Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Cómo han pasado los años (IV) 1940-2014

Secretaría de Marina

Por acuerdo del presidente Manuel Ávila Camacho (31 de diciembre de 1940) el departamento de Marina se transforma en Secretaría de Marina, a cuyo frente seguirá el general veracruzano Heriberto Jara. Dos años más tarde se decreta el 1 de junio como Día de la Marina, a partir del cual únicamente mexicanos por nacimiento podrán servir en la Armada de México.

Hornitos

“El que da y quita con el diablo se desquita”, fue la única sentencia moral que se le ocurrió a don Cayo Bartolomé Rodríguez. Ello al recibir un comunicado urgente de la Secretaría de Marina (noviembre de 1943), firmado por el subsecretario Othón P. Blanco.
La muina de don Cayo no era gratuita. El pliego le comunicaba la cancelación de un permiso otorgado a su empresa Constructora Naval, S.A, sin ningún costo. Permiso para ocupar una superficie de tres mil metros cuadrados de la playa Hornitos de Acapulco. Se le daba un plazo de 60 días para recoger sus tiliches e irse con ellos a otra parte.
Le cayó a don Cayo.

Bahía y Marina

Exaltando el deber patriótico de custodiar eficazmente las costas del Pacífico y atendiendo las enseñanzas de la Segunda Guerra Mundial, la Secretaría de Marina asume por decisión presidencial el control de la bahía de Acapulco. Además de custodiarla tendrá la responsabilidad administrativa de organizar, reglamentar y administrar la zona federal del puerto, incluidos los terrenos ganados al mar. Un nuevo decreto presidencial, éste de 1944, dispondrá ampliar en 6 mil 400 metros cuadrados el área ocupada por la entonces Cuarta Zona Naval del Pacífico.
Por otra parte, se recuerda la vigencia de un reglamento anterior a 1940 sobre la ocupación y construcción de obras en el mar territorial, playas y zona federal. El documento clasificaba tales construcciones por clases y eran de “V” clase: los balnearios con servicio de restaurante y hotel cuya finalidad no fuera la explotación del balneario sino los locales anexos al mismo”.
¡No, pos sí!

Hornos con dueño

A principios del último mes del régimen avilacamachista, la Secretaría de Marina otorga una sospechosísima concesión en la playa de Hornos. El beneficiario es el señor Julio García Lourdes, quien no se atreve a dar la cara por vergonzoso o por ser un hombre de paja. Será su apoderado legal, Ignacio Alberto Martínez, quien reciba los 8 mil 853 metros cuadrados de la concesión horneada. El acuerdo publicado en el Diario Oficial de la Federación (noviembre de 1946), no especifica el destino que se daría a la superficie marítimo-terrestre concesionada.
Y ni falta que hará. Antes de que García Lourdes tome posesión de “su” playa de Hornos, el recién llegado presidente de la República, Miguel Alemán Valdés (1 de diciembre de 1945) revoca en todas sus partes tal concesión (1 de enero de 1947). La decisión presidencial tendrá su base legal en un dictamen emitido por el capitán de Puerto de Acapulco, José A Román, y su asesor el ingeniero y geógrafo naval Adrián Muñoz Solleiro, hombre honesto y generoso como pocos, más tarde capitán de Puerto él mismo. (Padre de dos distinguidos profesionales acapulqueños: Luis y Jaime Muñoz Pintos).

