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Octavio Paz es la gran figura literaria de México después de Sor Juana, dice Elena Poniatowska

*Para la escritora, el poeta que logró el Premio Nobel de Literatura fue un hombre que “nos hizo universales” a los mexicanos

Jorge Ricardo / Julieta Riveroll / Agencia Reforma

Ciudad de México

La memoria regresa 61 años. Hasta 1953, a una casa, en Río Tíber 10.
Carlos Fuentes dio una cena a Octavio Paz que regresaba de París. Ramón y Ana María Xirau, Jorge Portilla, Alí Chumacero y José Luis Martínez estaban ahí. Ese día Elena Poniatowska, que acababa de leer y de memorizar Libertad bajo palabra, conoció a Octavio Paz.
“Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,/ bahía donde el mar de noche se aquieta,/ negro caballo de espuma”. Son versos de Paz y la imagen se quedó en la memoria de quien fuera una niña de convento de monjas.
“Octavio es la gran figura literaria de México después de Sor Juana Inés de la Cruz –dice Poniatowska–, fue un hombre que enlazó a México con Japón, y luego con el surrealismo y con Inglaterra y con Estados Unidos, fue un hombre que nos hizo universales, un hombre-puente”.
La amistad entre Paz y Poniatowska duró 45 años, hasta la muerte del poeta.
El Premio Nobel le corrigió algunos de sus libros, hizo un prólogo para La noche de Tlatelolco. Juntos hacían haikus, caminaban por Reforma, Poniatowska escribió Octavio Paz. Las palabras del árbol, el libro es un homenaje, en segunda persona.
Lee: ‘Años más tarde Octavio seguiría cargando con todo lo que hubiéramos querido ser, con todo lo que pudimos ser y no fuimos’. “Así siempre fue”, dice.

Perciben las huellas de Paz

Bajo la promesa de comprarles del pan que hacen, medio centenar de personas entraron al convento de monjas dominicas que a principios del siglo pasado fue morada del abuelo de Octavio Paz.
Cansadas de tantas visitas ante la conmemoración del centenario del Nobel, las religiosas le habían negado en un principio el acceso a Roxana Elvridge-Thomas.
La poeta coordinó el paseo literario del INBA que llevó ayer a varias decenas de personas a un recorrido por sitios emblemáticos en la vida del autor de Piedra del Sol.
Si Elvridge-Thomas insiste en entrar al inmueble que perteneció a Ireneo Paz, es porque en él “se gestó el gran Premio Nobel de Literatura”.
El abuelo fue un hombre culto y liberal que poseía una espléndida biblioteca, en donde hoy se encuentra la capilla de las dominicas.
Paz mismo reconoció que ahí empezó a tener conciencia de “otros mundos y otras almas”, cita la especialista en literatura mexicana, en la Plaza Valentín Gómez Farías, lugar en el que comienza el itinerario.
Uno de los visitantes comparte dos fotografías de Octavio Paz donde se ve al poeta recargado en un gran árbol con la fachada de la casa de su abuelo de fondo, casa en cuya higuera se subía a leer y a pensar.
Entre las 55 personas que acuden al paseo literario lo mismo hay jóvenes que adultos mayores y algunos extranjeros, especialmente franceses.
Varios aprovechan el largo trayecto de la Plaza Valentín Gómez Farías a la calle de La Campana para resolver sus dudas con la guía, pero sus respuestas llegan a oídos de unos cuantos. Algunos incluso están interesados en saber si conoció y entrevistó al Nobel.
Paz de niño hacía el recorrido de la plaza a La Campana para ir a jugar al río Mixcoac y de joven llegaba hasta la estación del tranvía, que hoy se conoce como Plaza Goya, para ir a San Ildefonso. Cerca de la estación había una cantina a la que no podía entrar por ser menor de edad, pero alcanzaba a oír las risotadas de los clientes y las fichas del dominó al rodar.
El ensayista jugaba por las tardes basquetbol en una escuela primaria para varones, convertida hoy en la Secundaria #10, comenta Elvridge-Thomas sobre la información contenida en la autobiografía de Paz.
Y se reserva para el final del paseo literario, que ya no incluye la parada en la Casa Morisca para decepción de algunos asistentes, la cereza del pastel: A los 8 años, tras una ducha de agua fría en el colegio Williams, descubrió la poesía al ver entre dos nubes el cielo azul abierto.

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