Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

*El Loro
No se sabe si su nombre era Pedro, y hasta era posible que él mismo lo hubiera olvidado porque desde chiquito todos le hablaban por su apodo, que era Memín, pues en la costa pasa con frecuencia que de tanto usar los sobrenombres, no sólo sus dueños si no hasta sus familiares se olvidan del original.
Diga si no el famoso Loro, taxista que vive en Agua de Correa. Cuentan que un día llegó una señora a buscarlo porque le urgía un servicio de transporte. Iba y venía la señora por la misma calle con las señas que le habían dado.
A todos los vecinos que preguntaba por don Alejandro no había uno que le diera razón a pesar del apellido muy de la Correa.
Hasta que la señora abundó en la información diciendo que la persona a la que buscaba era joven, de ocupación taxista y que las señas que dio de su casa era que en frente había un almendro donde colgaba su hamaca.
Así llegó la señora a la casa de Alejandro y tocó la puerta.
Dicen que quien salió a la puerta fue un hermano del Loro.
–Busco a don Alejandro, dijo la señora.
–Aquí no vive ningún Alejandro, respondió rápidamente el muchacho.
A insistencia de la señora, el muchacho le pidió más datos para ayudarle.
–Dicen que tiene un apodo.
–¿Y cual es?, preguntó impaciente el muchacho.
–Tiene apodo de pájaro, creo que le dicen Cotorro o Loro, pero recuerdo que es de un pájaro que habla.
-¡Ah, El Loro; sí aquí vive, es mi hermano.

Así como lo ven, mi gallo puede hacer una pendejada

Era la feria de Semana Santa en Petatlán y en el palenque el sábado a mediodía los galleros no profesionales concertaban jugadas ante un público numeroso que tenía el acceso gratis para presenciar los encuentros de topetones.
Las miradas del público se concentraban en el tipo flaco que en traje deportivo se paseaba nervioso con un gallo entre las manos. Con la vista puesta en el hombre del gallo lo recorren de arriba abajo. Su pelo extremadamente largo y desaliñado no resulta especialmente llamativo como para disimular su ojo con nube. Habla con desparpajo y parece demasiado confianzudo con su sonrisa fácil exhibiendo la falta de muchos de sus dientes. Su uniforme con playera y short y su figura toda, dejan al descubierto el seguro cuerpo de un corredor avezado. Se trata del popular Tamakú, el domesticador de animales salvajes, muy conocido en Zihuatanejo.
Tamakú hablaba rapidito con el inconfundible acento costeño comiéndose la “s”. Al último todo mundo repara en su gallo, un abado pelón como si fuera una cruza entre gavilán y chachalaca, de cuerpo parecido al de su dueño.
El gallo parecía no darse cuenta del trance en que estaba, mientras un acomedido del público amarraba con diligencia la navaja en una de sus patas.
El gallo abado pelón por fin tenía contrincante y lo amarraba Saúl, el hombre regordete, gallero de Buena Vista, quien reía socarronamente burlándose del gallo contrario.
–¡Cien pesos al gallo pelón! Gritó el amarrador junto a Tamakú secundado por las risas del público.
El hombre flaco y enjuto levantó orgulloso su gallo mostrándolo al público, al tiempo que secundaba al del grito: “Así como lo ven, este gallo puede hacer una pendejada”.
La insistencia de Tamakú sobre las escasas cualidades de su gallo pelón causaron cierta intriga entre la gente que quería apostar.
Cuando el gallo pelón estuvo armado para pelear, su dueño le mojo el plumaje con agua que rociaba de su boca, luego le jalaba violentamente la cresta para sacarle coraje, lo bajaba al suelo sujeto de la cola, se lo acercaba al gallo contrario y luego lo atraía violentamente para cargarlo entre sus brazos. Todo ese ritual y la animalidad de su dueño sedujo al público y las apuestas proliferaron.
“Así como lo ven, este gallo puede hacer una pendejada”, insistía el del gallo pelón animando las apuestas.
Por fin empezó la pelea en el centro del anillo. El contrario del pelón, un gallo negro como cuervo de mirada asesina al verse libre se abalanzó sobre el contrincante y yo creo que éste lo adivinó en sus intenciones asesinas porque en cuanto se sintió abandonado por su dueño a merced del gallo negro, no esperó más y salió volando del ruedo huyendo del contrario.
Viendo el desenlace de la pelea su dueño Tamakú sólo acertó a decir:
–Les dije que mi gallo podía hacer una pendejada, mientras corría tras él.

¿Qué de veras vas a asaltar?

La verdad era raro que asaltaran un banco en Zihuatanejo, por eso doña Alicia no podía creer lo que presenció esa mañana.
Ya había pasado con la cajera en la sucursal de Bancomer del centro para pagar su tarjeta cuando escuchó el grito exigente del muchacho que había visto formado atrás de ella, ahora frente a la cajera de al lado:
–¡Esto es un asalto. Dame el dinero que tienes en la caja, rápido!, dijo mientras con una mano entre sus ropas hacía ademanes de que estaba armado.
Doña Alicia, más sorprendida por la sangre fría del asaltante que por la acción misma del robo, volteó a mirarlo para preguntarle.
–¿Bueno muchacho, qué de veras vas a asaltar?
El asalt    ante ni titubeó, y para mostrar que no estaba jugando le arrebató el dinero para pagar que doña Alicia tenía en sus manos, luego hizo un disparo al aire para apresurar a la cajera.
En el desconcierto doña Alicia salió corriendo del banco pero a una cuadra se detuvo, luego volvió sobre sus pasos y plantada nuevamente frente a la cajera que no salía del estupor le dijo:
–Muchacha, quiero que me des mi comprobante del dinero que te pagué.
Eran siete mil pesos los que le había quitado el asaltante.
Doña Alicia no salió del banco hasta que la cajera le dio su comprobante.

El cuadrúpedo

Con la bonanza en Zihuatanejo a mediados de la década de los ochenta hasta plaza de toros llegamos a tener por el rumbo de la Noria y en el terreno que ahora ocupa el Hospital General.
Todo para el esparcimiento de los lugareños y visitantes
Con las corridas de toros hubo también necesidad de habilitar locutores para narrar lo que acontecía en el ruedo.
Se trataba de ilustrar a la concurrencia sobre el contenido de una corrida de toros.
Claro, se tenía que hablar del torero, del picador, del banderillero, del caballo y también del toro.
Muy en su papel el decano de los locutores, Arturo Barajas, se familiarizaba con los términos del toreo explicando para el público cada detalle del espectáculo dominguero, hasta que le tocó hablar del toro.
–Es un cuadrúpedo porque como su nombre lo indica: cuadru quiere decir cuatro y se refiere al número de patas que tiene el animal, porque son cuatro; y pedo…pedo… pedo.
–Bueno, eso ustedes saben qué es.

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