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Humberto Musacchio

El paseo de la reforma fiscal

La mal llamada reforma fiscal sería de risa si no fuera tan indignante. Aparte aumentar la carga de quienes sí cumplen con sus obligaciones, además de hacer mucho más estrecho y complicado el camino para pagar impuestos y dejar en una mayor indefensión a los causantes, ahora, para colmo, resulta que el Sistema de Administración Tributaria (SAT) ni siquiera estaba preparado para hacerle frente a sus propias ocurrencias.
Al multiplicarse exponencialmente las operaciones fiscales por internet, como era esperable se saturó la página del SAT. En consecuencia, numerosas operaciones se quedan a la mitad o de plano se pierden, especialmente “la inscripción de contribuyentes en el nuevo régimen de incorporación fiscal”, dice Manuel Toledo, presidente del comité técnico fiscal del Colegio de Contadores Públicos. A lo anterior debe agregarse el frecuente rechazo de la llamada “firma electrónica avanzada” (¡avanzada!) y que la lentitud del sistema es causa de que se pierdan millones de horas hombre.
No es broma. En este año, obligadamente se tienen que realizar por el ciberespacio operaciones tales como la emisión y búsqueda de facturas, la declaración mensual y la entrega de la contabilidad de cada causante a la Secretaría de Hacienda. Como resultado, el gobierno mexicano no puede hacerle frente a las tareas que le asigna esta desastrosa reforma diseñada por una tecnocracia inepta y aprobada por unos diputados indolentes, enemigos de sus presuntos representados.
Y mientras desde el gobierno juran y perjuran que no darán marcha atrás, los contribuyentes que antes expedían recibos y facturas en papel, ahora tienen que moverse en el mundo virtual, un territorio desconocido para la mayoría. La fúnebre rigidez de la reforma de marras ha dejado fuera de la ley a cientos de miles de artesanos, tenderos, arrendadores, profesionistas, pequeños empresarios y trabajadores que cobran por honorarios y no saben de facturas electrónicas ni de comprobantes intangibles.
Antes era una monserga obtener facturas y recibos, pues su entrega no era automática, sino que debía solicitarse expresamente, entregar la cédula del Registro Federal de Causantes y esperar a veces hasta veinte minutos a que se expidiera y entregara. Hoy, como antes, se tiene que solicitar el comprobante, presentar la cédula del RFC y esperar, esperar y esperar para que finalmente le informen al sufrido ciudadano que  podrá bajar el documento de internet, ¡en un país donde sólo 40 por ciento de la población tiene acceso a las computadoras!
Además de la agresión contra los contribuyentes cumplidos, la odiosa reforma tiene otras consecuencias lesivas para el país. Para empezar, en las condiciones de violencia e inseguridad que reinan en el México del TLC, lo previsible es que disminuya la recaudación y por ende la inversión pública; como causa y efecto también caerá la inversión privada e igualmente la producción por falta de demanda.
Con la inflación por encima de las expectativas, con una caída de las remesas de los mexicanos que trabajan en Estados Unidos, sin inversión ni demanda, no hay razón para el optimismo oficial que lo apuesta todo a la privatización del petróleo y la electricidad, cuando que los cálculos más optimistas estiman que será hasta 2018 cuando se vean los primeros efectos de esa entrega del patrimonio nacional.
En estas condiciones, ¿por qué no se libera al contribuyente de tanta tramitología, por qué no se le facilita el pago de impuestos y lo dejan trabajar? ¿Es mucho pedir?

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