Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

Sin los ciudadanos, todo es una farsa

¿Por qué al gobierno le procupan más las autodefensas que los Templarios? ¿Por qué ha sido tan indolente ante el sufrimieneto de miles de víctimas y ahora reclama indignado porque las autodefensas ponen en alto riesgo al Estado de derecho? ¿Por qué la organización de los pueblos para defenderse lo asusta tanto?

El incendio social en la Tierra Caliente de Michoacán ha hecho mucho más visible el desatino del gobierno federal que ha apostado a irse por su cuenta en el combate contra el crimen organizado, prescindiendo del alto potencial de los ciudadanos para la construcción de la paz. Simplemente, sigue la farsa de siempre pero con una connotación mucho más trágica. Las movilizaciones de las autodefensas michoacanas han llegado a ser un dolor de cabeza para el gobierno como no lo ha sido la brutalidad de los Caballeros Templarios en tanto tiempo de desmanes. Uno se pregunta, ¿por qué le preocupan más las primeras y no los segundos? ¿Por qué el gobierno ha sido tan indolente ante el sufrimiento de miles de víctimas y ahora reclama indignado porque las autodefensas ponen en alto riesgo el Estado de derecho? ¿Por qué los desmanes de las organizaciones criminales han pasado a ser parte de la normalidad mientras que la organización de los pueblos para defenderse les asusta a las autoridades?
Hay que reconocer los riesgos que implican las autodefensas michoacanas, de quienes hay muchas historias que las ponen en tela de juicio por la procedencia y el uso de armas de alto poder y por los supuestos vínculos con poderes fácticos. Pero lo cierto es que esa gran movilización ciudadana tiene factores innegables: la incapacidad de las autoridades para defender y proteger a la población víctima del crimen organizado y el hartazgo social. Y, en ese sentido, la defensa de la vida, de la familia, de la comunidad y del patrimonio, tiene un talante de legitimidad moral. Jamás el gobierno mexicano ha reconocido su responsabilidad en este mar de historias de dolor en que se ha convertido el país y que se ha concentrado en algunas regiones como en Michoacán y en Guerrero.
El punto que me interesa considerar es el terror que los gobiernos tienen a la participación ciudadana cuando ésta significa un contrapeso al poder que detentan. Esto está pasando en Guerrero, también. Por eso preocupa el silencio que el gobierno del estado guarda ante las policías ciudadanas del Sistema de Seguridad y Justicia Ciudadana promovido por la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG) y ante el Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Parota (Cecop), que desde hace tiempo han estado haciendo llamados al diálogo sin ser escuchados. Los ciudadanos y sus organizaciones tienen el derecho a participar en asuntos públicos y, por lo mismo, a que se les reconozca su contribución necesaria e insustituible para su solución.
Cuando los gobiernos no se enfocan al bienestar del pueblo, miran con recelo cualquier expresión ciudadana que exhiba sus desmanes, sus transas, sus límites y sus abusos. En este sentido, es palpable el desprecio que tienen los gobiernos por la participación de los ciudadanos en cualquier tema pero aún más en el de la seguridad. En Guerrero, el gobierno ha golpeado a la Policía Comunitaria para dividirla y lo ha conseguido corrompiendo a algunos de sus líderes. Por otra parte se creó la Policía Rural, uncida al aparato corrupto de seguridad del gobierno como alternativa a la policía ciudadana que está más vinculada a las comunidades. Cuando se discutió la ley correspondiente, el Congreso nunca consultó a la sociedad ni menos a los grupos más interesados como la UPOEG. Así se hacen las cosas desde el poder.
¿Qué se necesita para que las autoridades abandonen la necedad de marginar a la sociedad en el tema de la seguridad y de la construcción de la paz? Promueven la denuncia ciudadana sin haber construido la confianza necesaria y de ahí no pasan. ¿No se dan cuenta que es necesario un componente social para darle eficacia a los esfuerzos de dar seguridad? Claro que sí se dan cuenta. No son unos tontos. Es más, saben lo que hacen y lo hacen por motivos oscuros.
Ya saben que la estrategia policiaca y militar que se promovió desde octubre del año 2011 en Acapulco no ha tenido los resultados esperados. Sigue la violencia en esta ciudad y se ha multiplicado en el estado de Guerrero y no la pararán por ese camino. ¿Por qué siguen tercos? Esa es la pregunta. ¿Por qué no permiten que la sociedad participe mediante esquemas de colaboración que tomen en serio a los ciudadanos? ¿Por qué no han tocado a los políticos que han estado en la trama criminal? ¿Y por qué son tan duros con los ciudadanos como Nestora Salgado y demás policías comunitarios encarcelados, que tuvieron el coraje de indignarse y actuar contra la delincuencia? ¿Por qué siguen con sus “leguleyadas” para esconder patrañas e intenciones oscuras? ¿Por qué no han pedido perdón a la sociedad ya que no han hecho su trabajo? ¿Por qué siguen denostando el honor de la actividad política cuando la desnaturalizan usándola para todo menos para su verdadero fin que es el bienestar social?
Es necesario que las autoridades entiendan que su estrategia de excluir a la sociedad es errada y que tiene que incluir a los ciudadanos y a las ciudadanas que han mostrado voluntad de participar. Con la fiebre de reformas que le ha dado al gobierno, ¿por qué no se las ha ocurrido una reforma legislativa para colocar las condiciones que faciliten una amplia participación social para la construcción de la paz? ¿Por qué no acoger y canalizar de manera constructiva a las policías comunitarias y ciudadanas para que colaboren en tareas específicas en sus comunidades?
La invocación de la legalidad y de la institucionalidad ha sido el pretexto para no proteger a los pueblos. Se trata de una invocación hipócrita que solo protege a instituciones corruptas y procura una arbitraria aplicación de las leyes. Se las aplican a los ciudadanos, pero no se las aplican a los criminales ni a los políticos omisos y cómplices de las mafias. Es tiempo de que entiendan que todos vamos en el mismo barco y todos nos podemos hundir y ni ellos se podrán salvar solos.

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