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Benito Alberto Ucán.

Una reforma educativa reduccionista y pragmática

La esencia de la inteligencia no radica en un producto mensurable, sino en la construcción activa del individuo. James  Wertsch.

Con un impacto mediático y político, ya están en marcha los foros pedagógicos sobre la reforma educativa. No se sabe a bien si es solo un proceso de legitimación, un ardid publicitario, o se pretende llegar  a  la consideración de incluir algunas modificaciones que emanen de dichos foros. Se ve difícil, si no imposible.
La reforma educativa tiene un enfoque profundamente reduccionista  y una tendencia marcadamente pragmática. Su visión de la educación es restrictivamente laboral (la visión clásica consideraba la maduración integral del ser humano). Importa la aptitud, pero no la actitud; importa la habilidad práctica, no la intelectual. Si la ciencia en sus albores se nutrió de la experiencia mecánica, no se quedó ahí, la rebasó, la engulló en un marco teórico, abstracto; de tal manera que hoy la ciencia es la principal generadora de riqueza en la sociedad de conocimiento. La experiencia mecánica ya no constituye la base del conocimiento, ni el pragmatismo per se  permite conocer la estructura interna de la realidad.
En todo proceso de conocimiento –por supuesto, en todo proceso de aprendizaje también– hay dos tendencias indisolublemente unidas: una de corto alcance, la otra, de largo alcance. La primera tiene que ver con lo práctico, con la experiencia cotidiana, con los sentidos; la segunda, con la estructuración de todo el sistema mental, que es lo que proporciona los significados vitales, la que da sentido a la vida. Si esto no fuera así, el hombre solo sería una máquina, un robot eficaz, para cumplir una tarea programada. El conocimiento de corto alcance es cuantificable, el de largo alcance es solo estimable después de un proceso largo, ininterrumpido. El conocimiento de corto alcance solo necesita de entrenamiento sistemático, la habilidad de largo alcance necesita imprescindiblemente de la lectura y la escritura. Al respecto, Stanislas Dehaene, psicólogo cognitivo, dice lo siguiente: “… la lectura promueve el desarrollo cognitivo más de lo que se pensaba hasta ahora. Produce cambios anatómicos en el cerebro que favorecen la comunicación entre estructuras cerebrales”.
Actualmente, es imposible internalizar la cultura que incluye ciencia, tecnología, arte, filosofía y política si no es a través de una práctica sistemática de la lectura. La percepción humana se encuentra sustancialmente modificada por todo tipo de avances tecnológicos; cada día más dependemos de las prótesis.  De tal manera que sin una percepción modificada no se puede seguir avanzando en el conocimiento complejo. El sentido común estaría anclado a la aldea tribal y no a la aldea global. El conocimiento obedece a una dinámica universal tamizada por la razón y la religión, es decir, por la teoría y la teología. No es casual que ambas compartan la raíz teo. A partir de este prefijo, ineludiblemente, contemplamos y conocemos el universo.
En esa misma lógica restrictiva, el enfoque de la reforma educativa está también limitado a una óptica totalmente pedagógica. Todo problema de aprendizaje es un asunto pedagógico. El aprendizaje visto como un proceso autista. Por tal razón, todos los cursos de actualización redundan en una circunvolución cuyo epicentro es reiteradamente pedagógico hasta el hartazgo. La pedagogía clásica consideraba tres interrogantes interdependientes: qué, cómo, para qué. La pedagogía actual solo considera el cómo.
Independientemente de la restricción de la reforma, la pedagogía que está en boga es la romántica. Esta es otra de las grandes limitantes. El antihéroe, la permisividad y la contracultura entraron por la puerta principal de las escuelas. La autoridad, el respeto, la disciplina, el esfuerzo, lo institucional, son antiguallas de una cultura retrógrada. El espíritu iconoclasta es la vanguardia. Como si no hubieran sido suficientes las experiencias educativas en las comunas escolares organizadas por los hippies. Al grito de ¡abajo toda restricción!, ¡abajo todo convencionalismo social! todas estas experiencias pedagógicas libertarias terminaron en un rotundo fracaso.
Otra de las grandes falacias de la pedagogía moderna es la comunicación horizontal que debiera girar alrededor de los intereses del niño; aquí nadie enseña, todos aprenden. (Esta impostura ya ha sido denunciada por Fernando Savater en su libro El valor de educar). En la práctica real de los docentes no hay tal relación horizontal. Nunca ha ocurrido así. Pero la presión institucional de esta moda crea una situación de esquizofrenia entre los docentes. Su sentido común enfrentado a esta “nueva” pedagogía los encarcela en una disonancia cognitiva que no pueden resolver. Se exige por parte de la burocracia educativa un fárrago de nuevos documentos que nada tienen que ver con la práctica pedagógica concreta. Se vive entonces, por parte de los docentes, en un teatro del absurdo. Se espera lo que nunca ha de llegar. Los docentes son los modernos Godot.
¿Por qué se implanta como obligación una pedagogía y no se le da libertad al docente para que elija entre varias opciones pedagógicas? ¿Existe un discurso unívoco en cuestiones pedagógicas? ¿Es la pedagogía una ciencia o un arte? ¿Existe un método y no múltiples métodos de enseñanza?
Por la manera en que se impone la nueva pedagogía, y no se deja margen para elegir, se colige que lo que se pretende es cientifizar el acto de aprendizaje. Craso error. Educar es un arte, no una ciencia. “Educar es convertir el cerebro en mente”. Educar es un acto de antropofagia cultural, espiritual. Es necesario masticar, rumiar, digerir, y apropiarse primero, los distintos tipos de discursos, textos y lenguajes que materializan la cultura humana. Educar es un proceso de diálogo, de discusión, de crítica mutua, de esfuerzo sistemático para que lo mejor de la humanidad prevalezca. Educar es habilitar a los alumnos en el manejo de los lenguajes, es fortalecer y acrecentar sus esquemas subjetivos. Y los modelos pedagógicos  ahí están (aunque la pedagogía romántica diga que no deben existir modelos): Sócrates, Empédocles, Diógenes, Pirrón, Montaigne, Rousseau, Nieztche, etc.
En suma, educar es un acto cultural, no un acto pragmático. Más cultura para los maestros y menos pedagogía.
Cuánta pedagogía ha corrido por las escuelas desde que se diseñaban los contenidos educativos por objetivos, por propósitos, y ahora, por competencias. ¿Qué ha sucedido? Nada. Simplemente, nada.
Por los resultados nulos que se han obtenido con las últimas reformas, es necesario replantear la actual reforma. Ya no deben ser imprescindibles los cursos de pedagogía; no eliminarlos, pero no reducirlos a éstos.

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