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Benito Alberto Ucán

Diógenes y Dionisos ya no son excéntricos en este mundo de la modernidad

Antes la barbarie que el aburrimiento. Théophile Gautier.

Hoy es tiempo de dudas, no de certezas. Por la duda metódica hemos llegado a este mundo tecno-científico, pero paradójicamente, también por la duda hemos llegado a la transgresión. Lo que fascina ahora a los niños y a los jóvenes es la transgresión y la autonomía exacerbadas, resultado de las dos vertientes del racionalismo: la ilustración y el romanticismo.
Se dice que Sócrates fue el primer individuo en la historia; pero también Diógenes lo fue. Los dos  fueron personas que rompieron con los esquemas de vida de sus contemporáneos. Rompieron con las certidumbres de la sociedad.  Pero dejaron para los nuevos tiempos, dos tipos de pedagogía que aún influyen profundamente en el espíritu de la vida moderna: romper con la tradición y sembrar el espíritu radical.
Ambos rompieron, a su manera, con una forma de vida indubitable; fueron enemigos de los prejuicios, y dudaron de toda autoridad y tradición. Había nacido el espíritu de vanguardia y de la iconoclastia, que más tarde iban a heredar los poetas malditos, el romanticismo y los grupos contraculturales.
En esta nueva realidad romántica debe educar el maestro, donde la escuela es una enorme guardería infantil. Poner en el centro el interés del niño, aprender jugando, eliminar la palabra enseñanza, hacer de la escuela un lugar estético y lúdico, agradable, son las nuevas características de la pedagogía romántica nacida del pensamiento  de Rousseau, Diógenes y  Pirrón.
La destradicionalización,  llevada a cabo por la modernidad, ha dado paso, a la postre, al hiperindividuo, lógica consecuente del sapere aude de Horacio, o del superhombre de Nietzche. También ha inhibido todo tipo de autoridad y ha estimulado la falta de respeto hacia las instituciones.
Los mitos, los rituales, las utopías, el mesianismo, dejaron de ser garantías como principios cohesionadores de la sociedad. Desde la cultura judeocristiana se ha ganado más libertad, más autonomía individual, libre albedrío, espíritu democrático, y se ha fomentado el libre examen; pero con el cartesianismo se intensificó una desmesura atroz, expresado en el voluntarismo del sujeto que solo confía en su yo racional y en su yo romántico. Él es Dios. Diógenes y Dionisos ya no son excéntricos en este mundo de la modernidad, han traído el sabor de la noche, los antros, las orgías, la fiesta, la irreverencia y el éxtasis. Los hippies, los anarquistas, los excéntricos de todo tipo y los bohemios son los nuevos estereotipos educativos para los niños y los jóvenes.
La subjetividad y la intersubjetividad introdujeron por la puerta de atrás el relativismo, a pesar de los esfuerzos denodados de Descartes por desacreditar y derrotar el escepticismo que prevalecía en su época, confiando en que el pensamiento objetivo resolvía todo. Ejemplos: la deconstrucción y el multiculturalismo.
La razón embriagada se ensimismó y se zambulló en el mundo interno del sujeto, quiso manifestarse de otra forma: ser un corazón que piensa; y no tan solo una razón. Rousseau dijo que el hombre primero siente: por esta vía se quiso buscar la vida auténtica a través del ensueño, el ingenio y la creatividad. Todo era mejor, menos la vida cotidiana que era insoportable. Lo ideal y radical es ser excéntrico y no miembro de la tribu.
De otra forma a los ilustrados, los románticos también fueron modernos: mediante la creatividad y el genio abrieron el camino del nuevo Dios en que se convirtió el artista. La creatividad humana fue la culminación de la creatividad de la naturaleza, según Schelling. Desde esta visión filosófica, toda vida debería ser estética. Apolo y Dionisos peleándose por la hegemonía de lo que era la mejor forma de vida.
Si los siglos XVII y XVIII fueron racionales, el XIX y el XX fueron románticos, como este siglo que comienza. Los hermanos siameses de la modernidad estaban en un conflicto permanente, querían  imponer su visión (a su manera auténtica) del mundo y de la vida. Ahora, la lucha es entre los hombres, no de Dios contra los hombres.
La modernidad hizo del hombre un sujeto ensoberbecido, víctima de la hybris, cuyos deseos no tenían límites; su fe en la nueva religión laica lo empujaba siempre hacia  adelante (se abría el espíritu de vanguardia), pero los resultados del proceso civilizatorio que no cumplieron las expectativas de crear el “hombre nuevo”, abrieron el paso a la vida romántica: el ascetismo del instante, el escándalo, la vida bohemia, la evasión.
La ira, el resentimiento, el pesimismo, el desencanto de la vida burguesa estaban acumulados, próximos a hacer eclosión, próximos a romper con todos los esquemas que daban sentido a la cultura establecida.
El arte, como se entendía hasta entonces, se hizo añicos con la exhibición de un urinario comercial (readymade) de Marcel Duchamps. Un artista italiano enlató su mierda y la exhibió como “mierda de artista”. Eran obras de vanguardia por excelencia. Los parámetros del arte clásico se colapsaron para siempre, fueron mirados como antiguallas. Imbuidos por el mismo espíritu las ciencias, las humanidades, la política y la educación  se volvieron problemáticas. El relativismo los llamó a cuentas. Se perdieron los referentes unívocos: ¿existían los valores universales? ¿Existía una cultura superior? ¿Existía el progreso? Si la mirada del investigador modificaba el objeto, cómo se podía hablar de objetividad. La irreverencia, la iconoclastia, la anarquía eran corolarios del individuo hiper racional que expresaba su autonomía exacerbada a través de una subjetividad que no tenía límites: “la realidad soy yo”, una vuelta de tuerca hacia la absolutización de la razón. Urano devorando a sus hijos.  Cronos devorando a Urano. Se trataba ahora de mitologizar la vida en torno a los antihéroes, nutrirse de la lógica de la victimización, hacer de lo emocional un refugio seguro ante la agresividad de lo exterior. Ser ultra diferente para enfrentar la vulgarización, lo banal de la cultura de masas. La vida cotidiana, gris, uniforme, enfermaba de hastío, aburrimiento. Se necesitaba de la aventura a ultranza. Había que hacer de lo ordinario algo extraordinario. Había que denigrar toda manifestación de poder estatal. Esa era la aventura más emblemática.
Con este espíritu radical romántico, no es difícil colegir que todo fue sometido a duda, hasta la contumacia.  Hoy la propia naturaleza del Estado está en entredicho. ¿Quién se cree el mito de Hobbes que através de un pacto, los hombres cedieron su poder y saltaron de su estado de naturaleza a la sociedad civil? ¿Quién se cree el otro mito de Rousseau de la voluntad general?
Aquí está el epicentro de todas las crisis políticas de las sociedades contemporáneas. El mito que unía a los individuos en política, tampoco existe ya. La razón de ser de todas las instituciones está en crisis, o por lo menos, los ciudadanos las miran con profundo escepticismo y decepción. La escuela está frente a esta situación crítica. Los maestros todavía tienen la mentalidad de los setenta, mientras los alumnos solo quieren entretenimiento. Con las reformas anteriores desde 1970, la figura del docente desapareció. Hoy nadie habla de enseñar, solo de aprender. ¿Aprender qué? La estetización del pensamiento complicó seriamente las tareas de los docentes y de la escuela.

* Maestro de la Universidad Pe-dagógica Nacional campus Chil-pancingo.

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