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Tlachinollan

Montaña, torbellino de esperanza

Centro de Derechos Humanos de La Montaña, Tlachinollan

Montaña, torbellino de esperanza.
Tu gemido desgarra nuestra alma y nos sumerge en el submundo de los no vivos.
Tu desnudez plagada de aridez
es el precio que pagamos por la ruindad de los malos gobiernos
que te prostituyen con el Extranjero.
Tu sufrimiento es nuestro dolor.
Tu soledad, el olvido que padecemos desde que llegaron los saqueadores disfrazados de políticos redentores.
(Agenda Tlachinollan, 2014)

Las mujeres y los hombres de La Montaña, no solo llevan en su caminar la inseparable sombra del olvido y la discriminación, también traen desde su nacimiento –no la torta bajo el brazo– sino los estragos del hambre. Cargan bajo sus espaldas –como sello de sangre– los daños añosos que los gobiernos colonialistas les han marcado a base de bayonetas y mendrugos. Son carne de cañón y clientela cautiva de políticos arrabaleros. En tierra de pobres el cacique es el Rey Midas; nada para el pueblo todo para el cacique. En este estado arisco y rezagado solo el más alevoso y feroz tiene el derecho a gobernar a la usanza porfirista, con el fusil en la mano, para matar en caliente a los que alzan la voz y protestan.
En todo momento los pueblos de La Montaña han padecido el saqueo de gentes advenedizas que dicen ser de razón porque hablan español; porque son amigos de políticos y con suma pedantería dicen ser compadres y comparsas de policías y militares. Son negociantes de la justicia y miembros de grupos que han hecho del delito un modo cómodo de vivir. Este tipo de personajes que ostentan el poder desde hace décadas son los depredadores de la vida comunitaria en La Montaña. Han desquiciado a una población que ha sido excesivamente paciente y respetuosa. Que aún es creyente de las agencias partidistas y devota de quienes mal gobiernan los municipios y el estado.
A pesar de esa lealtad hacia el sistema político que los ignora y expolia, los gobernantes amestizados y enfermos de megalomanía y etnocentrismo siguen tratando a la población indígena con el tufo del desprecio y la compasión. La peor manera de identificarlos y de hacerles sentir su irracionalidad e inferioridad es con el mote de montañeros, indios o uuancos. Son los del Guerrero de la ignominia, los que viven en los cerros y medio comen tortilla con sal. Ellos, a diferencia de los politicastros que portan guayaberas, que van de festín en festín y se desplazan ostentosamente en carros de lujo, medio cubren sus cuerpos con camisas rotas y pantalones raídos; caminan de día y de noche para encarar el hambre, las enfermedades y la muerte. Son los que cargan sobre sus hombros los tecolpetes de mazorca, los bultos de fertilizante o la leña para sus fogones. Son los hombres y mujeres cuya historia no es digna de escribirse en los libros de la oficialidad; cuyos nombres ni siquiera aparecen en el registro civil ni forman parte de los censos. Sus voces y sus rostros están vetados para ser reconocidos y tomados en cuenta en las decisiones políticas y en la construcción de una sociedad plural, diversa, justa y democrática.
Han pasado 108 días de los destrozos causados por la tormenta Manuel y los pueblos de La Montaña, a diferencia del Acapulco de los ricos, siguen sumiéndose en las grietas del abandono y la indiferencia de las autoridades. Con gran desfachatez y suma perversidad los gobernantes le han dado vuelta a la página de la tragedia y se han olvidado de las miles de familias damnificadas que perdieron a sus seres queridos; que se quedaron sin casa, sin parcelas, sin sus negocios y las fuentes del sustento familiar. Los burócratas todo lo hicieron de prisa y de mala gana, como si ellos fueran la medida de las soluciones que requieren las familias afectadas. Su falta de sensibilidad y profesionalismo no les permite atender de fondo los graves problemas que la población les planteaba. De manera altanera y nada respetuosa los encargados de hacer los censos e investigaciones de campo ignoraron las peticiones y sugerencias de la gente más afectada y alejada de los centros poblacionales.
Como siempre sucede con los políticos embaucadores, buscaron en lo inmediato paliar el dolor y el malestar, con la entrega de apoyos raquíticos y tarjetas hechizas. Se trataba más bien de sacar de la opinión pública el tema de las tormentas y forjar mediáticamente una imagen presidencial que mostrara su compromiso con la población damnificada, y dejar en manos de empresarios, que carecen de legitimidad y compromiso con las poblaciones rurales y urbano periféricas, el largo proceso de reconstrucción, que requiere ante todo, compromiso de los tres niveles de gobierno, atención a los planteamientos más sentidos de la población y un trabajo de largo aliento que siente las bases de un modo de vivir más digno, justo y equitativo, que restituya el patrimonio perdido y garantice el respeto a los territorios sagrados de los pueblos.
