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Silvestre Pacheco León

A 120 días de la creciente

Es un día domingo cuando regreso a mi pueblo que está en la fase de la reconstrucción debido a la inundación que provocó la creciente del río Huacapa durante las torrenciales lluvias del pasado mes de septiembre.
Hace unos días se terminó el bloqueo periódico que restringía el paso vehicular en la cañada de Petaquillas por la rehabilitación de la carretera en ése tramo de retajes que provocó el deslizamiento de tierra por el exceso de lluvia.
Sólo en el pueblo de Petaquillas nos tocó dar un rodeo para continuar nuestro viaje por los arreglos de un tramo de la calle principal para meter el drenaje.
A lo largo del camino en las márgenes del Huacapa se puede apreciar la amplitud de las inundaciones que provocó su crecida de tamaño inusual en aquel mes patrio.
Algunas familias pobres de los pueblos siguen aprovechando la leña que dejó la creciente juntando grandes manojos que luego acarrean a sus casas para usarla como combustible.
La pequeña granja acogedora establecida casi al salir de la cañada, poco antes de Tepechicotlán, en la margen derecha del Huacapa, luce abandonada y nadie sabe el fin que tuvieron las gallinas, los conejos y los chivos que compartían la ladera entre tupidos limoneros.
De su estrecho puente para cruzar el río nada quedó y sólo el promontorio de tierra y piedras que se ven nos dan una idea del tamaño de la avalancha que se precipitó desde el cerro.
En Tepechicotlán los campesinos no han repuesto los sembradíos que fueron afectados. Ahora esos campos lucen desérticos y azolvados de arena y grava.
Cuentan que en uno de los techos de las casas construidas en esa planicie había quedado atrapada una familia que gritaba pidiendo auxilio y que los vecinos lograron salvarla juntando cientos de metros de reatas que soltaron desde muy arriba del río con las cuales los sobrevivientes se amarraron y pudieron salir jalados desde la orilla.
Desde Mochitlán hasta Quechultenango grandes máquinas realizan el trabajo de desazolve del lecho del río levantando los bordes de las orillas en previsión de futuras crecientes.
Si podemos hablar de ventajas o beneficios que dejó la creciente de septiembre en ésta parte de la cuenca del Huacapa, lo más notable es el abundante material pétreo que arrastró de los cerros, aunque el beneficio lo estén aprovechando los empresarios que tienen sus plantas de grava y arena pues el precio de esos productos no ha bajado.
De las secuelas negativas cuyos efectos se comienzan a vivir está el exceso de polvo que el viento levanta y transporta en forma de nubes hasta las zonas pobladas. El caso más próximo es Mochitlán, donde el río Salado arrasó con el puente y el tránsito vehicular se ha desviado por un tramo de terracería.
Pero si hablamos de daños cuantiosos, sin duda fue el pueblo de Quechultenango el que sufrió los mayores embates de la creciente cuyas calles se convirtieron en ríos que derribaron las casas de adobe e inundaron de lodo todo lo que quedó en pie.
La cabecera municipal se quedó sin los puentes que la comunican con buena parte del municipio. La corriente del río se llevó el auditorio y toda la infraestructura de la unidad deportiva, afectó escuelas, arrastró casas, ahogó animales, asustó a la gente y causó devastación.
Aunque a simple vista todo parece haber vuelto a la normalidad, salvo el espectáculo de desolación que se observa donde antes estaban las casas que el río se llevó, desde la entrada al poblado llaman la atención los grandes troncos de árboles que quedaron atorados.
En las pláticas con los vecinos las historias de la creciente menudean. Cuentan que Félix González festejaba con los invitados la fiesta del Chilo Cruz en el barrio de Manila cuando los vecinos le dieron la noticia de que el río se estaba metiendo al pueblo. Confiado, dijo que eso no sucedería, sin embargo ordenó a su familia que se saliera de su casa para refugiarse en la colonia de San Sebastían mientras él seguía la fiesta cumpliendo con su cargo de mayordomo.
La gente que supo después lo que pasó piensa que Félix debió estar borracho cuando casi de noche y ya sin que se pudiera usar el puente para salir del pueblo se atrevió a pasar nadando el Huacapa para ir a reunirse con su familia. Y si esa acción resulta descabellada pensando en la cantidad de agua de la creciente y la fuerza de la corriente que arrastraba troncos, piedras, árboles, muebles y animales, resulta increíble lo que sucedió después.
El propio Félix platica que se vio en la necesidad de regresar a su casa porque ante la inminente inundación del pueblo era imperativo salvar sus documentos personales, y así lo hizo. Ya en la oscuridad de la noche cometió la proeza de volver a cruzar a nado el Huacapa para salvar sus documentos.
