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Jorge Zepeda Patterson

EPN: De amores y desamores

Los hombres y mujeres que cuidan la imagen de Enrique Peña Nieto han perdido el sueño desde hace semanas. La aprobación del presidente por parte de los mexicanos sigue cayendo con cada encuesta. El fenómeno comienza a preocupar porque el jefe de Estado se encuentra en sus mínimos históricos comparando con sus antecesores al primer año de gobierno.
El tema ya ha llamado la atención de analistas y comentaristas políticos. En los últimos días diversas columnas (Leo Zuckerman, María Amparo Casar y Jorge Castañeda, entre otros), han abordado algunas explicaciones y consecuencias de una caída tan pronunciada en el fervor del público. ¿Por qué el deterioro de la imagen presidencial? ¿Es necesario el apoyo popular para gobernar?
Las explicaciones pueden ser tan disímbolas como el punto de vista ideológico y político de quien las emita. Para un simpatizante de Morena el fenómeno ni siquiera necesita se explicado: no hace sino confirmar “la perfidia” del régimen priista. Para un perredista moderado la pérdida del apoyo al gobierno de Peña Nieto es el resultado natural de la caída en las expectativas, tras las campañas electorales y el arranque de gobierno, plagado de promesas y creación de falsas esperanzas.
Pero un análisis de fondo arrojaría ángulos más interesantes.  Los autores arriba mencionados apuntan a un problema de fondo. Por donde se le mire, el balance del primer año de gobierno de Peña Nieto exhibe logros ausentes en el arranque de otros sexenios anteriores. Y sin embargo, el escaso 44 por ciento de aprobación que alcanza su gobierno representa casi 20 puntos menos a los doce meses de gestión: Salinas 68, Fox 63, Calderón 62 por ciento.  Llama la atención la comparación desfavorable con el último de estos, Calderón, considerando que el panista comenzó su gobierno entre fuertes cuestionamientos a su legitimidad.
Se puede diferir sobre las ventajas o desventajas de las reformas del presidente, pero nadie puede acusarlo de ocioso, como sí puede hacerse en el caso de Vicente Fox, que a los 12 meses seguía puliendo la decoración de su cabaña en Los Pinos, y poco menos. La aprehensión de Elba Esther Gordillo, la detención de El Chapo Guzmán y la muerte de El Chayo, cabezas de sus respectivos cárteles, y una medida docena de reformas de fondo deberían, en teoría, haber impacto en la opinión pública. Pero no ha sido el caso.
Castañeda atribuye el hecho, al menos en parte, en que el voto priista apenas llega al 40 por ciento de la población, cifra similar a la que aprueba la gestión del presidente. Bajo esa tesis resultaría comprensible que el 60 por ciento lo desapruebe. Pero entonces, si el voto panista es aún menor ¿por qué razón Fox y Calderón superaban el 60 por ciento?
Un motivo de mayor peso para entender el desamor por Peña Nieto tiene que ver con los bajos niveles de crecimiento económico de 2013, de apenas 1 por ciento. La apreciación política de las personas pasa por el estado de sus bolsillos y estos no han tenido una buena racha recientemente. Se asegura que este año superaremos el 3 por ciento de crecimiento en el PIB; en tal caso, y de ser cierta esta tesis, los números del presidente podrían mejorar ligeramente.
Pero creo que también existen otros factores. Las políticas de comunicación social que fueron efectivas en la campaña y posicionaron la figura de Peña Nieto no están funcionando. Lo que sirvió para el candidato no tiene el mismo efecto para el presidente. Ya no basta una cara fotogénica; las reformas no han sido “vendidas” de manera cabal a la población, y algunas, como la hacendaria, ha provocado ronchas incluso entre aquellos a los que pretende beneficiar. Tengo la impresión de  que la publicidad a favor de Peña Nieta transcurre por canales tradicionales que alcanzan mayormente a “los conversos”, a ese 40 por ciento que lo apoya.
Por otra parte, los programas sociales de su gobierno, que podrían ser una contraprestación popular, carecen de legitimación al ser tutelados por una figura como la de Rosario Robles, cuestionada operadora política.
Para ser justos, también habría que decir que los antecesores no tenían redes sociales capaces de viralizar temas incómodos a una velocidad desacostumbrada. Un escándalo como el de Lady Profeco hace diez años no habría pasado de una nota perdida en una columna o una carta indignada de un testigo. Un desliz presidencial hoy en día es magnificado en memes y trending topics al margen de los medios de comunicación tradicional. Lo que le está sucediendo a Peña Nieto no es muy lejano de lo que padece Obama en Estados Unidos o Hollande en Francia. Gobernar bajo la mirada vigilante y escéptica de sus gobernados. Podría, después de todo, no ser tan mala noticia para la democracia, por más que esto de no ser amado moleste en Los Pinos.

@jorgezepedap
www.jorge.zepeda.net

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