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Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

¿Quién es ese total que gana más que yo?

Quienes conocen la historia cuentan que don Gume ganó la presidencia municipal de tan importante ciudad en un arranque de audacia que también podía pasar como exceso de ingenuidad o desmesura porque era un simple mozo del cacique llegado desde el vecino estado de Oaxaca.
Como era costumbre que en la fiesta de Navidad el cacique entregaba a su servidumbre algún presente que le ahorraba el obligado aguinaldo, todos sus empleados esperaban contentos esa fecha.
Dicen que ése día a la hora de las felicitaciones don Gume se formó en la cola de los empleados para el abrazo de Navidad. Unos cuentan que iba armado de valor porque ya llevaba entre pecho y espalda algunas copas de mezcal, pues esa era la única razón de que le hablara derecho al patrón cuando en su sano juicio casi ni levantaba la mirada cuando lo saludaba.
Pero en el convivio de esa Navidad don Gume sabía que se jugaba  su futuro porque estaba próxima la renovación de ayuntamientos, así que luego del abrazo de felicitaciones le hizo la petición a su patrón.
–Jefe, ayúdeme, quiero ser presidente municipal.
–¿Allá en tu pueblo, Gume?
–No, señor,  aquí mero, del puerto. Yo sé que usté puede.
No sabemos qué ideas pasaron por la cabeza del cacique frente a esa petición de su empleado que no dejaba de ser descabellada pero que lo adulaba en su poder. El caso es que su respuesta fue afirmativa.
El rumor de que habían destapado a don Gume como candidato del partido oficial para la presidencia municipal corrió como pólvora en el puerto y la maquinaria del gobierno inmediatamente comenzó a operar para cumplir la orden del jefe.
Todas las fuerzas vivas se alinearon monolíticamente a favor del candidato oficial que compitió sin oponente, y que en pocos meses se encontraba despachando en el palacio municipal.
–Cíteme a fulano de tal que se presente mañana en mi oficina, ordenó a la secretaria don Gume en sus primeras acciones de mandatario.
–Señor presidente, ¿jueves se escribe con b o con v? Don Gume se rasca la cabeza y responde, mejor cítemelo para el viernes. (¿?)
Así llegó la primera quincena y como el presidente debía firmar la nómina para autorizar el pago, la secretaria diligente le presentó el pliego que don Gume leyó detenidamente comparando el salario de cada empleado con el cargo que desempeñaba, pero de pronto se sorprendió cuando en la columna de nombres leyó uno que no le resultaba familiar y que aparecía con una cantidad como sueldo por encima del que ganaba el presidente municipal.
Sobresaltado llamó a la secretaria.
–Niña, ¿quién es ése chingado Total que gana más que yo?

¡Te dije que pasabas pero recio!

La camioneta amarilla pick up marca Chevrolet era reconocida por los caminos de terracería, de la Estancia a Feliciano. Bonita camioneta, automática, de llantas gordas que se deslizaba suavemente aunque fuera en terracería mientras no la manejara Arnulfo, el hijo mayor de don Domingo, famoso porque nunca fallaba un lance para echar mangana o lazar algún animal.
Los amigos de Arnulfo exageraban cuando decían que era tan bueno con la reata de lazar que no fallaba aunque los animales a capturar anduvieran entre el parazal.
“Nomás vemos cómo la reata libra las ramas para llegar directo a los cuernos del becerro que nunca se escapa”, contaban entusiasmados.
La Chevrolet amarilla la mandaron de Estados Unidos los hijos de don Domingo. Fue su regalo para el viejo en el primer año que cumplieron sus hijos allá en “el otro lado”.
Cuando fueron por mí al crucero del pueblo de Feliciano en La Unión me subí a la chevrolet amarilla y antes que pudiera preguntar la razón de que el tablero estuviera agujerado rudamente supe la razón cuando miré cómo don Domingo metía ahí las manos para aferrarse en el asiento ante tanto tumbo que daba en la terracería por la velocidad con la que Arnulfo manejaba.
A falta de cinturón o cabezal para aferrarse al asiento, don Domingo había hecho sus propios arreglos a la camioneta como si ésta hubiera sido una bestia que se manejara sola.
Pero si en la terracería Arnulfo manejaba la camioneta amarilla como si hubiera sido dueño  del camino, andar en la carretera federal con las mismas trazas era algo delicado.
Allá en el pueblo me contaron que se quedó en un solo intento la idea de que Arnulfo, el intrépido vaquero, llevara a pasear a toda la familia a la cabecera municipal de la Unión.
Cuando lo intentó dicen que a propósito habilitaron la batea de la camioneta con las sillas más cómodas para que las personas adultas pudieran ir descansadas. Como todo mundo quería participar en el paseo, la camioneta amarilla se llenó hasta el tope.
Sea que el peso de tanta gente se sintiera en el correr de la camioneta, o que de pronto Arnulfo sintiera tanta responsabilidad de llevar a toda la familia por la carretera federal que le era desconocida en el papel de conductor, lo cierto es que ya antes de llegar al pueblo de Feliciano, empezó a sudar como si hubiera andado en la chapona.
Cuentan que en el crucero del camino de terracería con la carretera federal, Arnulfo paró la camioneta, la rodeó poniendo atención en cada una de las llantas, volteó a la carretera y se quedó mirando cómo los carros pasaban a gran velocidad comparado con sus recorridos hasta el pueblo.
Después Arnulfo contó que de plano iba a rajarse de entrar a la carretera federal, pero no le quedó más remedio que intentarlo cuando Rogelio, el más desmadroso de sus primos le gritó:
–¡Órale primo hermano, que se nos hace tarde para ver a las morritas de la Unión!
Así que no tuvo más remedio que subirse al volante respondiendo con indicaciones a su primo el gritón.
–¡Échame aguas para pasar primo hermano!
–pasa, pasa, le respondió el primo a gritos.
Entonces Arnulfo aceleró y se metió a la carretera federal en el preciso momento en el que pasaba a toda velocidad un tráiler de los que acarrean varillas de acero de la siderúrgica.
Gracias a sus reflejos, Arnulfo no chocó, pero fue a parar con la camioneta fuera de la carretera, detenido nada más por la cuneta.
Luego que vio la cara de susto que tenían todos los pasajeros se dirigió a su primo Rogelio que yacía tirado en el suelo fuera de la camioneta para reclamarle por la equivocada indicación de que podía pasar antes que el tráiler, pero cuando iba a formularle el reclamo, el primo se adelantó adivinando la pregunta  y con la cara de compungido respondió:
–¡Primo hermano, te dije que pasabas pero recio!

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