Doña Cira, también en Manila fue de las pocas personas que prefirió quedarse en su casa con la seguridad que le daba su casa construida en dos niveles. Cuenta que sufrió tanto por lo que veía pasar en la calle arrastrado por la corriente que de haberlo sabido mejor se hubiera ido al refugio con sus demás vecinos.
Dice que era impresionante el ruido del agua abriendo los portones y tirando las casas. Primero el agua entraba por las rendijas hasta llenar los patios y luego esa misma presión la ejercía contra los portones que cedían con gran estruendo. Las casas de adobe crujían al caer.
Cuando ya oscurecía ése viernes miró que un pobre muchacho gritaba que lo ayudaran. Iba en la corriente del agua agarrado a las ramas de un árbol. Nadie acudió en su auxilio porque no se podía hacer nada y entonces pensó que quizá se haya salvado porque recordó que poco antes de llegar al río el agua de la calle se hacía un remanso.
También Javier Pineda se quedó en su casa, pero él porque no sabía la dimensión de la creciente. Se enteró porque se le ocurrió salir al patio bardeado por una enorme mole de piedra. Cuenta que lo sorprendió la corriente que había entrado a su casa en la oscuridad de la noche y que si no se aferra a una palmera se lo lleva el río. Paso la noche abrazado del tronco y al otro día no podía salir a la calle por la pena de que el río lo dejó en puros calzones.
Mi primo Lencho Juárez dicen que se murió de un infarto porque le impresionó ver el tamaño de la creciente. Él vivía casi enfrente de donde se junta el río Limpio y el Huacapa. Cuando el puente sucumbió ante la fuerza de la corriente debió ser impresionante para el débil corazón de mi primo.
Sólo don Toño a quien apodaban la Liebre decidió su destino aquella noche porque se negó a dejar su casa de teja y adobe cuando ya la calle era un río. Quiso asegurarse de que lo encontrarían amarrándose a una solera porque así apareció al día siguientes ahogado entre el lodo.
Doña Mary la que vive en la orilla de la colonia Españita, allá donde antes se conocía como la Tejería, dice que en la noche del viernes su familia nomás se ocupaba de ver cómo subía el nivel del río asomándose al camino por donde pasan al pueblo, sin saber que por detrás de la casa el agua empezaba a llegar porque al otro lado la creciente había encumbrado el paredón que en tiempos normales naturalmente desviaba al río .
“Mi vecina Casimira nos vino a despertar para que nos saliéramos. Ella ya traía sus cosas porque nos dijo se iba para el cerro. Nomás alcancé a rescatar del tendedero dos docenas de la ropa que me habían dado a lavar. Después estaba más acongojada por la ropa ajena que se llevó el río que por mis muebles echados a perder”.
Mi tía Duva, una señora de casi 90 años perdió casi todo su maíz desgranado que había guardado en tambos. El río le tiró su casa de adobes y se llevó su cosecha.
Dicen que los tambos flotaban en la creciente y que algunos vecinos que saben lo que contienen los lazaban para rescatarlos.
“Mi cuñado Federico, dice mi primo Vicente, cuando empezó a ver que el agua invadía las calles se fue corriendo hasta su casa en Manila pensando en sus animales.
Dice que un marrano semental que tenía amarrado estaba subido en la tranca apenas con su cabeza fuera del agua. Soltó su caballo y le abrió la puerta a los marranos con la esperanza de que se salvaran”.
Para la mayoría de los habitantes de Quechultenango quedó claro que ninguno estaba preparado para una situación como la vivida porque nadie sabía qué hacer ni estaban pendientes de las noticias, pues primero se fue la luz eléctrica y luego se perdió la señal de teléfonos.
Los alimentos en las tiendas empezaron a escasear a los dos días que fue cuando de los pueblos vecinos llegaron en su auxilio con comida. Algunos traían masa, tortillas y pozole.
Nadie sabe decir si fue el pasmo o el susto por la inundación lo que volvió indolentes a los vecinos pues pasaban los días y nadie se preocupaba ni siquiera de sacar el lodo de sus casas ni de limpiar su frente de calle. Mejor los comisarios de los poblados vecinos llegaron con sus brigadas para habilitar los puentes y limpiar las calles. El comisario de Aztatepec me platicó que él llegó con una brigada de sesenta vecinos para ayudar, pero que ni siquiera un refresco o un vaso de agua les ofrecieron los ladinos de la cabecera.
Dicen que las propias autoridades municipales se mostraban apenadas ante el boxeador Saúl Canelo Álvarez, quien ofreció construirles sus casas a los que se quedaron sin nada, pero que no podía empezar con las obras porque ni uno sólo de los afectados había limpiado su terreno.

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