tiene en la vida no hay que ser tan rígido, ni tan flojitos de a tiro, ni tampoco tan tirantes porque luego cuando a uno le toca se anda rajando.
Me acuerdo que muy necesitado aquel amigo llegó a pedirme prestado que porque se le habían juntado las letras que debía pagar por el micro que compró y como mi suegro tenía unos centavos guardados le dije que le convenía prestarlos para que no estuvieran ociosos.
“Era la época de Carlos Salinas y entonces se manejaban millones. A mi palabra mi suegro le prestó al amigo seis millones de pesos.
“Como nomás cumplió con el pago del primer mes tuve que salir al frente para cumplirle a mi suegro, pero mi enojo era muy grande contra el amigo porque no tuvo la delicadeza de avisarme que se le había complicado pagar.
“Cuando llegué a cobrarle ya le debía a mi suegro tres meses. Iba yo con harto coraje y de plano hasta pensaba hacerle un mal porque no había tenido la delicadeza de buscarme.
–Saca ganas pa’ que nos arreglemos orita –le dije agarrándolo del pescuezo, esperando que no se hiciera pa’ tras  y no tener luego cargos de conciencia, pero se me cayeron las alas cuando no hizo nada de ganas y nomás  me respondió resignado.
–Córtale por donde quieras, al fin que tú eres el cuchillo y yo soy la carne. Ya te dije que no tengo dinero. Si quieres llévate el permiso del micro para que lo ofrezcas.
“Pero le digo que para nosotros los campesinos hasta la ignorancia nos sale cara porque en lugar de aceptarle el permiso del micro para recuperar la deuda, lo rechacé pensando que era más ofensa andar vendiendo aquel documento.
“Me pasó merito como le hace uno a las bestias cuando les jala uno el fiador, que así le decimos también al cabestro para dominarlas. Si acepté ser fiador tenía que aguantar los embates y ni modo de rajarme porque cuando llegué con mi suegro y le platiqué que aquel amigo no iba a pagarle, él me exigió su dinero, y ni modo de desconocer la deuda y mi papel de fiador. Le respondí que no se preocupara, que conmigo su dinero estaba seguro.
“Me quedé casi sin vacas pero pagué. Nomás que me dediqué a la bebida de lo puro mal que me sentía. Hasta que un día mi papá me encontró borracho y como ya ni siquiera trabajaba, me dijo.
–Qué, ¿así vas a estar?
–Qué quiere que haga apá, si me quedé sin nada.
­–¿Y eso? –me dijo señalándome con su mirada a mis dos hijos chiquillos que jugaban con el lodo.
“Con esas palabras mi papá me despertó a la realidad. Dejé de tomar y me eché a la aventura para hacer dinero.
“Nunca había ido al Norte pero como ése es el camino para los campesinos que quieren mejorar su vida me fui  hasta Mexicali donde estuve dos meses antes de poder pasar al otro lado.
“Nomás para que se dé una idea de lo que sufrí después de que en el primer intento el coyote nos dejó abandonados en el monte, un día tuve que perder la vergüenza para conseguir comida. Como ya no aguantaba el hambre, llegué a un restaurante pidiendo hablar con el dueño o la dueña. Salió una señora que me preguntó qué se me ofrecía.
–Usté no está pa’ saberlo ni yo pa’ contárselo pero desde ayer no he comido porque no tengo dinero. Si me da de comer le hago el trabajo que usté quiera para pagarle.
“Cómo me vería la señora de hambriento y desesperado que en seguida llamó a la mesera.
–A ver muchacha, sírvele a este joven lo que pida.
“Nomás pedí caldo de pollo y cuando me ofrecieron refresco les dije que mejor agua. Eso sí, pedí hartas tortillas.
“Cuando terminé de comer vi que en el lavadero una muchacha lavaba un rimero de platos y le dije que se quitara que yo haría su trabajo, pero en cuanto ocupé su lugar vino la dueña y me dijo que dejara de lavar y que si mañana tenía otra vez necesidad de comer que regresara sin pena, que me daría comida,  pero ya no hubo necesidad de pedir limosna porque al día siguiente pasé la línea, y nomás fue cosa de conseguir trabajo en un rancho donde me esmeré en hacer lo que de por sí sabemos hacer que es trabajar, y ahorré lo que pude los dos años que estuve allá.
“Durante ocho años estuve yendo y viniendo hasta que finalmente pude reponer mi patrimonio y quedarme con mi familia pero sin ánimo de ser fiador de nadie”

El cangrejo rey

Aunque los lugareños lo conocen con el nombre menos aristocrático de Moyo, en las revistas de cocina exótica se refieren a ellos como cangrejo rey, y sin duda lo son por su tamaño desmesurado con que crecen entre los manglares, en la espesura de los esteros.
Los moyos son pues cangrejos que asustan a quienes no están familiarizados con ellos porque además de su tamaño espectacular que llega a igualar al de una tortuga, cuentan con unas temibles tenazas en su extremidad delantera con las que cazan y aseguran su presa.
Todo el cuerpo lo tienen lleno de duras y puntiagudas espinas que hacen estragos en  quien los llega a pisar. A veces los moyos hacen travesuras a los bañistas escondiéndoles la ropa que dejan mal puesta o comiéndose sus alimentos, pero nunca había oído que alguien contara algo parecido a lo que le sucedió al güero de allá de Ocote de Peregrino.
Cuenta que en una ocasión que fue a pasear a la playa de las antenas, por allá cerca de la Universidad Tecnológica con su familia, en seguida de que todos se arreglaron para meterse al  mar, aprovechó que se quedó soplo para hacer sus necesidades fisiológicas y no halló lugar más apropiado que bajo los mangles, en la parte seca del estero.
Dice que como a él le gusta hacer del baño a gusto, cuando anda en el campo casi se quita toda la ropa para no sudar y que en esa ocasión tenía que desfajarse la pistola calibre 45 que traía en el cinto.
Puso el pantalón y la camisa enfrente y la pistola sobre la ropa disponiéndose a disfrutar el placer de expulsar del cuerpo lo que se había comido y cuenta que estaba tan despreocupado haciendo lo que el cuerpo le pedía que cuando escuchó el ruido de un motor que se acercaba, ni se inquietó, hasta que cayó en la cuenta de que iba en su dirección.
Como supuso que él quedaría expuesto y sin calzones ante el carro que se aproximaba, quiso apurarse a vestirse, pero cuando levantó la vista donde se encontraba su ropa se dio cuenta de que un enorme moyo emergía de ella y con sus poderosas tenazas agarraba la pistola apuntándole.
La primera reacción del güero fue de sorpresa y dice que hasta se rió, pero se contuvo porque cuando intentó dar un paso para rescatar su ropa el tremendo animal se movió como los experimentados gatilleros que se van a batir a duelo. El güero daba un paso para adelante y el moyo un paso para atrás, así estuvo durante breves segundos pensando seriamente en que con un movimiento brusco el moyo podía disparar, (¡y que tal si no tenía mal tino!).
Como el güero lo platica tan convencido y festivo hasta uno llega a creer que las cosas sucedieron como lo cuenta. Dice que en ese intento estaba de querer recuperar su arma y la ropa para vestirse que finalmente quien lo salvó fue precisamente el carro que anunciaba su llegada, pues se paró precisamente donde el moyo se vio en desventaja porque ya no supo a quien apuntar, tirando la pistola y aligerando la carga para huir.
Ya  la explicación que el güero tuvo que dar a los recién llegados que lo encontraron sin calzones dice que nadie  la creyó.

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