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Sorprende la OFA al público con la cadenza del solista Carlos Flores al arpa

Óscar Ricardo Muñoz Cano

Introducción y allegro de Maurice Ravel fue la pieza principal de la noche durante el cuarto concierto de temporada de la Orquesta Filarmónica de Acapulco (OFA).
De la mano del solista Carlos Flores, el arpa lució como pocas veces en una especie de mini concierto proporcionado y rematado con una cadenza ante el público que se dio cita para llenar a tres cuartas partes de su capacidad al Teatro Juan Ruiz de Alarcón.
Luego de la obertura de la ópera Semiramide de Gioachino Rossini, los músicos de la OFA abandonaron el escenario para dejar a ocho personas que, formando una agrupación de flauta, clarinete y cuerdas, acompañaron a Flores y su instrumento y dieron testimonio junto con el director de la Filarmónica Eduardo Álvarez, de lo complejo que resulta tocar el arpa y desplegar todos sus sonidos con delicadeza y sin verse ahogada.
Ante una carretada de aplausos y un par de salidas al escenario para recibir más, Carlos Flores ofreció un bonus track: Claro de luna, del compositor francés Claude Debussy, que si bien es parte de una pieza escrita para piano (y parte de la Suite Bergamasque inspirada en un obra del también compositor Paul Marie Verlaine), lució perfecta en el arpa de la mano del solista, quien entre sus experiencias está la de haberse presentado en el festival homenaje a Debussy en Veracruz, a decir de la información proporcionada por la OFA.
Luego del intermedio y ya con todos los miembros de la OFA en su lugar, tocó el turno a la Sinfonía No. 9 de Antonin Dvorák, también conocida como la Sinfonía del nuevo mundo cuyos cuatro movimientos mostraron el virtuosismo creativo del compositor checo  para con los sonidos de la música nativa y afroamericana de Estados Unidos, lugar donde la compuso y estrenó.
Al respecto, el propio autor explicó en su momento (15 de diciembre de 1893) para el New York Herald cómo la música nativa americana había sido una influencia en esta sinfonía, asegurando que si bien no había utilizado ninguna melodía de los nativos americanos, sí incorporaba a su trabajo las peculiaridades de la música.
Del mismo modo, auguraba que el futuro de la música estadunidense se encontraba en la música negra; “estos hermosos y variados temas son producto de la tierra, son las canciones folclóricas de América y los compositores americanos deben recurrir a ellas”, dijo entonces.

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