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Humberto Musacchio

TLC-EZLN: 20 años de fracasos

La historia sabe cobrar cuentas. Hace 20 años se nos dijo que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte crearía empleos, haría crecer la economía y mejoraría el nivel de vida de los mexicanos. Fue mentira… Hace 20 años emergió el pequeño ejército loco del zapatismo y lo que fue gran promesa terminó en frustración.
La integración estaba en el horizonte cercano y ofrecía, o eso se creyó, la posibilidad de un intenso intercambio económico con Estados Unidos y Canadá, pero también representaba, según se nos dijo, un reinicio de la historia que dejaría atrás las querellas internacionales: si la Unión Europea había relegado los rencores generados por siglos de guerras, la modernidad –esa diosa venerada por los tecnócratas– obligaba a México a olvidar las numerosísimas agresiones del vecino y hasta el robo de medio territorio.
Hoy, sin embargo, el mayor y más exitoso experimento integrador, la Unión Europea, ha caído en el descrédito y ha mostrado sus muy graves limitaciones. El TLC de Norteamérica, mal negociado, no tendría por qué ir mejor, pues si bien estableció el libre flujo de capitales y mercancías, no incluyó el paso franco de mano de obra, supuestamente porque esa fue la condición para no entregar el petróleo mexicano a la voracidad de las trasnacionales, las que ahora deben estar carcajeándose de la ingenuidad o mala fe de los Salinas, los Serra Puche y otros negociadores.
En los hechos, el TLC significó el auge para la producción agrícola de exportación, un crecimiento exponencial de la maquila y mayor presencia de los grandes capitales mexicanos en Estados Unidos. Pero el éxito de los grandes productores del agro fue a costa de abandonar a los ejidatarios y la producción colectiva, la entrada de maquiladoras generó empleos mal pagados y su contabilidad creó un espejismo de progreso, en tanto que la presencia en el extranjero de las transnacionales mexicanas –que también las hay– alentó un nacionalismo ilusorio, incompatible con las bajas tasas de crecimiento del PIB, el desempleo en aumento, los bajos salarios y un aumento sostenido de la pobreza.
En esas condiciones, resulta inútil esperar mejoría en las condiciones de vida de los grupos indígenas, los más pobres entre los pobres. Gran promotor de la desigualdad y la injusticia, el Estado mexicano no podía ni puede ofrecer gran cosa a los marginados de siempre. Vicente Fox, al propiciar la gira zapatista por varios estados, desactivó la amenaza que pudo representar el EZLN para un orden injusto. Al presentarse en público y llevar sus palabras ante las multitudes que los recibieron a lo largo de su gira, los enmascarados cayeron en la trampa: si eran libres para moverse por el país y para decir lo que quisieran, entonces no eran un grupo oprimido ni reprimido, sino simplemente una organización política que debía luchar por el voto.
Aquel periplo realizado en olor de multitudes fue un éxito que, paradójicamente, significó la gran derrota de los zapatistas, que incluso pudieron abrir una sede en la ciudad de México y viajar sin problemas entre Chiapas y la capital. Su caudillo, Rafael Sebastián Guillén Vicente, fue desenmascarado, pero prefirió seguir presentándose en público enfundado en su pasamontañas, aunque ya sin la repercusión popular que llegó a tener y sin el apoyo de los intelectuales a los que marginó en forma sistemática. Su hermana, la priista Mercedes del Carmen, ocupa cargos públicos y la miseria y el abandono de los indios siguen igual que siempre. Sí, TLC y EZLN son dos siglas que representan sendos fracasos.

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