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Benito Alberto Ucán

El gatopardismo de las reformas educativas

*Igual de negativa es la idea de que el aprender debe ser un juego y de que un alumno debe tener derecho a elegir qué, cuánto y si quiere aprender. Inger Enkvist.

Siempre ha sido un enigma por qué el docente, que es el protagonista principal del aula, no tiene nada que decir respecto a las reformas educativas que se han sucedido. Y si dice, enumera una serie de lugares comunes; ve lo que todos ven; ve lo accesorio; lo que ve el ojo, pero no el pensamiento. Si tiene alguna queja, todo lo reduce a culpabilizar al sistema educativo nacional. Hay una ralentización en su forma de pensar y de poner en contexto su análisis. Todo es inmediato e inconexo.
Quizás una de las respuestas al enigma sea lo que dice el escritor español José Ovejero respecto al escritor, y que le viene como anillo al dedo  a un docente: no tenemos “una mirada original sobre el mundo”, y si lo tenemos  “no sabemos contar lo que vemos”. O la otra razón pudiera ser lo que dice  uno de los personajes de Beckett, advertido ya por Paul Auster en su libro La invención de la soledad: “El hábito es el mayor insensibilizador”. La mirada del profesor  es narcotizada por la rutina  de lo cotidiano. El paisaje lo ve el turista, el lugareño solo ve el campo. Puede ser que la “mentalidad de grupo” simplifique la realidad, y que  este tipo de mentalidad condicione el sentido común: el pensamiento está  cautivo en “una cárcel  con las puertas abiertas”. El docente debería tener más presente la sociología de masas como lo señala Doris Lessing en su libro Las cárceles elegidas, o La servidumbre voluntaria de Etienne de la Boetie. Le permitiría tener una mirada más perspicaz.
A partir de la década de los setenta, la educación se  vino en picada. Se puso de moda la pedagogía romántica que introdujo en las escuelas el espíritu rebelde de los movimientos contra culturales. Desde la reforma de 1972, todo fue un total fracaso. Las reformas que le sucedieron después siguieron el mismo rumbo. Los docentes solo demostraban desconcierto, dudas, temores  y una total ignorancia frente a la avalancha de la modernidad. Esta nueva reforma parece que seguirá el mismo destino.
Actualmente, los docentes y padres de familia han cedido mucho terreno a los caprichos pueriles. Desde 1972, ante los ojos del docente, el alumno fue ganando poder hasta desafiar la disciplina que requiere todo trabajo en una institución. El eje vertical maestro- alumno se trastocó en el eje horizontal alumno-maestro. Los intereses del niño se convirtieron en el epicentro del acto educativo, aunque no se supiera en qué consistían los intereses del niño. Aprender era un asunto en que todos aprendían de todos. Ahora, es arrogante, suena a pedantería pretender enseñar a otra persona.Ya no existen modelos que imitar, ni textos clásicos que aprender.
Todo contenido o ejercicio escolar que requiriera de esfuerzo, constancia, disciplina, todo lo que fuera “difícil” es antipedagógico. La gramática estructural se volvió una pesadilla, la evaluación fue tratada como un asunto esotérico, la ortografía y la sintaxis olían a tradicionalismo; implícitamente, se prohibió la reprobación. Se volvió pueril todo el acto de educar.
El docente se transformó en un fantasma que apestaba a naftalina; él también necesitaba ser reeducado para ser un docente pueril. La palabra enseñanza se esfumó por arte de magia de los libros de pedagogía. La lengua materna sustituyó a la cultura clásica. Se empobreció el enfoque y los contenidos de los libros de texto. Los pedagogos modernos decían que solo la lengua materna, la producción de textos propios, tenían sentido. Las historias de vida, los detalles que se hacen diariamente, emanados de las experiencias directas, fueron las nuevas prácticas de la escritura. Se ignoró algo fundamental, que todo escritor sabe, pero que la mayoría de los docentes ignora: la escritura procede de la lectura. La escritura se aprende en el universo del texto, nunca de la cultura oral. Un pragmatismo vulgar, ignaro, se apoderó de la escuela desde entonces. Se pensó -derivado de esta creencia pedagógica- que cualquiera podía escribir, bastaba que lo quisiera, que lo deseara. Hoy, muchos escriben, sin haber leído un libro completo. Una “moda democrática” de estos tiempos nuevos, pues…
Como consecuencia de esta pedagogía romántica, el docente empezó a perder vigencia; empezó a vérsele como parte de la momiza. El recurso didáctico de la memoria fue defenestrado del aula escolar. La pedagogía se volvió la panacea para resolver todos los problemas educativos  que existieran entre docentes y alumnos. La pedagogía, que es un arte y no una ciencia, desplazó de su lugar a los contenidos  específicos curriculares. De ahí en adelante, el docente se convirtió en el principal problema para la pedagogía.
Desde entonces, cursos vienen, cursos van… todos  de pedagogía. El docente con tantos cursos de pedagogía se habría vuelto un experto en cómo enseñar; pero ya no sabe qué enseñar.
Los diseñadores de las políticas educativas se olvidaron del objeto epistémico cuya enseñanza debe ser facilitada por la pedagogía; se olvidaron también de la trilogía clásica: qué enseñar, cómo lo voy a enseñar, para qué lo voy a  enseñar. Todo quedó en “cómo”. Y así nos va… puro pragmatismo vulgar.
El problema para la comprensión de las reformas educativas se ha vuelto más complejo pues los docentes, en su gran mayoría, proceden de una cultura oral, ágrafa. Son herederos de la contrarreforma que los ha condenado a vivir en la pre modernidad, y a estar en la periferia de la historia y la cultura universales. La modernidad, que es un proyecto civilizatorio del siglo XVII, está ausente de su horizonte intelectual. Y esta situación, en pleno siglo XXI, creo que no ha cambiado sustancialmente.
La incomprensión de la reforma educativa también se debe a que los maestros no cuentan con el bagaje intelectual, ni cultural, para asimilar o criticar los presupuestos epistemológicos que fundamentan la nueva pedagogía. La visión de los docentes es provinciana, parroquial, no cosmopolita. Todo les parece como una yuxtaposición de propuestas extrañas, ajenas, extranjerizantes, que nada tiene que ver con la realidad de nuestro país. Desde los setenta, todo ha sido confusión, desconcierto e incomprensión. Y cínicamente, ha sentado sus reales el gatopardismo, con el consentimiento y el oportunismo político de las autoridades educativas.

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