Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

 

¿Anda tomandito, tío?

Tarde de sábado  en un poblado costeño. Las enramadas se animaban con la nutrida asistencia de los parroquianos. Don Tino empezó temprano en el esforzado deporte de levantamiento de tarro. Su proverbial facilidad de palabra, lo hizo rodearse de un alegre grupo de amigos, que no encontraba fin a su charla. Mientras bebían cerveza, la noche transcurrió veloz, como la luna tras las palmeras.
El domingo por la mañana, como de costumbre, don Tino se había amanecido sin despegarse de las “Coronitas”. A medio día, quizá por el hambre o vaya usted a saber por qué,  enfiló rumbo a su casa  con el sol a cuestas. Antes, se hizo de sendas caguamas, una en cada mano, “para el camino”, dijo para quienes quisieran oírlo.
Su sobrino Jesús, de naturaleza cohibido, fue el primero que lo vio al fondo del callejón. La figura de don Tino era inconfundible, con su camisa playera ganchada del hombro, sin sombrero ni huaraches y con el torso desnudo, avanzaba apenas oscilando de lado a lado del callejón, las caguamas, una en cada mano, eran su ayuda para guardar el equilibrio. Quien sabe por qué, caminaba con  los brazos extendidos y así ocupaba prácticamente todo el callejón. Jesús lo veía avanzar con dificultad  dos metros en linea recta y retroceder a ratitos. Se asombró al ver cómo su tío ahogado de borracho evitaba quedar ganchado en la cerca de púas.
Una mezcla de temor, respeto y pena lo invadió; normal en un adolescente, que no quería provocar cualquier reacción en don Tino quien en ese estado de borrachera acostumbraba decir malas palabras, por eso al aproximarse, tragando  saliva, alcanzo a articular:
“Buenos días, ¿Anda tomandito tío?
Don Tino se detuvo, balanceándose peligrosamente, tratando de reconocer a su interlocutor buscándole la cara. Luego echando un  vistazo a sus caguamas, respondió ofendido:
¡Bárbaro! ¡Ni viendo atinas!

¡Denbalde amarré los perros y ni venites!

Asentado en un mar de palmeras, Coacoyul es un prodigio en todas las formas de vida. Pero nunca como en las noches de verano sin luna.
¿A cuantas de esas noches se habrá sumado la figura furtiva del ardoroso y recompensado amante, con la cacofonía de ranas y grillos? Que en su afán por no delatarse atraviesa los traspatios silenciosamente, salvando cercos de huesos de palapa, esquivando los calzones recién lavados en los tendederos, charcos de agua jabonosa y cuches dormidos, para llegar “sano y salvo” a la puerta trasera entreabierta de Tomasito; El Payaso y La Muñeca sus dos perros guardianes ya habrían sido amarrados bajo el almendro.
Tomasito, mejor conocido como La Cuma, se había  iniciado como vigilante de la capilla del lugar; ahora casi era sacristán. Había ayudado tanto a los curas del lugar que ya hasta conocía la misa de memoria y una que otra frase en Latín. Trabajo no le faltaba; su buena disposición, modales amanerados y voz atiplada, lo hacían muy solicitado en velorios y rezos.
El domingo terminó sus labores a la una y media de la tarde. Las misas empezaron a las 7 de la mañana y antes de retirarse aseó  la capilla. Cansado y satisfecho se dirigió a su casa pero su buen ánimo flaqueó al mirar  a José por la calle, quien en esos tiempos le coqueteaba. Le recordó la frustración de las largas horas de espera  la noche anterior. Al encuentro Tomasito esquivó su saludo volteando la cara hacia un lado con desdén, y bajando la vista al suelo, con un mohín le responde: “¡Humm, ni me hables!, denbalde  amarré a los perros y ni vinites”.

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