Estas tormentas que desgajaron cerros y desgarraron el tejido sangrante de las comunidades asediadas por los grupos políticos voraces que se han especializado en el saqueo y la depredación, y que ahora se han coludido con los grupos delincuenciales para minar la fuerza organizada de los pueblos, son los grandes taludes que impiden el libre avance de una sociedad que lucha por hacer valer sus derechos y ejercer sus libertades.
¿Cómo empezar un nuevo año, cuando los sueños de justicia se desangran y las libertades de hombres y mujeres comprometidos con su pueblo, se aprisionan? ¿Cómo asirse a la esperanza de un mundo nuevo cuándo en la periferia de nuestro país se desgajan y sumergen las luchas de los pueblos ante la virulencia de un poder político depredador? ¿Cómo imaginar una sociedad más igualitaria en regiones tan olvidadas como La Montaña, donde la lucha por la sobrevivencia pasa necesariamente por el estómago? ¿Por qué continúan hablando las autoridades de respeto a la ley, si al mismo tiempo masacran estudiantes, refunden en penales de alta seguridad a quienes sirven como policías comunitarios a su pueblo y protegen a los profesionales de la muerte que asesinan a los activistas sociales?
¿Cómo entender desde la visión de los pueblos y organizaciones que luchan, la densa conflictividad social, que ha hecho de Guerrero el epicentro de los movimientos de resistencia en el país? ¿Desde qué claves socio antropológicas podemos comprender esta geografía de la pobreza y la violencia?¿Por qué tanto ultraje y felonía de los gobernantes?¿Por qué tanta saña e instintos de venganza de los caciques contra indígenas y campesinos insumisos?
Las tormentas de la autodefensa comunitaria que se abalanzaron contra los grupos del crimen organizado dejaron al descubierto toda la inmundicia que yace en los sótanos del poder delincuencial, cobijado por los aparatos de seguridad pública y de procuración de justicia. La fuerza organizada de los pueblos arrasó con toda la escoria de la sociedad que vive de las extorsiones, secuestros y asesinatos de la clase trabajadora. Nada contuvo a los policías comunitarios ni a los policías ciudadanos en su afán de recuperar la tranquilidad y tomar en sus manos el control territorial. Lograron la hazaña en cuestión de días. Se vieron obligados a realizar los operativos que los policías y las autoridades encargadas de investigar los delitos no hicieron. Dieron con el paradero de todos los que hicieron del delito un modo violento de vivir. Los llevaron a juicio en el marco de una asamblea regional, donde se erigió el tribunal del pueblo para que públicamente se les impusiera un castigo ejemplar.
Esta osadía es lo que alebrestó a todo el aparato represivo del Estado. Reaccionó con toda su virulencia. Usó su poder contra los ciudadanos y ciudadanas que dieron todo de sí para contener la ola delincuencial. Los policías del pueblo nunca imaginaron que se iban a topar con las fuerzas oscuras de un estado coludido con el crimen. En lugar de encontrar el respaldo que requieren estas batallas, los duros del gobierno que han vuelto por sus fueros, dieron la orden de desarmar, perseguir y encarcelar a los líderes más combativos de la policía comunitaria.
En esta tierra erosionada por la pobreza y la discriminación yace la fuerza de un pueblo sublevado, que en medio de la furia de la naturaleza, ha sacado la casta para no permitir que el desmoronamiento del macizo montañoso arruine sus ímpetus de justicia y socave el torbellino de esperanza que nace en el corazón de esta Montaña sabia y sacra.
Las luchas justas de los pueblos en defensa de sus sistemas de seguridad y justicia; la revuelta magisterial contra la reforma educativa; la ejemplar combatividad de las y los estudiantes normalistas; el testimonio indeleble de las y los luchadores sociales de Guerrero; la impetuosidad de las autoridades y promotores de la policía comunitaria que enfrentan en la cárcel los abusos de los gobernantes, que utilizan el poder para saciar su sed de venganza, representan el pundonor y la pujanza de un pueblo digno, que se levanta en medio del fango de la corrupción y de la inseguridad y que está de pie para iniciar la reconstrucción comunitaria y la transformación de las estructuras injustas. Las tormentas de La Montaña son en verdad el torbellino de esperanza que emerge desde las hondonadas del olvido. Que este 2014 nos impregne de su espíritu combativo.

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