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Federico Vite

Cosa genial la del gesto

Tal vez la enseñanza más dura es aceptarse como alguien sin brillo, como uno más, porque no hay gente especial ni memorable, sólo algunos entrañables. Esa es la tesis de un libro pequeño, pero harto disfrutable: Lago. Novela del francés Jean Echenoz, publicada por Anagrama en 1991. Este documento de 182 páginas es un atípico retablo de la novela de espionaje; en especial, porque Echenoz logra con este artefacto una parodia de todo lo que implica el mundo de los espías.
El lector de Lago conocerá al entomólogo Franck Chopin, quien se dedica a tareas de espionaje en Francia. El coronel Seck, oscuro y gubernamental personaje, le ofrece un trabajo que consiste en recabar información de Vital Verber, un funcionario del bloque del Este, recién llegado a París. Este argumento se anuda y desanuda con la vida personal de Chopin y su aventura amorosa con Susy Clair, una mujer cuyo marido, un diplomático, desapareció misteriosamente hace algunos meses.
Echenoz cuenta los manidos asuntos del espía (abrir oreja y ojo para certificar que la vida de los otros es más valiosa que la de uno), pero sólo con la intención de recrear el sinsentido del espionaje y esboza una idea durante toda la novela: “Nadie es especial. El mundo es como es, no se puede cambiar, no hay que desesperarse, sólo queda elegir la forma de contar su deriva”. Echenoz se instaló en París en 1970; no frecuenta los salones literarios ni los estudios de televisión; apenas asiste a tertulias y salas de redacción de algunos periódicos. El sello de su escritura es minimalista, delicada. Tiene la virtud de la brevedad aunada al gusto por la bilis negra de la melancolía.
Lago, es un libro que no busca el humor, sino que simple y sencillamente rompe la solidez de un discurso beligerante que caracterizó gran parte del siglo pasado. El narrador, especializado en trabajar párrafos no mayores a las diez líneas, logra un gran ritmo al mezclar los diálogos breves con escenas cortas y párrafos cortos. Pareciera que la edificación de este documento estuviera planeada sólo para que el lector tenga la impresión de subir por una escalera en forma de caracol y al final de ésta descubrir, como todo buen misterio, que la vida es la filigrana de la obviedad.
Echenoz nació en la localidad francesa de Orange y estudió sociología e ingeniería civil. En 1979 escribió su primera novela El meridiano de Greenwich, a la que siguieron, entre otras, Cherokee, La aventura malaya, Lago, Nosotros tres, Rubias peligrosas, Un año y Me voy. Entre los numerosos premios que ha recibido, destacan el Premio Gutenberg, Goncourt, Médicis, European Literary, Prize y Premio Novembre. Además, Le Nouvel Observateur, lo consideró el autor internacional más relevante de los 90. Jean es catalogado por el círculo de críticos literarios de su país como heredero del nouveau roman. Aunque el escritor se declara admirador de Queneau, también bebe de otras fuentes literarias como Flaubert, Nabokov y Faulkner. Es uno de los escritores franceses contemporáneos más interesantes, con una escritura donde la música es un elemento central, no sólo como fondo, sino como presencia en el ritmo de la narración, una narración a medio camino entre el jazz y la narrativa cinematográfica.
Echenoz podría considerarse como un especialista en la creación de sujetos, o identidades, le preocupa en exceso la geografía de sus novelas, los espacios, los gestos de cada uno de los personajes. En palabras del también autor de Correr, su principal aporte a la literatura francesa nace debido a la relectura del gigante Flaubert. “Su escritura es capaz de contener, al mismo tiempo, los efectos más contradictorios, como la ironía y la generosidad, la precisión y la vaguedad o lo indefinido, la sequedad y la exaltación… con un juego permanente de balanceo e intercambio entre esos registros, que arrastra al lector hacia una incontable cantidad de emociones. Ese fenómeno actúa como una especie de estupefaciente que nos vuelve dependientes: imposible de dejarlo una vez que se lo toma. Hace algunos años, por ejemplo, un día tuve ganas, sin saber bien por qué, de releer algunas páginas de Bouvard y Pécuchet, así, al azar, solo por placer, y sin la menor intención de sumergirme seriamente en Flaubert, ni en esa novela en particular y lo que descubrí fue precisamente la valía del gesto, la necesidad de crearle un gesto a ese rostro que va creciendo en mis novelas ”, confiesa Echenoz en una entrevista extensa que Luciana Basta tradujo para la revista española Mardulce.
Finalmente, si se encuentra con Lago, lea ese libro con la cláusula esencial de buscar en una novela breve la genialidad del gesto, esa virtud que parece una cosa simple, clara, pero que cobra gran sentido cuando entramos con calma a la singular trama de Lago.

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