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Jesús Mendoza Zaragoza

El diálogo en tiempos de crisis

Es evidente la situación de crisis en este cambio de época, que propone nuevos modelos de vida y otros paradigmas para entender el mundo y para proyectarlo hacia el futuro. Hay una crisis de las instituciones, de todas, incluida la familia. La confianza en ellas ha disminuido de manera muy significativa. Algo está pasando que cambia la manera de interactuar con ellas. Esta crisis se manifiesta de muchas formas en el ámbito social y se expresa a través de contradicciones y de la incapacidad de afrontar los conflictos que se desencadenan, uno tras otro.
No obstante, sigue siendo un reto gigante la necesidad de afrontar la crisis de manera que de ella salgamos fortalecidos todos. Señales de esta crisis en nuestro país son, por ejemplo, la violencia atroz que sigue convulsionando algunas regiones y que avanza inexorablemente, al grado de que puede generalizarse más. Ninguna región del país está blindada a este fenómeno. También, la miseria de un amplio sector del país, es una expresión de que muchas cosas no están funcionando bien y de que es necesario generar transformaciones profundas.
Porque eso son las crisis: señales de que hay que generar cambios profundos y de que hay que dar saltos cualitativos para establecer mejores condiciones de vida para todos, sin exclusión. En este sentido, las crisis se pueden convertir en oportunidades para no quedarse al margen en una actitud de amargura y de pesimismo como espectadores ante la historia que va pasando de manera irremediable. En esta circunstancia de crisis se hace necesaria una actitud de reconocimiento de la misma, en todo su espesor y, además, el reconocimiento de que nadie tiene la fórmula para superarla.
El diálogo es una necesidad de primer orden o, en lenguaje coloquial, un artículo de primera necesidad que debe estar en la canasta básica. Somos capaces de dialogar cuando caemos en la cuenta de que tenemos nuestros límites para conocer la realidad, para intervenir en ella y para lograr los cambios necesarios para el bien común. Cuando somos humildes, lo podemos hacer y reconocemos que necesitamos complementar nuestros puntos de referencia, nuestras visiones, nuestros modos de intervenir con otros diferentes. Entonces podemos acoger las diferencias como oportunidades para enriquecer nuestras precepciones y nuestros modos de ver la vida con sus problemas.
Tenemos que pensar en un diálogo pluridireccional en el cual todos, personas e instituciones nos abrimos a todos para escuchar y para transmitir lo que somos, pensamos y sentimos. En este contexto, nos está resultando muy difícil el diálogo entre los gobiernos y la sociedad civil, entre las autoridades y los ciudadanos. Es un diálogo imprescindible para el bien de todos, pero sumamente plagado de dificultades, que debe ser afrontado a cualquier precio. Muchas veces, en este campo específico, se percibe la apertura al diálogo como una debilidad, cuando representa una fortaleza de quien cree en él y lo promueve. Quienes rehúyen o rechazan el diálogo, en el fondo están mostrando una debilidad profunda y una carencia de humanidad y de sentido común. Por otra parte, persisten bloqueos ideológicos y fobias que no permiten la interlocución entre autoridades y ciudadanos, que abortan los procesos de diálogo.
Por el desprecio al diálogo como valor humano en los ámbitos social y político, se postergan el desarrollo, la democracia y el bienestar de los pueblos, se generan nudos complicados y se retrasan las soluciones viables de los problemas. Este es un punto que se debiera valorar por todos. No conviene a nadie la cerrazón, ni siquiera la simulación de diálogos que son meras tácticas políticas, ni la subordinación del diálogo a intereses partidistas o facciosos.
Es preciso aprender a escuchar con un verdadero interés a los interlocutores, máxime cuando tienen la condición de adversarios. Escuchar con la inteligencia y con el corazón en el sentido de poder reconocer la parte de verdad que aportan para entender mejor los problemas y para promover soluciones.
En el estado de Guerrero nos falta mucho para tener diálogos civilizados. Las autoridades no toman en serio a los ciudadanos y no los escuchan. No logran recoger los mensajes que transmiten con los silencios, con los clamores, con la desesperanza, con el dolor y, aún, con el enojo. Y los ciudadanos tenemos que perder el miedo a expresarnos, no con lenguajes viscerales y sí con la fuerza de la razón. Si no nos escuchamos las situaciones críticas, como la inseguridad, la violencia y la pobreza extrema, no se resolverán jamás. El diálogo es una herramienta que, bien usada, abre a nuevos horizontes y construye respuestas proporcionales a los problemas.

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