La Roqueta habitacional

El presidente Manuel Ávila Camacho consulta con su secretario de Marina, general Heriberto Jara, la conveniencia y factibilidad de ocupar la isla de La Roqueta para satisfacer la demanda de vivienda por parte de la burocracia federal. La queja de ésta es permanente sobre los alquileres en el puerto, tan sofocantes como el propio clima. Para cumplirla se levantarían en el macizo las edificaciones suficientes para albergar temporalmente los trabajadores del Estado y sus familias.
Saludada la idea presidencial como si proviniera de la mismísima Divina Providencia –como lo siguen siendo hoy mismo, incluso desvaríos–, aquella ocurrencia se convierte en ley. La contiene el acuerdo del Ejecutivo ordenando el estudio de tal posibilidad –el tipo de edificación, su número, agua, drenaje, luz, ¿puente?, etcétera. El documento se publica en el Diario Oficial de la Federación del 24 de abril de 1946, junto con la orden sacramental de “cúmplase”. Imposible– ¡Dios bendito! Y no por lo aberrante del proyecto sino que, faltando cinco meses para el fin del sexenio, ya nadie le hacía caso al presidente Mantecas”, como lo llamaba su hermanito Maximino Ávila Camacho. La isla, sin embargo, nunca será lo que los acapulqueños hubieran deseado.

Centro infantil

A pedido de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, el presidente Manuel Ávila Camacho ordena al tamaulipeco Emilio Portes Gil, a la sazón presidente de la Junta de Mejoras de Acapulco, dotar a la dependencia de un predio para edificar un Centro de Recuperación Infantil. Y así lo hace. La localización del predio se establece por sus colindancia: Campamento de Caminos (81 metros); Zona Federal (85 metros); y las propiedades de don Epitacio Morales y don Alfonso Villalvazo (69 metros) y doña Virginia A de Villavazo (87 metros).
¿A quién preguntarle si aquello fue realidad?

Portes Gil

El Portes Gil del que habla la nota anterior es el mismo que había sido gobernador de Tamaulipas y más tarde presidente interino de la República (1928-1930). En otro orden, don Emilio fue mecenas del Cuarteto Tamaulipeco del que formó parte nuestro Agustín Ramírez, a quien hay quienes adjudican El Cuerudo, una suerte de himno popular de los tamaulipecos.
Bueno, pues. Fue El Manchao, como le apodaban a Portes Gil quien, desde su entonces humilde desempeño en el puerto, construyó el primer sistema de agua potable de Acapulco, trayéndola por gravedad desde la sierra de Coyuca de Benítez. “Nos tienen como si estuviéramos rabiosas, cabrones”, clamaban las porteñas ante la grave escasez del líquido. El sistema de “El Chorro”, como se le bautizó por su fuente de abastecimiento, fue en su tiempo una obra espectacular. No obstante que sus trabajos sortearon las dificultades serranas y la escasez de insumos obligada por la Gran Guerra. Se trata de una de los sistemas con más larga vida en el país.

Los tamaños

En un chistosísimo acuerdo como secretario de Marina (mayo de 1945), el general Heriberto Jara dispone las tallas mínimas a las que debe sujetarse la pesca de especies marinas, so pena de castigos severos. Las medidas: Charal (6 centímetros), corbina negra (20 cms), ostión (8 cms), robalo (40 cms), langosta (23.5 cms), abulón (17 cms), tortuga (40 cms), madreperla ( 7 cms), lagarto (1.50 metros). Se ofrecía un futuro aumento de las tallas de acuerdo con nuevos estudios en marcha.
–¡No la chinguen, ahora resulta que voy a tener que llevar al mercado un metro de albañil! –refunfuña doña Tibe Nambo, desde su fonda La Costeñita.

Maximino Ávila Camacho

Gabriel Ramos Millán, llamado El Apóstol del Maíz, contrata al arquitecto Joaquín Medina Romo para que le construya unos bungalitos frente a la playa Langosta. “Nomás 15 para la familia y los cuates”, le explica. No se hable más.
Un día, frente a la construcción, Medina Romo es abordado por un hombre que ha descendido de un automóvil lujosísimo y en cuyo asiento delantero viaja una mujer hermosísima. ¿Usted está haciendo esta chingadera?, le pregunta y ante una respuesta afirmativa le ordena subir al auto de sus guardaespaldas. El profesional ya conocía al hombre, pero por supuesto, y por ello le obedeció sin chistar. Bueno, también por ver de cerca e incluso oler el perfume a aquella hembra de calendario.

