Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

¡Canta, cabrón!

Ahora que lo platico nadie me lo cree pero en aquellos años los judiciales eran peores que ahora. Creo que fue hasta después de que las Mujeres por la Paz protestaron por la muerte del hijo de doña María en la comandancia cuando un poco se calmaron, pero en Zihuatanejo eran unos desgraciados.
Le digo que a mí me agarraron en la noche cuando estaba cerrando mi taller de sastrería en la calle 5 de Mayo.
No sabía ni entendía nada de lo que estaba pasando. Nomás llegaron, me encañonaron con las pistolas y a empujones, golpes y malas palabras, me subieron en una camioneta. Luego me esposaron, me taparon los ojos con una playera y me llevaron para el cerro que está rumbo a la Noria.
Allá me bajaron del carro y como no veía nada me caí y a patadas me obligaron a levantarme. Yo tenía mucho miedo porque uno de ellos dijo ¡Cuidado con los cocodrilos! Y como se oía cerca el rumor del mar, más me asusté.
Al principio pensé que nomás era una broma, pesada pero broma, porque no me daban ninguna explicación, así que yo hacía nomás lo que ellos decían esperando a que me soltaran porque pensaba para mis adentros que si no debía nada y tampoco nada tenía de valor, pus nomás era la mala pasada que esa noche me había tocado a mí.
Después alguien me dijo que la golpiza que me dieron allá en el cerro esa noche era parte de su modo de actuar porque así espantan y ablandan al detenido.
Yo después de los golpes que me dieron entre todos y del miedo de caer al agua por los cocodrilos que decían que había, creo que me pasé de blandito.
Ya cuando se cansaron de pegarme los judiciales me volvieron a subir a la camioneta. Cuando me destaparon los ojos me di cuenta de que me tenían en los separos de la judicial y reconocí los ruidos porque todos los días pasaba por esa calle que está cerca del Centro Social para ir a mi taller.
También me quitaron las esposas y me sentaron en una silla que era el único mueble que había donde me llevaron, luego entraron dos judiciales que con voz de amenaza me dijeron, “Ora vas a cantar, cabrón”.
Yo de veras que me quedé turbado porque cada vez entendía menos. Cómo que cantar, me decía yo para mis adentros, pues si no estamos en una fiesta y menos con ánimo después del dolor que me dejaron los golpes.
En eso estaban mis pensamientos cuando uno de los judiciales casi me tira de la silla con el manotazo que me dio. ¡“Canta cabrón”!
Y como vi que la exigencia para que cantara era de verdad porque los judiciales parecían drogados, no quise responderles que no sabía cantar y que ninguna canción me sabía completa, y menos preguntarles qué canción querían escuchar.
Nunca en mi vida había yo cantado. La que me sacó del apuro fue la canción de Leo Dan que entonces estaba de moda y la tocaban seguido en la radio. Así que la empecé a cantar.
–Esa pared/ que no me deja verte/ Esa pared…
Nomás esa parte alcancé a cantar porque ahora fueron los dos judiciales que se echaron sobre mí con golpes tupidos.
De veras que lo primero que alcancé a pensar fue que cantaba feo pero que no era tanto para que me golpearan.
Yo seguía sin entenderles cuál era pues su propósito porque entre los golpes que me daban me decían “No te hagas pendejo” y la verdad es que me sentía hasta apenado porque de veras que no sé cantar.
Luego me sacaron al pasillo frente a un tambo de agua y antes de que pudiera yo pensar en algo, de sopetón  me doblaron en él hasta meter la cabeza. Cuando se me acabó el resuello empecé a tragar agua. Casi me estaba ahogando cuando me sacaron y a boca de jarro me preguntó uno de ellos ¿nos vas a decir dónde están las joyas?
–¡Verdad de Dios que no las vi! Les dije asustado tomando resuello por si me volvían a meter al agua, pero creo que fue porque me puse a llorar que se condolieron de mí.
Para esto ya estaba amaneciendo. Me dijeron que tenía suerte porque me dejaron libre en ése ratito.
Cuando volví a mi trabajo los vecinos se alegraron de verme y me platicaron que esa noche los judiciales agarraron a varios como sospechosos de haber robado una joyería del Centro.

