Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

¡Ya ve, le dije que era macho!

La historia del señor Esparza es harto peculiar porque siendo un personaje distinguido en el pueblo, nadie sabía su origen ni las circunstancias que lo llevaron a vivir ahí.
Eso sí, sus conocimientos nadie se los regateaba para desempeñarse como funcionario municipal y cuando se casó con una de las muchachas de familia reconocida, la gente del pueblo lo admitió como una adquisición valiosa para la vida comunitaria.
Todo mundo lo conocía como el señor Esparza, aludiendo a su apellido, y no faltaba nunca quien se ofrecía para acompañarlo a cazar venados que era una de sus aficiones y pasatiempo aprendido en el pueblo.
Como cazador novato el señor Esparza requería pues de un guía que lo llevara a lugar seguro para campear sin tener que caminar demasiado.
El guía esa tarde lo llevaría para un lugar conocido como Los Cimientos, en el cerro del Cimal, en la parte que da para el valle del Tecomate, en una ladera donde abundan los casahuates, en la época en que están en floración para el regusto de los venados.
Se hizo de noche y la oscuridad cubrió todo de negro. Sólo la respiración de los cazadores se escuchaba en su círculo estrecho.
Estaban entre el casahuatal muy quietos y atentos a cualquier ruido cuando los alertó el característico ruido de pezuñas atropellando una piedra.
Inmediatamente levantaron las lámparas dirigidas al lugar de donde provino el ruido. El señor Esparza fue el primero en fijar el par de ojos brillantes que se encontraron con el haz de luz de la linterna e inmediatamente levantó la escopeta con todo cuidado apuntando a su objetivo.
El guía también alcanzó a divisar el par de ojos al que apuntaba el cazador además de otro ruido que le pareció familiar y lo llevó inmediatamente a exclamar.
–¡Es macho señor Esparza!
–Eso mero quiero porque no me gusta matar las hembras.
Dicho eso se escuchó el estruendo de la descarga y luego el pesado ruido del animal derribado.
Mientras el cazador se dirige en busca de su presa emocionado, el guía va tras él deseando que no se confirme lo que en voz alta quiso prevenir.
Al ver la presa las emociones fueron encontradas.
Tirado con las patas para arriba yacía sin vida un mulo que por el fierro marcado en el pescuezo supieron que era de don Norberto.
–¡Ya ve, le dije que era macho! Exclamó el guía todavía perplejo.
–¡No era macho, era mulo, carajo! Precisó el señor Esparza conpungido.

El rugido del puma

Era el tiempo de cosechas. Don Sabino como todos los campesinos con siembra de temporal, amontonaba su mazorca en el campo mientras conseguía bestias de carga para acarrearla  porque en ésa época era impensable el servicio de los vehículos de carga.
Era el mes de noviembre cuando el viento frío que baja de la sierra reseca la piel y agrieta los labios de todas las familias que madrugan tratando de terminar pronto las cosechas por las amenazas de los ganaderos que echan sus reses al campo de sembradío invariablemente el 20 de noviembre.
Mientras las mujeres se afanaban en preparar el almuerzo muy temprano, en el campo los varones avanzaban desde el amanecer cosechando lo que la milpa pudo dar.
Era la época en que la iniciativa del trueque corría a cargo de las viudas del pueblo quienes ofrecían almuerzos y aguas frescas a la orilla de los caminos a cambio de las mazorcas que los arrieros ofrecían. Las torrejas y el agua de horchata eran los productos preferidos para el intercambio. Doce mazorcas de las grandes por una torreja o un vaso de agua.
En ése tiempo se había corrido la voz sobre la presencia de algún felino que merodeaba en el ejido dejando como huellas la osamenta de chivas y becerros que sacaba de los corrales.
–Ha de ser un animal grande porque se ve que puede arrastrar desde el corral a sus presas para comerlas a gusto, decían preocupados los campesinos con ganado.
Pero sobreponiéndose al miedo y ante la necesidad de cuidar su mazorca para no ser víctimas del robo, muchos campesinos como don Sabino se quedaban en el campo cuidando sus montones.
Junto a la mazorca los campesinos improvisaban sus chozas con camas de varas sostenidas por estacas para estar separados del suelo a salvo de los alacranes.
El sombrero y los aperos para la cosecha rodeaban la mazorca como manera de inhibir a los ladrones señalando que había alguien que cuidaba.
Aquel día don Sabino despachó el último viaje de mazorca cuando ya la tarde caía sobre el llano, luego se tomó un merecido descanso después de beber la reserva de agua del enorme bule que abastecía a todos los peones cada día.
Cuando anocheció don Sabino encendió una fogata y se dispuso a cenar pensando en dormirse lo antes posible para madrugar como cada día hasta terminar la cosecha.
Cuando apenas había terminado de beber el último trago de café un viento frío recorrió el llano meciendo las hojas del maíz ya resecas trayendo un rumor como venido de lejos que en ése momento don Sabino no supo definir si era un bufido de alguna bestia de carga o un rugido de animal.
Incomodo porque hasta ése momento don Sabino asumió que estaba muy alejado de sus vecinos, hizo memoria del lugar donde había dejado su machete y se fue presto a buscarlo para tenerlo a la mano.
Apenas se disponía  dormir don Sabino cuando nuevamente escuchó aquel ruido indefinible pero inquietante que cada vez le pareció más cercano.
Cuando por tercera ocasión se escuchó lo que había empezado como un lejano rumor don Sabino ya no tuvo duda de que se trataba del puma que estaba haciendo daño al ganado, que seguramente lo había olfateado y estaba decidido a atacarlo.
A propósito juntó las piedras que pudo para lanzarlas como proyectiles y se protegió en la endeble choza que cubría su cama.
Fue entonces cuando descubrió  que a unos cuantos pasos de donde estaba había una sombra de la que provenía lo que claramente definió como un rugido sordo que don Sabino interpretó como del animal preparándose para el asalto final sobre su presa.
Decidido a vender cara su vida don Sabino quiso ser él quien primero sorprendiera al animal, de manera que en cuanto escuchó nuevamente el rugido le lanzó la piedra que más daño imaginó que podía causarle y tras al proyectil se abalanzó con el machete en la diestra levantándola para asestarle un golpe duro y definitivo.
Y así fue, guiado por la sombra que suponía al animal agazapado soltó el machetazo tan certero que dio en el blanco, pero no era precisamente la bestia la que yacía derrotada, sino el enorme bule de agua hecho añicos.
Como después del asalto el rugido dejó de escucharse, don Sabino dedujo que había sido el bule sin tapón lo que por la fuerza del viento parecía un rugido tan aterrador lo que lo asustó.

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