Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Presenta playa Bonfil el aspecto de ser un espacio ideal para el relax y esparcimiento

Karla Galarce Sosa

La amplitud de la playa Alfredo Villa de Bonfil es utilizada para establecer una improvisada cancha de futbol, otra de boleibol, o también como centro de meditación, paseo para mascotas, caballeriza, pista de carreras en cuatrimotos y, hasta como espacio para acampar.
La mayoría de las familias que visitan el lugar, optan por alojarse en las ramadas de la zona y disfrutar de la suave brisa que el viento envía a los camastros. Otros prefieren chacotear en la playa o les permiten a sus hijos enterrarlos en la arena. El bullicio de la playa es de diversión y el clima fue perfecto para pasar un apacible día de sol en la playa: apenas 20 grados centígrados marcó el termómetro al amanecer y 31 grados, durante el momento de más calor.
Un balón va de un lado a otro empujado por dos jóvenes mientras un perro sin cadena va tras él. Una niña de unos 7 años, corre y lleva consigo una cubetita verde llena de agua de mar, se hinca en la arena y le ayuda a su hermana mayor a cavar un hoyo para enterrar a su papá, quien espera sentado muy cerca de ellas. Una pareja se toma de la mano y se besan cada que rompen las olas: él la abraza de su estrecha cintura y se sumergen bajo el mar. Un hombre ofrece raspados con chamoy a los turistas y una solitaria mujer lee Sueño Profundo de la escritora japonesa Banana Yoshimoto. Tres jovencitos hacen correr una cuatrimoto roja y gritan a los caminantes para hacerse a un lado.
Un par de caballerangos ofrecen sus servicios de paseo a una numerosa familia y convencen de dar un paseo a caballo a dos mujeres, quienes montan a los escuálidos animales y comienzan a cabalgar.
El olor a ajo y pescado impregna la mayoría de las ramadas. En los restaurantes, los meseros desfilan grandes charolas cargadas con cervezas, limonadas o piñas coladas, ceviches y pescados a la talla. Muchos de los visitantes, explicó la propietaria de un restaurante, comienzan a llegar después del mediodía, cuando despiertan y quieren descansar del ajetreo de las discotecas o bares. “La vida nocturna se disfruta mejor después de haber tenido un divertido día de playa y sol”, comentó.
Las mayoría de las mesas en los restaurantes, lucen a reventar, con un gran número de familias con más de 10 integrantes. Casi todos piden pescados, cervezas o cocos preparados, aunque hay quienes bajan de sus camionetas las hieleras repletas de cervezas que compraron en el supermercado u Oxxo más cercano a sus departamentos.
“Muchos de nuestros clientes son dueños de departamentos o casas que compraron aquí y vienen cada año”, explicó un viejo mesero, quien ofrecía muy cordial la carta a la recién llegada familia al restaurante Las Olas.
En las mesas instaladas cerca del mar, los jóvenes llevan tapados los oídos con un par de audífonos y mueven los dedos para pulsar sus celulares; mientras que los de mayor edad, los ancianos, platican de sus familias, y evocan recuerdos para compartirlos con los más jóvenes. Los de pieles pálidas, se untan aceites o bronceadores para no volver a sus ciudades sin el característico dorado en sus pieles.
El desfile de vendedores ambulantes comienza desde temprano: la señora que vende pulpas de tamarindo, la que ofrece camarón seco, las que hace cocadas, las quesadillas, el nevero, la vendedora de trajes de baño y batitas para playa, el que ofrece lentes para sol o vista cansada, las masajistas, el trovador y un sinfín de servicios son ofrecidos en cada ramada de restaurantes en “La Bonfil”, como se conoce a ese balneario, donde miles de familias llegan cada año para disfrutar del sol, la arena y el mar.

468 ad