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Pese al tráfico y ocupando desde ramadas hasta piedras, llenan turistas la playa Majahua

Karla Galarce Sosa

Eran las 4 de la tarde y el desfile de personas no cesaba desde las 7 de la mañana que los trasnochados comenzaron a llegar. Era la dorada arena de playa Majahua la que acapulqueños, turistas y visitantes ocuparon desde restaurantes, ramadas y, hasta sus piedras.
Sin embargo, el acceso no fue nada fácil, desde la glorieta, decenas de vehículos, tanto particulares como del transporte público avanzaron a vuelta de rueda por la única calle con que cuenta ese balneario.
Hubo quienes llegaron a pie, otros tuvieron que pagar 10 pesos porque los choferes los dejaran hasta donde el tráfico les permitía; unos más llegaron a bordo de sus vehículos o en sus autobuses y transportes de excursión, aunque tuvieron que sufrir más de 40 minutos de intenso tráfico que provocaron las dobles filas, los estacionamientos improvisados que abarcaban media calle o, por la irresponsabilidad de quien decidía darse la media vuelta para volver al verse atrapado entre la interminable fila de vehículos.
El ambiente en el pueblo no sólo era de mercadería sino de vivacidad, de jolgorio, de fiesta e incluso de alivio para quienes llegaban a sus restaurantes de destino.
El tráfico no sólo se sufrió en la calle a bordo de vehículos, sino que también los sufrieron los peatones quienes caminaban a media calle con el riesgo de ser arrollados por los carros o camiones, debido a que las banquetas estaban ocupadas con anafres, mesas, sillas, con coches o, porque había gente descansando allí.
La necesidad por mojar sus pies en el mar, era evidente. -¿Dónde te dejo el coche mi rey, preguntaba un visitante defeño a un valet parking, quien respondió –sólo que me dejes las llaves porque estoy saturado– decía ante la exigencia de un espacio para dejar los vehículos y llegar a comer mariscos.
Una vez con la “nave” segura, las familias ocupaban las palapas de algún restaurante y caminaban para buscar dónde pasar parte de la mañana y un poco de la tarde, comer algunos mariscos y disfrutar de las tranquilas aguas de Puerto Marqués.
Algunos osados caminaron hasta el fin de la franja de arena, atravesaron los dos accesos de la zona de restaurantes y pasaron por otro embudo que provocaron las salidas de playa Majahua, de avenida Revolcadero y de los que atravesaron e pueblo, la avenida Miguel Alemán; en el único retorno del pueblo, caminaron frente a los restaurantes colapsados por la tormenta Manuel y llegaron hasta playa Majahua. El paisaje para algunos fue asombroso: miles de personas que formaron una mancha que cubría la playa, que formaba parte de las sombrillas o, que producía formas blanquecinas en el mar por el movimiento de algún vehículo acuático.
Las piedras de Majahua eran ocupadas por familias completas que llevaban desde sus camionetas, coches y hasta camiones, anafres, cartones de cervezas, hieleras, enormes trastes, bolillos, botanas y galletas.
Al fondo, hacia el mar, el sonido de una moto acuática era provocado por un alocado conductor que daba vueltas y vueltas sobre sí. Tal escena hizo recordar el accidente en el que murió una pequeñita de 5 años en las vacaciones de semana santa en esa misma zona. A propósito de ello, y a pesar de que había marinos que resguardaban la seguridad de los visitantes, decenas de personas nadaban dentro del área de embarque y desembarque del agua, delimitado por una pobre línea de boyas que apenas se percibía a distancia. Sin embargo, hubo conductores de motos acuáticas que invadían el área de bañistas.
Los deportes acuáticos no eran la única opción de los bañistas, sino que algunos, lanzaban freesbes a sus compañeros o, corrían de un lado a otro para no ser alcanzados por una ola. Los niños, construían castillos de arena o enterraban a sus familiares en ella.
La infinidad de familias y las opciones de descanso en playa Majahua eran múltiples: unos usaron sus colchonetas de damnificados, zarapes que compraron a los vendedores ambulantes, o, llevaron consigo petates, lonas y sábanas.
Llegada la hora de comida y quienes no llevaron recalentado a la playa optaron por comprar algún platillo en uno de los restaurantes con “el mejor sazón” de la zona: el restaurante Don Camarón, donde, a pesar de la tardanza en la entrega del servicio, los clientes salían satisfechos y con la promesa de volver, pues además de la exquisita cocina la atención era esmerada.
Así lo comentaron turistas provenientes de Cuernavaca, quienes pasaron tres días en el puerto de Acapulco y, concluyeron su visita con un chapuzón en playa Majahua.
La excursión, es una de tantas que encabeza doña Chuy, mujer de unos 50 años que organiza los viajes desde 1995 y, que a pesar de haber atestiguado al menos dos hechos de violencia –uno en el bulevar Vicente Guerrero, y otro en la avenida Escénica, cuando dejaron tres cabezas humanas en un mirador– no ha dejado de visitar el puerto.
Dijo que en cada excursión hay gente nueva que se va sumando y que recomiendan a más personas viajar a éste destino turístico. “Como Acapulco no hay dos”.
Pese a los años que lleva contratando al menos 11 cuartos del mismo hotel (ubicado en el fraccionamiento Costa Azul) este año no había disponibles, por lo que tuvo que dividir al grupo de más de 50 personas en dos hospederías las noches que pasaron en Acapulco. “Es la primera vez que no encuentro hotel, nunca había visto tan lleno Acapulco desde 1995 que tengo de organizar las excursiones”, recalcó la mujer, quien no quiso mencionar su nombre porque una colega, quien también se dedica a organizar grupos de viaje, ya fue asaltada al salir de Cuernavaca.

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