El islote

Frente al islote de Caletilla, el general Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de la República y secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, ordena a Medina Romo:
–Quiero una casa sobre el islote, pero una casa chingona, amplia y muy mexicana. Quiero que mi recámara y una gran terraza vean hacia La Roqueta. Gaste lo que tenga que gastar y no me ande con pichicaterías. Muy mexicana, ¿me entiende?, insiste Max, como le dicen sus íntimos, orgulloso él porque así llamaban a Maximiliano de Habsburgo.

Medina Romo

Joaquín Medina Romo constructor en Acapulco de los edificios Pintos en la Plaza Álvarez, Aguilar en Jesús Carranza, Soberanis y Gómez Quevedo, en Morelos, inició y terminó la obra sin preguntar por los permisos para construir en dominios de la Nación. “Estos patanes construirían sobre la plancha el Zócalo y la propia Villa de Guadalupe”, se dice.
Y claro que los tenían o los iban a tener.
El 8 de agosto de 1946, cuatro meses antes de que termine el gobierno de don Manuel, la Secretaría de Marina otorga a su cuñada, Margarita Richardi Romagnoli de Ávila Camacho: “El arrendamiento, la ocupación gratuita y la concesión de 12 mil 600 metros cuadrados de los terrenos de zona federal y playas ubicadas en Caleta y Caletilla, incluido el islote frontero”. Se autoriza a los beneficiarios la construcción de una residencia de veraneo, puente, caseta para planta de luz eléctrica y demás instalaciones necesarias.

Las reglas del general

El primer encuentro de Ávila Camacho con sus vecinos prestadores de servicios de Caleta y Caletilla resulta humillante cuando el atrabiliario militar dicte sus reglas cuartelarias, “si es que quieren llevar la fiesta en paz”. Una advertencia que cae como balde de agua en aquella gente con tantos años sirviendo al turismo en las playas fundadoras de Acapulco.
–Caleta y Caletilla me han sido concesionadas por cien años y por tanto aquí mando yo y nadie más. Por eso quiero advertir a quienes se sientan muy güevoncitos, que no habrá tolerancia para nadie de mi parte. O camina derechitos o se van o yo mismo “los voy”. Y óiganme muy bien: no quiero merodeadores en mi casa, sean chicos: o grandes, al que vea lo “claro”. No más pregunten que tan bueno soy para el tiro al blanco. A los que molesten a mis invitados o los limosneen al caminar por el puente, yo mismo los voy a colgar de los güevos. Ustedes, dicen.
–Y esto va para las señoras cuyas cocinas apestan el ambiente especialmente cuando fríen pescado con aceite que parece de motor. Esto, queridas señoras, molesta mucho a mi señora y a nuestros invitados. Yo les sugeriría instalar los fogones atrás de la ramadas para evitar las corrientes de aire. Y ahora voy con usted, amiguito (se dirige a Óscar Muñoz Caligaris que atiende su propio bar en al final de la playa): a mi mujer le gustaron mucho los pedregales donde tiene usted su negocio. Aunque no sé para qué diablos los quiere, desde ahorita le aviso que deberá desocuparlos cuando ella lo decida.
Muñoz Caligaris, quien a la muerte de Maximino solo emite un sonoro ¡uufff!, construirá más tarde en aquellos pedregales su hotel Boca Chica,

No hay mal que dure cien años

Maximino Ávila Camacho muere en la cama y nadie en México cree que por causas naturales. Para la clase política, toda, habría sido envenenado para cortarle, por la vía más rápida y efectiva, sus aspiraciones presidenciales. “Si el Mantecas que es un pendejo fue presidente, ¿yo por qué no si soy más cabrón que bonito?”, alardeaba… Habrá llegado entonces la hora de las rectificaciones:
El presidente Miguel Alemán emite un decreto que revoca en todas sus partes la concesión celebrado entre la Secretaría de Marina y la señora Margarita Richardi Romagnoli viuda de Ávila Camacho. Las obras construidas en los terrenos rescatados pasan al dominio del gobierno federal. La Secretaría de Marina celebra un contrato por 30 años con la Junta Federal de Mejoras Materiales para la administración de los mismos.
La historia reciente del islote es conocida de sobra. Digo…

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