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Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA

*El corazón de las tinieblas

Victoria que abre nuevos frentes. La captura de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, hasta hoy el narcotráficante más importante de México y del mundo, acaba con una de las grandes contrariedades del gobierno mexicano: su fuga en 2001 de un penal de supuesta alta seguridad. Irónicamente, ese éxito, quizá inesperado (se presume que los captores iban por un pez mediano y atraparon al mayor, El Universal, 2 de marzo), también le crea nuevos problemas.
Tinieblas. El título de la obra de Joseph Conrad que explora los turbadores efectos de la explotación belga del Congo –El corazón de las tinieblas, (1899)–, es el apropiado para caracterizar también a un gran problema nacional: la corrupción endémica. En grados diferentes, toda la estructura institucional mexicana pública y privada está corroída por ese mal que se manifiesta lo mismo en el gobierno federal que en los locales, en los partidos y la empresa privada, en la iglesia, en las ONG, los medios de información o en ámbitos universitarios. Es verdad que no todo está podrido en nuestra Dinamarca, pero ninguna de sus partes está a salvo.
El Chapo. Bajo cualquier perspectiva, la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera es un triunfo para el gobierno y el Estado. Sin embargo, es evidente que las dimensiones que alcanzó El Chapo –la revista Forbes lo colocó no sólo en la lista de los empresarios más ricos del mundo, sino en el número 67 entre los 72 individuos más poderosos a nivel internacional (30, octubre, 2013)– son también las dimensiones de nuestra corrupción. De acuerdo con cálculos de Forbes, que tienen como fuente al gobierno norteamericano, el valor del negocio del cártel de Sinaloa ronda los 3 mil millones de dólares anuales. Es por eso que la captura del hijo más conocido de La Tuna, en Badiraguato, abre tantas o más interrogantes de las que resuelve.
Nuevos problemas. Con El Chapo en prisión, el gobierno tiene en sus manos la mayor fuente de información sobre el negocio del narcotráfico en México y en otras partes, pero el primer problema para sus captores es tratar de responder a la pregunta inescapable: la del escape. ¿Por qué Guzmán Loera pudo fugarse sin problemas aparentes de un penal de alta seguridad? Meses antes del final del gobierno de Ernesto Zedillo, la Secretaría de Gobernación fue advertida de un plan de fuga del narcotraficante, pero no hizo nada al respecto. Tras la huida, al inicio de la presidencia de Vicente Fox, se procedió contra el director, el subdirector y el personal de vigilancia de Puente Grande; 51 personas fueron procesadas pero ninguna de nivel superior. (J. Jesús Lemus, Los malditos, [Grijalbo, 2013] y El Universal, 16, abril, 2001). Obviamente la fuga del capo involucró a mandos mucho más altos, y aunque el gobierno foxista se comprometió a usar “toda la fuerza del Estado” para resolver el caso, finalmente decidió no escalar las alturas. Hoy debería hacerlo.
Hay que considerar que las estructuras de seguridad de los estados mexicano y norteamericano que hicieron posible la captura de Guzmán Loera existieron a lo largo de los 13 años que el narcotraficante estuvo fugado y suponerles la misma capacidad que ahora. ¿Por qué, entonces, tardaron tanto en hacer lo que el 22 de febrero pudieron hacer con gran precisión y sin sufrir bajas? Si el éxito fue el trabajo previo de inteligencia, nada impidió hacerlo antes ¿O sí? ¿Por qué fallaron la media docena de intentos anteriores de captura? (Proceso, 11 de agosto, 2012). Es hora de saber quiénes, cómo y a qué precio, conformaron la red de informantes que desde el aparato de seguridad del Estado protegió al capo.
Guzmán Loera construyó una impresionante transnacional del narcotráfico. Su sistema de compradores y proveedores abarca desde Estados Unidos, Centroamérica y Colombia, hasta Europa, Asia y Australia. Para proveer el 25 por ciento de las drogas que consume el gran mercado norteamericano y para lavar el dinero que genera, se requirió de la cooperación de muchas empresas privadas, en especial bancos, pero también de constructoras, distribuidoras de autos, etc. Una investigación en Estados Unidos permitió descubrir que el Banco Wachovia (Wells Fargo) no tuvo empacho en cerrar los ojos al lavado de 378 mil 400 millones de dólares. que a lo largo de varios años le enviaron casas de cambio mexicanas y por lo cual tuvo que pagar una multa ínfima: 110 millones de dólares. (The Observer, 3, abril, 2011). Un negocio estupendo para una “institución honorable”. Con El Chapo en el puño, el gobierno mexicano está hoy en la posibilidad, si quisiera, de desmantelar una red gigante de “instituciones honorables”. Pero ¿quiere?
Conclusión. Si el gobierno mexicano jalará de la hebra para deshacer una de las más grandes madejas de corrupción de nuestra historia, se crearían muchos problemas internos y externos. Pero el no hacerlo es también un problema, pues confirmaría la encuesta que muestra que, aún en la cárcel, el 53 por ciento de los mexicanos ve más fuerte a El Chapo que al gobierno. (Dolia Esteves, Forbes, 3 de marzo).

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