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Continúa actualizado entre las nuevas generaciones el acapulqueño José Agustín

*Reaparece el escritor, en compañía de sus hijos, ante un auditorio de unas 200 personas en la 35 edición de la Feria del Libro en el Palacio de Minería Aurelio Peláez Dio el viejazo, pienso cuando veo entrar a José Agustín al salón La Capilla, que en realidad fue alguna vez una capilla, en el edificio del Palacio de Minería, donde se realiza la 35 edición de la Feria Internacional del Libro del que organiza la Universidad Nacio-nal. Llega 15 minutos tarde –la cita era a la 1–, exhausto. Su paso es lento, casi arrastrando los pies. Los casi 200 que lo esperamos lo recibimos con un aplauso; el público es variado, pero destaca que al menos una tercera parte ronda los 20 años. El autor de las juveniles novelas La Tumba y De Perfil sigue actualizado entre las nuevas generaciones, se concluye. Entre las dos semanas de actividades de la Feria, destaca la reaparición del escritor acapulqueño, quien precisamente este año cumple los 70. Y es que, el 1 de abril del 2009 tras una conferencia de prensa, y mientras firmaba dedicatorias en los libros, cayó de la tarima –más de un metro y medio al piso, se cuenta– se rompió cuatro costillas y tuvo una fractura de cráneo. Un accidente del cual por lo que se vio este domingo, ya no se repuso. La conferencia se anunció como José Agustín en familia. En ella sus tres hijos participarían a la manera de quienes interrogan al escritor sobre diversos temas de su obra: su vida en Cuautla, donde radica desde hace 20 años con su esposa Margarita Bermúdez; sus libros, el rock, las drogas y sus excesos, la cárcel. El proyecto quedó en el script. José Agustín, ese vitalísmo personaje –El rock de la cárcel, su autobiografía– nunca pudo embarcarse en ese rodaje. Agotado, confuso, disperso, sólo asomó algunos espacios de lucidez. El que esto escribe ofrece además disculpas. A las conferencias de la Feria hay que llegar con tiempo para asegurarse espacio, por lo menos media hora antes. Ni eso le valió para asegurarse un buen lugar, pues además de quedar de la mitad para atrás, le quedaron enfrente una docena de greñudos, por eso nunca pudo ubicar cuál de sus tres hijos interrogaba a su padre escritor. Sólo apuntó que uno era Jesús, otro José Agustín y otro más, Andrés. De manera que no ubica qué hijo hizo tal o cual pregunta a su padre, y cuál salió al rescate tras las lagunas en que este recurrentemente cayó en sus intervenciones, leyendo alguna parte de sus textos. Ahí, dijeron –alguno o dos de ellos– que José Agustín tiene por terminar una novela que aún no tiene nombre. Quizá se llame La locura de Dios. Jesús, el hijo, dice la voz tras el de la cabellera a la afro delante de mí, que el de este domingo es un homenaje casero, pero la sospecha entra de que el escritor fue levantado de la cama o del sillón de su tranquila Cuautla, para reactivar la reedición de sus libros en la editorial Mondadori, luego de que aconsejado por uno de sus hijos –eso dijo hace seis años– decidió dejar las editoriales que lo manejaban –Océano y Diana– campea como una intención. Por eso, el sospechosismo de que fue la editorial la que demandó su reactivación. Pregunta Jesús a su padre sobre el Diario de brigadista, un libro rescatado en forma postrera de su experiencia en Cuba cuando a los 16 años José Agustín partió a la isla, a una campaña como alfabetizador tras el triunfo de la revolución cubana. José Agustín recuerda que a ese viaje partió con su ex novia Margarita Dalton –la hermana de Roque, el poeta salvadoreño– y que alfabetizó a 16 guajiros, que antes la brigada mexicana vio a Fidel Castro y que este les dijo que iban a vivir una experiencia inolvidable. Y ahí se quedó pasmado y el hijo comenzó a leer fragmentos de un texto de La Tumba. Veo la sonrisa extraviada de José Agustín en la pantalla de una cámara de televisión instalada a mi lado. Uno de los hijos le agradece todo lo que les dio como padre. Hay como un dejo de melancolía y despedida. Le recuerda que hace apenas unos meses fallecieron sus amigos Juan Gelman, José Emilio Pacheco y Federico Campbell. Pero José Agustín regresa a hablar de su amistad con José Revueltas, de quien ya había comentado que había trabajado con él en la corrección de sus novelas, porque el editor y crítico literario Emanuel Carballo le había dicho que “escribía con las nalgas”. Había dicho que se lo encontró en la cárcel tras que fue aprehendido por portar mariguana, y que tras su salida escribió el guión de una de sus novelas, El Apando, que con Felipe Cazals se rodó como película. Y nada de Pacheco y Gelman. Igual pasó con la pregunta que le hicieron sobre lo que el que esto escribe le parece la mejor novela del Pepcokgin –como lo nombra Parménides García Saldaña en la novela Pasto Verde-Ciudades desiertas. La primera novela comercial que dijo, le dio para darle de comer a su familia a cargo de la editorial Diana. José Agustín confundió fechas, lugares y experiencias con Cerca del fuego, y lo mismo pasó con lo que ahí también se dijo, Carlos Monsiváis consideró su mejor novela, Se está haciendo tarde (final en la laguna). En fin. Los 10 o 15 minutos que nos concedió José Agustín lo agotaron. Me formo a la cola. Compro un libro de la edición de Monda-dori. Los tengo todos pero no uno autografiado –al principio me daba de golpes en la choya por no haber traído la primera edición de Ciudades desiertas– y compro Final en la laguna, su novela con staff acapulqueño (la otra es Dos horas de sol). Hago fila 20 minutos. Una edecán me pide mi nombre antes de que lo firme y se lo repite antes de que él tome la pluma. –Gracias maestro por tus libros –le digo sin recordarle que más de una vez lo entrevisté por teléfono. –Gracias a ti, manito.

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