Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge Zepeda Patterson

La Resistencia

Las rebeliones populares operan de manera misteriosa. El 20 de febrero 80 personas de una multitud que protestaba en la ahora famosa plaza de Maidan, en Kiev, Ucrania, fueron masacradas por francotiradores apostados por el régimen. El día anterior otras 25 habían muerto a manos de policías vestidos de civil. En condiciones normales tal represión, categórica y brutal, habría provocado que la gente se encerrase a cal y canto para resguardarse de la violencia política. Padres que retendrían a sus hijos en sus casas, madres que suplicarían a sus esposos pensar primero en la familia. Nada de eso sucedió. El 21 de febrero, un día después de la masacre, decenas de miles de ucranianos, hombre y mujeres, viejos y jóvenes, inundaron la plaza Maidan dispuestos a desafiar las balas. Los generales se negaron a seguir disparando a la gente, el dictador huyó del país.
¿Qué es lo que lleva a una comunidad a decir basta? Más aún, qué es lo que decide a sus miembros arriesgar la vida en aras de conseguir un cambio? Nada más contrastante que el clima de Kiev y el de El Cairo, ucranianos y egipcios pertenecen a universos opuestos por donde se le mire; y sin embargo lo que sucedió en la plaza Tahrir es exactamente lo mismo que sucedió en Maidan. Enormes dosis de heroísmo espontáneo, disposición a la inmolación colectiva, exasperaciones capaces de romper el natural instinto de seguridad que anida en los seres humanos.
Se me dirá, con razón, que detrás de la caída del régimen pro ruso de Yanukovych tuvo mucho que ver la presión del Occidente. La negativa de los generales a seguir disparando a la población obedece al cálculo de la correlación de fuerzas y a la indignación internacional; sabían que eventualmente podrían ser llamados a responder por los crímenes en contra de la población civil. Pero eso es una lectura ex post. Las personas que acudieron a Maidan el 21 de febrero lo único que sabían es que el miércoles habían asesinado a 25 personas en ese sitio y a 80 más el jueves. El pronóstico para el viernes bien podría haber sido de 200 víctimas adicionales. Y sin embargo acudieron en masa. Y cambiaron las cosas.
Algo muy similar a lo que había sucedido con la sociedad civil en Egipto, en Túnez o en Libia ante regímenes violentos que siempre habían tenido éxito en sofocar toda expresión de descontento. ¿Qué es lo que hace fallar a ese mecanismo de represión que funciona tan bien una y otra vez y mantiene el heroísmo cívico en cuotas marginales e inofensivas? ¿A partir de qué punto de inflexión esa represión tan eficaz hasta el día anterior deja de tener resultado y provoca justamente lo contrario? No podemos ignorar que atrás de las experiencias exitosas de Maidan o Tahrir hay muchos Tlatelolcos fallidos.
Me pregunto cuánto hay de semejante en lo que está sucediendo en México con las brigadas de autodefensa. Durante más de una década los cárteles locales de la droga se fueron adueñando de la vida cotidiana de muchos pueblos de la sierra y de la Tierra Caliente en Michoacán. Impusieron autoridades municipales y gravaron a las familias con todo tipo de expoliaciones, incluyendo la virginidad de las hijas, los secuestros y la extorsión sistemática a las actividades económicas. La menor expresión de rebeldía fue brutalmente reprimida por la vía expedita de degollar al inconforme. Hoy las guardias autoarmadas han liberado a una buena porción del territorio de ese enemigo que hace apenas unos meses parecía invencible. Un cáncer devenido en metástasis frente al cual ni siquiera el ejército había podido hacer mella.
Por supuesto que detrás de la emergencia popular se esconden muchas agendas, impulsos oscuros y una miríada de intereses. Sucedió en Egipto y está sucediendo en Ucrania o en las sierras michoacanas. El derrocamiento de un orden establecido, así sea pernicioso, entraña siempre la apertura de una caja de pandora, un río revuelto que prohíja abusos y oportunistas del caos.
Y no obstante, tengo la impresión de que esas irrupciones del subsuelo son momentos extraordinarios de la historia. Extraordinarios por ser infrecuentes e igualmente admirables. Breves interrupciones pero con impactos telúricos, de hombres y mujeres de a pie en contra del monopolio de la escena pública por parte de las élites de siempre. Tras la marea regresarán los profesionales de la política a tejer urdimbres y a construir las maquinaciones de todos los días. Pero, una vez más, quedará la sensación de que a veces, por razones más emparentadas con el azar que con la ciencia, los ciudadanos no renuncian del todo a convertirse en protagonistas de su propia historia.

@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net

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