¡Si no te voy a llevar a chaponar!

Ya era costumbre organizar el viaje quincenal hasta Guadalajara para surtir las dos tiendas de frutas y verduras que la familia de mi compadre tenía en el mercado de Zihuatanejo.
El camión torton que habían comprado les daba provecho porque era amplio el margen de ganancia que le quedaba al negocio en cada viaje de mercancía.
Eso sí, se requería de dos choferes para relevarse durante el camino. Mientras uno manejaba el otro se subía a dormir al camarote acondicionado arriba de la cabina.
Cuando ocurrió el asalto ya estaban en territorio guerrerense y mi compadre dice que de eso se dio cuenta porque cuando pasaron por el pueblo de Las Tamacuas todavía se escuchaba la música animada en los burdeles  que funcionaban junto al río en aquella época en la que estaban prohibidos en Lázaro Cárdenas y tuvieron que cambiarse al otro lado del río Balsas.
Mi compadre José tuvo la suerte de no venir manejando cuando el torton se topó de pronto con los troncos y las piedras que los asaltantes habían puesto junto a uno de los topes de la carretera.
Luego de hacer que el camión se detuviera los asaltantes ordenaron al chofer que condujera por un camino de terracería.
Con el ruido y las maniobras del camión mi compadre se despertó tratando de entender lo que estaba pasando.
Cuando habían andado una media hora por la terracería el camión se detuvo y fue entonces cuando mi compadre pudo entender que eran víctimas de un asalto.
Cuenta que le empezaron a ganar los nervios porque no podía adivinar si el chofer les había comunicado que traía acompañante.
–Si les dijo que aquí vengo y que soy el dueño del camión a lo mejor me secuestran, pensó.
–Pero si el chofer no les ha dicho nada de mi presencia y me descubren, pueden darme un escarmiento porque dirán que quise esconderme.
Cuando mi compadre por fin tomó la decisión de hacerse presente ante los asaltantes les gritó desde el camarote que no le fueran a hacer nada, que era compañero del chofer y que en ése momento tenía el turno para dormir, por eso estaba arriba.
En seguida los ladrones le gritaron que se bajara rápido hasta donde ellos tenían hincando al chofer exigiéndole todo lo que llevaba de valor.
Pero mi compadre cometió el error de no prepararse antes para bajar. En sus prisas se olvidó de que estaba descalzo y como reinaba la oscuridad buscaba sus huaraches sin encontrarlos, hasta que volvió a escuchar el grito de los asaltantes.
–Bueno, te estamos esperando cabrón, por qué no bajas ¿quieres que te bajemos a punta de balazos?
–Estoy buscando mis huaraches. Dice mi compadre que les respondió, con un tono que cuando me lo contó me llenó de ternura.
–¡Bájate sin huaraches hijo de la chingada que no te queremos para ir a chaponar!, le gritó con voz enérgica y desconsiderada uno de los asaltantes.
Entonces mi compadre no tuvo más remedio que bajarse descalzo y caminar con sus pies tiernitos entre el monte hasta donde los asaltantes les ordenaron que se quedaran.
Cuando amaneció descubrieron que estaban por el pueblo de Zorcúa, por el  camino que lleva a la playa de Las Peñitas.
Por las huellas que encontraron después y la marca de la suela que le dejaron a mi compadre cuando se le subieron a la espalda dedujo que uno de los asaltantes usaba botas.
Pero lo que más siente de esa mala experiencia es que le robaron unas hebillas para los cinturones de pita que traía para regalar, porque de la mercancía que traía el camión torton para las tiendas dice que nada se robaron.

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