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Federico Vite

La justicia y los amigos (Primera de dos partes)

Me sedujo la narración en primera persona de dos autores italianos vivos, Erri de Luca, Los peces no cierra los ojos (Seix Barral, 2012, 124 páginas), y Lara Cardella, Quería los pantalones (Grijalbo,1990, 143 páginas ). Cada uno, con su forma de tocar el mundo, revela esa cosita que hacen peculiares ciertas historias: aprehender el instante —o diseccionarlo— en el que un personaje (en ambos casos el protagonista) experimenta la epifanía mayor, la de entender el tipo de persona que será el resto de su vida.
En el caso de Los peces no cierran los ojos, la niñez es la residencia. Esta novela autobiográfica tiene por escenario Nápoles y el verano. Hay un romance, claro, pero atípico. Se trata de una niña que le revela al protagonista el significado de dos palabras: amor y justicia.
Erri dialoga consigo mismo. Habla un hombre de 50 años que recrea la existencia de ese niño de 10 que lee con fruición los libros que dejó su padre al irse a América. En la playa, adonde a veces baja con su madre, conoce a una niña de su edad. Ella es del norte; él, del sur. Ambos son lectores precoces, definen su existencia aquel verano. Él no supo de ella nunca más, pero le cambió la vida, lo hizo un hombre que sólo concibe la palabra amor unida al?concepto de justicia. La trama, como notan, es realmente muy sencilla. El mar, sol, libros, caminatas, pleitos y el distanciamiento emocional del padre y la madre de Luca, eso es lo relevante, pero la atracción del relato radica en el cómo cuenta su vida el autor napolitano. Podría engolar mi voz diciendo que los mecanismos narrativos utilizados por el autor apuestan por una función poética del lenguaje, la intensidad crece, y los diálogos son parte de la atmósfera nostálgica; el cambio de tiempos verbales (de pasado a presente) aumenta el suspenso, pero diría con mucho mayor claridad: este libro me conmueve.
No caben los sentimentalismos en esa voz (la del hombre maduro) que no se reconoce en ese chico de 10 años, quien nadaba, ejercitando un cuerpo débil y pequeño, con el rostro vuelto al sol para hundirse en la luz. Transcribo uno de los párrafos para mostrar algunos aspectos de la poética de este hombre: “En la playa de los pescadores, los viejos reparaban las redes, sentados con las piernas abiertas, las manos que actuaban por su cuenta. Los ojos poco veían, ninguno llevaba gafas. Lo que había que ver, las manos ya se lo habían aprendido de memoria. Actuaban a olfato libre, mirando hacia delante, en dirección al mar, que estaba también dentro de ellos”.
Digo Erri para referirme a ese niño del que se habla en Los peces no cierran los ojos, aunque quien indaga es un narrador viejo que reinventa constantemente el azoro por los gustos y anhelos de aquel chico, el hombrecito que años después estuvo preso por cuestiones políticas y pensaría desde su encierro que la justicia “también es una herida capaz de curarse con el cuerpo, porque la injusticia no se repara con castigos”.
Erri se descubre observándose a distancia: “A los 10 años el baluarte de los libros no bastó ya para aislarme. Desde la ciudad llegaron a la vez los gritos, las miserias, las ferocidades a asaltar los oídos. No es que no estuvieran antes, pero mantenidos a distancia.?A los 10 se conectó el nervio entre el dolor de fuera y mis fibras”.
En una entrevista para El País, De Luca señaló que el trabajo del buen escritor consistía en simplezas: “Un escritor es como un zapatero: debe hacer buenos zapatos. ¿Su valor político? Actuar para que nadie vaya descalzo”.
De Luca es un autor con enorme capacidad para comunicarse con ese otro que es el lector. No sé si debería ser un bestseller, pero mi deber es acercarlo a ustedes. Su historia posee el olor vital que destilan los artistas: decir lo mismo, pero de otro modo.
Los personajes de Luca (tres chicos que golpean salvajemente al protagonista de Los peces no cierran los ojos) me hicieron recordar algunos conocidos, esas personas que te ofrecen su verdadera intención arribista como regalo y te dan la espalda para hacerse más humanos, porque engrandecen con ello el misterio de la amistad y te muestran los puños para enfatizar que uno no es especial. Somos la espuma que dejó la marejada, dice Erri para definir a esos chicos que lo golpearon, simplemente nacimos después de una guerra, no sabemos cómo asimilarnos.
La fortuna es que algunos escritores aún poseen el toque, la magia, para conmovernos con los chistes viejos, con la materia del canto que es la memoria. “Cincuenta años después —escribe el napolitano— me arrimo a esa edad de archivo de mis formatos sucesivos. Lejos de allí he consumido la grasa de ese yo mismo, borrando variantes. En aquel cuerpo sumario estaba la conmoción y la cólera de los años revolucionarios, en el latín estaba el adiestramiento para las lenguas sucesivas, en el cráter del volcán estaban las montañas que subiría a cuatro patas. En los escombros reposados de la guerra estaba la de Bosnia que yo atravesaría y las bombas italianas sobre Belgrado del último año del 1900, que yo recibiría asomado a la ventana de un hotel con vistas al Danubio y al Sava”.
Para mi regocijo, los amigos de Erri son obreros, gente a la que conoció cuando este autor construía sus historias y estaba a unos años de volverse el arroz de todos los moles literarios en Italia. Sus amigos, dice De Luca, son personas de una pieza, gente con la que se descubre la importancia de luchar por una igualdad inexistente.
Sobre Cardella bordearemos la siguiente entrega. A ella, los editores la apodan la Salman Rushdie siciliana. Que tengan buen día; les conté de la magia.

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