Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

Vestida de humildad

A tu ojo lleno de dientes, MF. Descansa en paz

Era el verano del 2009. José Emilio Pacheco caminaba tras bambalinas en el auditorio del Tecnológico de Monterrey, en Puebla, donde recibía uno de los múltiples homenajes que le brindaron sus lectores. Hablaron varios académicos del narrador que dio a las letras mexicanas más de uno de sus clásicos. Él caminaba, les digo, guiado por una señorita que le decía, a cada paso: “Es por acá, maestro”. Pacheco agachó la cabeza, tímido, evitaba que alguno de los reporteros le hicieran una entrevista. Más tarde, decía sin ver a los ojos, más tarde; déjenme ir al baño porque ya va a comenzar el homenaje. En medio del corredor, se le acercó una mujer con un ejemplar de Las batallas en el desierto. ¿Me lo firma, maestro? Apretando el ceño y con el lapicero que le ofrecía la damisela estampó fecha y firma en el ejemplar. Es una bonita edición la que tiene, comentó entregando el libro. Necesito ir al baño, señorita, contestó. Minutos después supimos que no fue al baño, Pacheco quería estar unos minutos a solas. Me pone nervioso tanta gente, dijo ya en el escenario y de verdad se veía intranquilo. Leyó algunos de sus poemas en prosa. Recordó que durante su trabajo como narrador se ha preocupado por cantarle a la ciudad de sus amores: México, Distrito Federal. Escribo sobre la ciudad que me ha dado tantos recuerdos, señaló, sobre las calles, edificios y plazas que han dejado de ser ese espacio que a mí me ha cautivado.
Pacheco, siempre ondeando la bandera de la humildad, decía con sarcasmo que su pareja, Cristina Pacheco, era quien en realidad lo motivaba a escribir. Prácticamente me encierra para que termine los trabajos pendientes, decía entre risas. “A mí me pone un poco tenso cuando mi editor me comenta que va reeditar mis libros, ¿por qué? Porque tengo la costumbre de corregir o arreglar algunas cosas de las nuevas ediciones. Es un trabajo necesario para que los lectores descubran que aunque ya son libros hechos siempre hay alguna que otra palabra, coma, punto o frase necesariamente corregibles”, expuso.
Y comenzaron las preguntas de los lectores. Que si para él era importante releer, que si los libros que ha hecho lo han ayudado en su vida personal. Cuestiones relacionadas con el mito que implica ser José Emilio Pacheco. Yo tenía ganas, desde hace años, cuando conocí su cuento La fiesta brava, de hacerle una pregunta. Esperé. El autor de Morirás lejos hizo una reflexión acerca de su propuesta estética en la narrativa: “Es importante la memoria, tener bien presentes los libros que nos han cambiado la vida. Porque no son textos que salieron de la nada. Cada libro (teatro, cuento, novela, poesía o ensayo) acumula ese germen temático que uno posee y mis libros sólo son homenajes pequeños a otros autores. Yo me siento halagado cuando alguien joven se conmueve con mis textos. Es como si le hiciera llegar a ese lector todos los escritores que me convencieron, como un continuum amoroso, de seguir escribiendo”.
La clave es la memoria, concluí, tal vez por eso me intrigaba tanto La fiesta brava, porque aunque pasen los años sigo recordando ese texto en el que la ficción fantástica y el realismo se dan la mano. Pero oía con atención las lecciones de un viejo bastante joven, Pacheco que ya clavado en su pasión hablaba moviendo los brazos, ajustándose sus lentes y sonriendo. “Porque la literatura no sólo es drama, jóvenes, la literatura también nos hace más vivos, aunque no todos logremos generar esa emoción, créanme que las letras son capaces de animar ciertas amarguras”, afirmó clavando su mirada en uno de los chicos que levantaba la mano con insistencia. “Dígame, joven, ¿en qué puedo servirle? ¿Los procesos de escritura en mi caso? Procedo de una idea, pero no hay un método real, hay técnicas por las cuales uno decide qué libro escribirá —poemario, novela, ensayo—, pero no hay una fórmula. Uno se sienta y pone en práctica todas las habilidades que posee. Crea. Tal vez lo único valioso es el compromiso con los proyectos personales. Hacerlos crecer y confiar en que somos lo suficientemente maduros como para terminarlos”.
Yo quería saber cómo fue que se le ocurrió La fiesta brava y escuche del inmortal Pacheco: “Le hice caso a las historias de la ciudad y uní a eso, a la tradición oral sobre los túneles del metro, la vida de un escritor que no logra publicar su obra en una revista de novedad. Apelé a todos los recursos clásicos del cuento, unir las dos historias y desanudar la trama con un final de corte fantástico, sorpresivo pero lógico. El germen de ese texto fueron las historias que se cuentan sobre la vida bajo el DF”. Quizá esperaba una respuesta mucho más técnica, pero era cierto: sólo es cuestión de trabajo, de enfocar y sorprenderse, tanto como el lector, con el oficio que uno profesa. Así cerró Pacheco su homenaje. Y me quedé con la sensación de que la sabiduría siempre va vestida de humildad. Sigo pensando en La fiesta brava.

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