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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

 
*Quiero que me pregunten

 

El pasado 12 de diciembre, el colectivo El Grito Más Fuerte, integrado por actrices, actores y trabajadores de la cultura, lanzó en redes sociales la campaña #YoQuieroQueMePregunten, para exigir al Congreso de la Unión y el presidente Enrique Peña Nieto una consulta nacional sobre la reforma energética.
En un video de 90 segundos, Daniel Giménez Cacho, Damián Alcázar, Cecilia Suárez, Gael García, Demián Bichir, Bárbara Mori y hasta Eugenio Derbez, entre otros, exclaman mirando a la cámara: “Yo también quiero que me pregunten”.
Aunque la campaña “llegó tarde”, cuando ya la reforma había sido prácticamente aprobada, como reconoció Giménez Cacho en entrevista con Carmen Aristegui; y aunque la campaña rechaza abiertamente la reforma energética, pues “sólo unos políticos apátridas pudieron avalar semejante despojo al pueblo mexicano”, como declaró a Proceso Damián Alcázar; la iniciativa del colectivo merece respeto y simpatía, pues revive esperanza y optimismo en la construcción de una verdadera sociedad democrática en México.
El primer aunque lo digo, porque la vigencia del reproche abierto y frontal de los famosos a la indiferencia social y el desprecio al mandato popular del poder político, no nace ni muere (al menos no debería) en la simple coyuntura de la discusión de la reforma energética, al contrario, es un reproche merecido, pero reprimido durante mucho tiempo, que urge sostener y resonar.
El segundo aunque lo digo, porque tan poco preocupados y ocupados por las voces y las opiniones de los ciudadanos han estado los legisladores que votaron a favor de la reforma energética, como los que lo hicieron en contra.
La neta, no estoy seguro de quién convoca a la mayoría ciudadana, los que rechazan la reforma o los que la apoyan. Aquí entre nos, ni siquiera estoy seguro de mi propia opinión al respecto. Y es que por un lado, estoy convencido de que urgen reformas en el sector energético por varias razones y causas que me parecen claras y evidentes; pero por el otro, también estoy convencido de que si los ciudadanos no participan, vigilan y exigen cuentas, la tentación vencerá a los corruptos de siempre, y las mayores riquezas se quedarán, como siempre, en los bolsillos de un pequeño grupo de empresarios.
Con todo respeto, estoy casi seguro de que lo mismo cree y piensa un montón de ciudadanos que, como yo, han leído y saben poco o casi nada del texto de la reforma y de las opiniones sobre ella de especialistas y expertos, y que han leído y saben mucho o casi todo de los dimes y diretes, y de la grilla polarizada de ambas partes del debate.
Por un lado dicen: la reforma es la soñada palanca del desarrollo que el país necesita; por el otro, dicen: la reforma es un atraco y un despojo a los mexicanos. Pero ni los de uno ni los del otro lado se molestaron en preguntarle a sus electores, antes de votar.
Pero no es algo nuevo, al menos en mis 45 años ciudadanos, nunca ningún gobernante o representante popular me ha preguntado o pedido mi opinión sobre ningún debate legislativo, antes o después de votar a favor o en contra.
Por eso, aunque tardía y parcial, la iniciativa del colectivo El Grito Más Fuerte merece respeto y simpatía, pues como ellos, la enorme mayoría de los mexicanos también quiere que le pregunten, también exige que sus representantes políticos obedezcan el mandato electoral y cumplan sus obligaciones democráticas.
Los representantes populares no son independientes de sus electores. La representación política no puede ni debe ser entendida como un acto de mera autorización, un contrato abierto, una carta poder, y mucho menos como un cheque en blanco.
Los representantes hacen leyes que todos los ciudadanos, no sólo los que los eligieron, deben obedecer. Por ello, los representantes populares no pueden ignorar la “voluntad popular”, y concentrarse solamente en su relación con sus fracciones partidistas.
El mandato jurídico hace a los representantes directamente responsables y legalmente dependientes de sus electores. La representación electoral es algo más que un sustituto de la democracia directa, es decir, que la representatividad no es un contrato, sino una forma original para la participación política.
La representatividad jurídica sólo tiene las facultades que los electores le conceden; sin embargo, como los electores no tienen poder legal para hacer de sus instrucciones una obligación, la única garantía de esa representatividad es el compromiso moral de los elegidos y su necesidad de ser populares electoralmente. En este sentido, en la política democrática, la representatividad electoral no significa “actuar en lugar de otros”, sino estar en una relación política de afinidad y comunicación con los que representa al momento de actuar como legislador. Por eso, los electores deben conocer lo que sus legisladores dicen y hacen, para comparar su propio juicio con el de sus representantes.
No se trata pues, como casi siempre sucede en México, de que los representantes populares atiendan y acaten intereses y consignas partidistas a la hora de votar a favor o en contra de una iniciativa legal, por más que asuman y presuman ser dueños de la verdad y defensores de los intereses populares, sin escuchar y obedecer el mandato de sus electores.
Como decía antes, no estoy seguro de quién convoque a la mayoría ciudadana, los que apoyan la reforma energética, o los que la rechazan. Pero sí estoy seguro de que la mayoría de los diputados y senadores votaron a favor y en contra de ella, sin saber con certeza la opinión de sus representados; estoy seguro de que muchos diputados y senadores votaron a favor, a pesar de que la mayoría de sus electores opinaban lo contrario… y viceversa.
No sé si la reforma energética será panacea o debacle, pero sí sé que la única verdad democrática que deberían escuchar y defender nuestros representantes populares, está en la voz de sus electores.

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