Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

Bounjour, amour (segunda de dos partes)

Decía que la revista Cosmo ha maleducado a bastantes lectores en cuanto al ejercicio de la sexualidad se refiere; para esta revista, el canon es que las chicas son hot y los hombres deben estar en forma (económica y física) para presumir su paquete. Lo preocupante es que una publicación con tanto tiraje se empeña en cerrar las vías de comprensión del mundo, no sólo hace monotemático el erotismo, sino que descalifica y disminuye otras alternativas, por ejemplo, el sentido del humor en la creación de la intimidad. Tal vez por eso me vino a la memoria una novela de Roald Dahl, Mi tío Oswald (Anagrama 2002), libro singular en el que?un pícaro bon vivant evidencia su poder amatorio, sus habilidades para ejercer la falocracia con clase y, sobre todo, cómo ganar dinero al descubrir un afrodisiaco proveniente de un escarabajo sudanés. “Quien ingiere las píldoras con esos polvos obtiene una erección y resistencia sexual míticas”. La vida de Oswald no es la de un cínico, sino la de un gran lector de la realidad, quien ve en la búsqueda de la satisfacción carnal una vía de crecimiento económico. No es un libro serio, por supuesto; más bien, estamos ante una extravagancia de la literatura erótica, pues el gran giro de la novela es cuando la núbil Yasmin aparece en escena. Oswald tiene la genial idea de fundar un banco de esperma. La meta esencial es que Yasmin seduzca a celebridades y logre obtener un poco de semen para meterlo directamente a la congeladora; las acaudaladas damiselas que pretendan tener hijos geniales deberán pagar muy bien. La lista de prospectos que Yasmin debe cubrir es bastante atractiva. Vemos desfilar por estas páginas, 200, a Stravinsky, Renoir, Picasso, Nijinsky, Joyce, Puccini, Freud, Einstein, Conan Doyle, Proust y otros cerebritos que ofrecieron nuevas formas de concebir la existencia. ¿Qué le parece una historia como la del tío Oswald? Evidentemente, el autor desmembra el tópico de las novelas rosas y busca, esa es la gran apuesta, hacer que algunas de las mentes brillantes de la humanidad exhiban ese lado coqueto de su personalidad. Dahl muestra el conocimiento que posee sobre algunas de las filias y las fobias de los personajes geniales que incluye en su novela. Los hilos argumentales no sólo abordan los encantos con los que Yasmin consigue, a veces en escenas realmente de mala leche pero plausibles, el semen, sino de recrear el estilo que cada uno de los caballeros mencionados poseía para poner en práctica el ritual del cortejo.
El lenguaje de Mi tío Oswald suele subir de intensidad, sobre todo cuando recurre a tecnicismos propios de los geniecillos que aluden a su oficio con grandilocuencia, pero siempre en beneficio de la historia. No hay palabras que estorben el fin último del narrador: contar bien un relato.
La manera en la que Dahl cuenta la historia de este libro es el terciopelo donde anida la magia. Podría ser una novela que amalgama burlas grotescas, de escarnio pues, pero el autor se las ingenia para que el candor sea una de las atracciones que disparan el suspenso del libro, ¿quién no quiere saber cómo ligaba Freud? ¿Cómo manejaba su libido?¿Era un bólido en el arte del affaire? La historia de Oswald, desmenuzada por el sobrino que recurre constantemente al diario de este caballero amable, comienza de la siguiente manera: “Empiezo a sentir, una vez más, el impulso de saludar a mi tío Oswald. Me refiero, naturalmente, al difunto Oswald Hendryks Cornelius,?connaisseur,?bon vivant, coleccionista de arañas, escorpiones y bastones, amante de la ópera, experto en porcelana china, seductor de mujeres, y casi sin duda el mayor fornicador de todos los tiempos. Todos los demás famosos aspirantes a este título quedan reducidos al ridículo cuando se contrasta su historial con el de mi tío Oswald. Especialmente el pobre Casanova, que sale en comparación reducido a poco más que un hombre con un órgano sexual gravemente atrofiado”.
Roald Dahl fue un escritor y figura pública en la Inglaterra del siglo XX.?Nació en Escocia, trabajó de joven en la chocolatería Cadbury, vivió en África, antes de la Segunda Guerra —en la que sirvió como piloto de la RAF—, y volvió a Inglaterra para seguir una vocación, aunque suena más a un reto, que lo animaba: “Hacerme un escritor inglés”. Dahl es famoso por historias para niños, como Matilda, Charly y la fábrica de chocolates; Jim y el durazno gigante. Una de las extravagancias de este caballero es que solía escribir en su patio, sobre una carroza gitana, absorto en la ilusión del movimiento, en la novedad del paisaje creado por él mismo.
Dahl nos recuerda, al terminar de leer Mi tío Oswald, que el humor es importante para crear intimidad. Póngase a prueba y en la próxima reunión muestre la sencillez de caerse bien y notará que más de una persona le dedicará una breve pero cordial sonrisa. Un principio básico de la seducción. Sin duda alguna, soy de los que confía en la inteligencia: créanme, sé que la inteligencia y el humor seducen.
Sólo para terminar, agrego que no estoy en contra de Cosmo, de hecho me hace reír bastante, en especial cuando uno está en vías de una mudanza. Hace poco comprendí que al estar sin casa, debo sacar el lado más hot-mail que poseo. ¿A poco no?

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